Incidentes en Hostafranchs la mañana del desfile. La foto es de Ana Jiménez para La Vanguardia
Fragmento de La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del "modelo Barcelona", La Catarata, Madrid, 2008
BARCELONA DA MIEDO. EL DIA DE LAS FUERZAS ARMADAS DEL 27 DE MAYO DE 2000
Manuel Delgado
La decisión del gobierno del Partido Popular de celebrar en Barcelona una
parada militar el 27 de mayo de 2000, provocó un rechazo no sólo por buena
parte de la ciudadanía, sino por parte de unas instituciones políticas locales –el
tripartito PSC-ICV/EUiA-ERC– que se veían atrapadas en la contradicción de
tener que alojar e incluso presidir un acto nada compatible con los valores de
democracia y libertad que afirmaban encarnar. La idea inicial de celebrar el
desfile en la Diagonal, tal y como había ocurrido en mayo de 1981, pocas
semanas después del intento –supuestamente fallido– de golpe de Estado de
Tejero, se antojaba inaceptable ahora, puesto que aquella era la imagen que a
lo largo de décadas se había retenido amargamente para muchos: la de las tropas
del ejército sublevado de Franco en Barcelona en enero de 1939, estampa del que
las correspondientes paradas en conmemoración de la victoria franquista fueron
reactualizaciones a lo largo de cuatro décadas en Barcelona.
La concesión de trasladar el acto a la
parte de Diagonal cercana a la plaza de Pius XII, ya prácticamente en las
afueras de la ciudad, y en un marcha de salida de la ciudad –y no de entrada,
como estaba inicialmente previsto- fue descartada cuando los rectores de las
universidades de la zona se negaron a cerrar sus facultades, precisamente por
lo que tenía de recuerdo de lo que había sido el recurrente cierre de
universidades durante el franquismo. Después de barajar otras alternativas, la
decisión final fue remitir el acontecimiento a una especie de tierra de nadie,
el lugar del que salieron durante mucho tiempo las comitivas de los Reyes Magos
que recorrían las calles de la ciudad, donde se celebraban los festivales
infantiles y dónde se levantaba una fuente mágica, en la falda de una montaña
presidida por un castillo en que fueron torturados y asesinados miles de
catalanistas, anarquistas, comunistas, socialistas o simples sospechosos de
antifascismo. Entre ellos el President Lluís Companys.
Pero ni siquiera eso fue capaz de apaciguar
la indignación de una parte importante de barceloneses. Lo explicitaban los
cientos de jóvenes que se concentraban el 29 de abril de 2000 ante el cuartel
del Bruc, en Pedralbes, o las decenas de miles que desfilaban el 20 de mayo
entre el cruce de paseo de Gràcia i la ronda Sant Pere hasta el Moll de la
Fusta, siguiendo un itinerario habitual en las marchas contra la OTAN en la
década de los años ochenta. Desde aquel mismo día, un numeroso grupo de
antimilitaristas acampaban sobre el césped del centro de la plaza de Espanya,
como vigilando lo que se iba a ser una usurpación de la cercana avenida de Rius
i Taulet. De madrugada, cuando faltaban pocas horas para que se perpetrase lo
que se interpretaba como una deshonra del espacio urbano barcelonés, la policía
desalojaba violentamente a los acampados.
La madrugada del problemático desfile, el
27 de mayo, se confirmó la voluntad de apropiarse de las calles de Barcelona a
partir de criterios de legitimidad y deslegitimidad que no podían ser sino
históricos y colectivos, es decir procedentes de una memoria compartida para la
que el suelo que se pisa está marcado por todo tipo de rastros y marcas, como
si fuera una cartografía simbólica que los viandantes estaban en condiciones de
leer automáticamente, se superpusiese, como una transparencia, a aquella otra
en que en principio no parece que haya nada que no sea otra cosa que un esquema
abstracto de líneas y cruces con nombre.
La calle Lleida y la avenida Rius i Taulet eran escenarios forzosos aquella
mañana de un acto militarista que había sido denunciado como el déjà vu de un pasado ignominoso,
presidido por las autoridades del Estado, incluso aquellas que habían intentado
esconder el sombrío acontecimiento lejos del corazón de la ciudad, en el doble
sentido de centro urbano, pero también en su sentido más metafórico, como
músculo que impulsa y recoge los flujos urbanos y lugar que acoge los
sentimientos básicos de los habitantes de la urbe.
Al mismo tiempo, centenares de jóvenes
iniciaban una marcha por la avenida de Madrid sobre la plaza de España, puerta
de Montjuïc. A la altura de la calle Joan Güell topaban con fuerzas policiales
que les cerraban el paso. En pequeños grupos, los manifestantes
antimilitaristas accedieron a las proximidades de la calle Tarragona y fueron
de nuevo interceptados por la policía, que les obligó a dispersarse por las
callejuelas del barrio gitano de Hostafrancs y por el parque del Escorxador,
donde se reprodujeron los enfrentamientos con la policía y con grupos de
ultraderechistas que acudieron a apoyarles.
También al mismo tiempo que se desarrollaba
el desfile militar en la montaña de Montjuïc tenía lugar un masivo acto de
desagravio en otro parque público: el de la Ciutadella. Decenas de miles de
personas –más del doble de las que había conseguido reunir el Día de las
Fuerzas Armadas- desautorizaban lo que se interpretaba como una utilización
indigna de las calles de Barcelona, por mucho que estuvieran alejadas de su
centro.
Al día siguiente, el 28, jóvenes independentistas limpiaban con lejía
la calzada de la avenida Rius i Taulet hasta el Pueblo Español, es decir la vía
que veinticuatro horas antes había conocido la marcialidad de las tropas,
patentizando la idea de que aquel espacio había sido literalmente ensuciado y requería una limpieza,
evocando de esta manera una vieja práctica de los habitantes de Barcelona a lo
largo del siglo XIX, que empleaban actos simbólicos parecidos para expresar su
rechazo al ejército y a la monarquía, barriendo las calles que había “manchado”
los destacamentos militares o las comitivas reales horas antes.