Fotograma de En construcción, de José Luis Guerín (2001) |
EL MITO DE LAS ETAPAS DEL URBANISMO BARCELONÉS
Manuel Delgado
El artículo de Jordi Borja que nos manda José Mansilla —Barcelona, mañana será tarde, El País, 11.6.2016— es interesante porque insiste en esa clave en la que tanto insistimos de que Barcelona en Comú nació y existe con una vocación inequivoca de restauración maragallista, es decir de recuperación de lo que se imagina que fue la "edad dorada" del gobierno de Barcelona en la década de los 80 y 90, es decir las etapas preolímpica y olímpica, "traicionada" por las etapas presididas luego por Joan Clos y Jordi Hereu.
Esa visión sobre la evolución de las políticas municipales en la etapa que sigue a lo que se da en llamar transición democrática suelen reconocerse en ella diferentes etapas la leí por primera vez en las descripciones que hace del proceso, Josep Maria Montaner, como sabéis actual concejal de vivienda en el Ayuntamiento, en su artículo “La evolución del modelo Barcelona, 1977-2004”, en Jordi Borja y Zaida Muxí, eds., Urbanismo en el siglo XXI. Una visión crítica (UPC, 2004).
Según esa perspectiva, una primera etapa se extendería desde la restauración parlamentaria a la designación de Barcelona como capital olímpica, en 1987. Se trata de un primer momento en que el cambio político abre la perspectiva de realización de las ilusiones democraticistas que encarnó la oposición antifranquista y los movimientos vecinales. Esta ambiente se tradujo en la apertura o remodelación de parques, la generación de espacios públicos creativos o la siembra en el territorio de equipamientos civiles o culturales. Se trata de una etapa, más moralista y moralizante, de reconstrucción formal y simbólica de Barcelona, orientada por un cierto despotismo ilustrado, inaugurada con el nombramiento de Oriol Bohigas como delegado de urbanismo por Narcís Serra, el año 1977, con un papel protagonista asignado a Joan Busquets y su proyecto de generación de lo que se designó como nuevas centralidades.
Ese periodo ilusionado e ilusionante en apariencia resultó alterado cuando se confirmó la designación de Barcelona como ciudad olímpica en octubre. En teoría también, ello supuso el punto de partida para extraordinarias operaciones urbanísticas y de ingeniería que implicaron, a su vez, la entrada en escena de los grandes operadores inmobiliarios, de seguros, bancarios, etc., que hicieron prevalecer los imperativos de las dinámicas de mundialización capitalista. Después vino el paréntesis de crisis inmediatamente posterior a la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992, en que se produjo una pérdida de inercia como consecuencia de las deudas municipales contraídas y la necesidad de acabar proyectos inconclusos. Luego de ese impase, empezó a desarrollarse una cuarta fase, en la que todavía nos encontraríamos, más pragmática y asociada de manera descarada a la nueva economía y a la renuncia en gran manera a un proyecto global de ciudad, aspectos no rectificados por la designación de Josep Antonio Acebillo como arquitecto jefe por el alcalde Clos.
Así lo hace, por ejemplo, Jordi Borja, que le reprocha a esa supuesta nueva etapa su renuncia al “urbanismo ciudadano y redistributivo que define el ‘modelo Barcelona’” (“Barcelona y su urbanismo. Éxitos pasados, desafíos presentes, oportunidades futuras”, en la misma compilación de Borja y Muxí). En esa misma dirección de denuncia del agotamiento del “modelo Barcelona” por parte de uno de sus ideólogos, véase el artículo del mismo Jordi Borja, La seducción del lugar, El País, 19.2.2007). Otro ejemplo de cómo se tipifican estas fases lo tenéis en Tim Marshall, “La glòria olímpica i més enllà”, L’Avenç, Barcelona, 272 (setiembre 2002). Sobre el desencanto respecto de las expectativas que despertara en su día, véase la entrevista con William J.R. Curtis (El Periódico de Catalunya, 20.2.2007).
Esa "traición" consistió en orientar las políticas urbanisticas aclimatándolas a las dinámicas globalizadoras internacionales, con planteamientos más aleatorios, que utilizan otras escalas territoriales y hacen prevalecer la red o la malla y la acumulación de intervenciones de apariencia autónoma y sin vocación de coherencia. Un arranque impulsado por ideas de centralidad, estructura, congruencia, estrategia; las posteriores de creciente renuncia a tales principios y desembocando en una –la actual– más bien difusa, borrosa, acentral, acontínua.
Esta secuencialización es del todo discutible. La "etapa Fórum" no fue la negación de la fase preolímpica, sino su continuación, en tanto es en muchos sentidos –sobre todo en los más negativos– deudora de las que la precedieron. No podría ser de otra manera, pensando que José Antonio Acebillo, el responsable siempre en teoría de esa fase, formaba parte del equipo de Oriol Bohigas, siempre siguiendo esta dinámica en que los personajes centrales de una fase aparecen protagonizando también la siguiente y garantizando la continuidad. La aberración del nudo viario de la Plaça de Glòries es una buena muestra de hasta qué punto Barcelona llevaba tiempo sometiendo sus iniciativas infraestructurales al imperio del coche, y es una obra inaugurada en enero de 1992. La subordinación a los intereses de los grandes promotores inmobiliarios es posible que determinara la organización final de la desembocadura del Besòs, pero no se puede decir que la edificación de la Villa Olímpica —la tesis que está a punto de leer Gabriela Navas— y de la estructura viaria anexa pueda presumir de haber sido ajena a este tipo de determinantes procedentes del papel central del mercado en las decisiones urbanísticas, por no hablar de los planes por arrasar La Mina que ha trabajado Beppe Aricó en su tesis y lo que fue la Intifada del Besòs en octubre de 1990.
En ese mismo sentido, las recalificaciones sospechosas y la dimisión de las autoridades municipales a la hora de fiscalizar operaciones inmobiliarias cuanto menos “extrañas” han sido constantes a lo largo de todas las fases en que se quiera dividir la historia de la Barcelona de los últimas tres décadas. La escandalosa recalificación de los terrenos del campo del Espanyol, por ejemplo, tiene lugar durante el mandato de Maragall, mucho antes de la generalización de este tipo de casos, con ejemplos tan significativos como la instalación de El Corte Inglés en Nou Barris, las tribulaciones del edificio de Telefónica en la Avinguda Roma, el Plan Caufec en Les Corts, los solares de Gas Natural en el Besòs, la Sandoz en Sàrria, la Clínica Quirón en Gràcia o de la Bayer en el Eixample, entre otros muchos, como el de la Colònia Castells en Les Corts, que trabajó Marc Dalmau en su tesis. En realidad, los verdaderos rectores del urbanismo barcelonés nunca han sido los dirigentes políticos de la ciudad, sino grupos empresariales, grandes bancos y sagas familiares –incluso personas individuales– que habían venido siendo los mismos a lo largo de las últimas décadas, en algunos casos desde la etapa franquista.