dilluns, 7 de desembre del 2020

Tú 'étnico', yo normal

Foto de Andrew Winning/Reuter

Este artículo, aparecido en la edición catalana de El País del 23-12-1996, fue uno de los que publiqué en relación con la exposición "La ciutat de la diferència", que en aquellos momentos comisariaba en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona.

TU "ETNICO", YO NORMAL
Manuel Delgado

Entre los móviles que animaron La ciudad de la diferencia, la exposición que puede visitarse en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, estuvo el de denunciar como la xeno¬obia adopta con frecuencia formas sutiles, hasta tal punto astutas que pueden hacerse pasar por aportaciones a la causa antirracista. Así, por ejemplo, nociones como "multiculturalismo", "interculturalidad", etc., pueden acabar dándole la razón a quiénes dan por sentado que las diferencias culturales son irrevocables. Algo parecido pasa con la pretensión de que existen "minorías culturales", que pueden delimitarse con claridad a partir de rasgos de una singularidad extrema e irreversible. Se trata, al fin, de un perspicaz dispositivo de estigmatización, en tanto el grupo "minoritario" es catalogado aparte no a partir de cualidades que posee, sino de atributos que se le asignan. Es decir, toda catalogación como "minoría" minoriza automáticamente a quien se adjudica. Esto se agrava todavía más cuando se invoca la condiión "étnica" de esta minoría, puesto que en el imaginario social vigente lo "étnico" está asociado a lo inferior.


Para los etnólogos y para los diccionarios, "etnia" sencillamente qui¬ere decir "pueblo": un grupo que se considera diferente de los demás y que aspira a continuar siéndolo. Para que esa reducción a la unidad se lleve a término, una comunidad subraya ciertas marcas históricas, religiosas, costumbrarias, lingüísticas..., que pueden ser parte manipulada de un patrimonio ya disponible o consecuencia de una invención reciente. Toda etnia es consecuencia de una red de relaciones, en la que intereses contrapuestos encuentran en una presunta personalidad colectiva mecanismos de cohesión y coartadas legitimadoras. En realidad, las etnias no son lo que alimenta la compartimentación étnica, sino, al contrario, la realidad virtual que resulta de aplicar sobre la población de un territorio dado un esquema clasificatorio hecho de identidades. La diferenciación es, así pues, la causa, que no el resultado, de las diferencias.

Prescidiendo de esa definición rigurosa, lo étnico sirve, entre nosotros, para definir una situación de minusvalía cultural, ya que se restringe a colectivos o/y producciones culturales "no modernos". Una danza sufí es "étnica", un vals vienés, no. Un restaurante sirio es "étnico", una hamburguesería o una pizzería, no. Conflictos claramente étnicos Bélgica, Irlanda del Norte, País Vasco jamás son presentados como tales, en la medida que el calificativo "étnico" sólo puede destinarse periodísticamente a pueblos no homologados como "avanzados".

En la práctica, tal y como el crucigrama de este mismo diario recuerda periódicamente, "etnia" se emplea como sinónimo del ya de por sí racista concepto de "raza", que divide a los seres humanos en función de su fenotipo. Para la mayoría de personas, en efecto, las principales minorías étnicas presentes en Catalunya son los moros, los negros y los gitanos. Aplicada a los inmigrantes, son "minorías étnicas" las formadas por individuos procedentes de países pobres y en situación ilegal o precaria, y dan pie a grupos inexistentes "magrebíes", "subsaharianos", "asiáticos" , ignorando distinciones fundamentales para los propios afectados, tales como, por poner algún caso, fang-bubi o árabe-bereber. Por supuesto que no se aceptaría algo tan evidente como que los franceses o los extremeños son, aquí, tan "minoría étnica" como puedan serlo las chachas filipinas o los indios peruanos.

En resumen, la noción de "minoría étnica" funciona para organizar jurídica y policialmente la marginación social y la mano de obra barata. En la fantasía política dominan¬te, la "minoría étnica" distingue a aquellos que han sido insta¬lados abajo, en el límite o más allá del sistema social, a los que podemos eventualmente hacer objeto de nuestra misericordia, "tolerándoles" existir en su rarez. El propio movimiento antirracista cae en la trampa, organizando festivales en los que los inmigrantes se folclorizan a sí mismos, preparando convulsivamente platos de cus-cus o entregándose a todo tipo de danzas más o menos "tribales". Pidiendo perdón por sus extrañas costumbres, dan por bueno el supuesto de que sus dificultades tienen que ver con su "cultura" y no con las injusticias de ese orden socioeconómico que les ha mandado llamar y que ahora les man¬tiene a la intemperie.

Por todo ello, no deja de ser una pena que, en nombre sin duda de las mejores intenciones, el III Congreso de Periodistas Catalanes hayan reclamado un lugar bajo el sol mediático para el "étnico" el moro, el negro, el gitano , a la manera del asiento que se reserva en los transportes públicos para los discapacitados. Como si una chispa de exotismo en los telediarios o en las telenovelas fuera capaz de redimir las deportaciones, las detenciones, las palizas y la explotación con que muchos de nuestros vecinos pagan su condición de "étnicos".

Una pena también que, puestos a contribuir a hacer un poco más amable nuestra sociedad, los periodistas no hayan sido capaces de ver como, día a día, alimentan de leyendas la imaginación de los intolerantes, las nuevas formas de inquisición y las políticas oficiales de exclusión. Que se hubieran puesto a pensar en serio qué están diciendo cuando, como sin querer, van y dicen: "problema de la inmigración", "tribu urbana", "secta destructiva".





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