dijous, 28 de juliol del 2022

Que Dios reparta suerte

Fotograma de "Cordobés 65" (Francesc Betriu, 1965)

Programa de mano para el corto “Cordobés 65”, de Francesc Betriu (1965). Filmoteca Española, julio 2022

Que Dios reparta suerte
Manuel Delgado

En 1965 Francesc Betriu estudia en la Escuela Oficial de Cinematografía y entrega un ejercicio de primero de Dirección en el curso 1964-1965. Consiste en una película de fotos quietas o con algún efecto, centrada en la figura del torero El Cordobés. Lo titula “Cordobés 65”. Que Betriu escoja los toros como asunto es congruente con un momento en que la fiesta aparece como un escenario en que representar las duras condiciones de sociedades como la española, en que los jóvenes pueden encontrar en la profesionalización como matadores una vía de escape de la miseria reinante entre las clases populares. 

El asunto de la huida de la pobreza es el de la sin duda obra maestra del cine taurino, la mejicana “Torero” de Carlos Velo (1957), sobre la vida de Luis Procuna. El cine social de la época ya se había aproximado a ese mismo tema desde esa perspectiva crítica, en películas de ficción como “Los chicos” (Marco Ferreri, 1959), “Los golfos” (Carlos Saura, 1960), “El espontáneo” (Jorge Grau, 1964) y “El momento de la verdad” (Francesco Rosi, 1965), o el documental “52 domingos” (Llorenç Soler, 1965). De hecho, ese mismo es el argumento de partida de una de las películas que protagoniza El Cordobés cuando todavía es novillero, pero ya famoso: “Aprendiendo a morir” (Pedro Lazaga, 1962), la historia de la que partirá el best-seller internacional sobre el diestro firmado por Larry Collins y Dominique Lapierre, O llevarás luto por mí (1968), un título extraído de uno de los diálogos de la película.

El personaje escogido para el retrato se corresponde con la sensibilidad que demostrará Betriu, ya como director, a la hora de abordar con ironía el paisaje social de la España tardofranquista y de la transición. Lo intenta hacer en el corto “Los Beatles en Madrid”, con Pedro Costa, en 1966, que la censura franquista le impide llegar a montar. Lo consigue con los cortometrajes “Gente de mesón” (1969) y “Bolero de amor”, o en largometrajes como “Corazón solitario” (1972), “Furia española” (1975) o “La viuda andaluza” (1976). Alguien tan atraído como Borau por la astracanada hispánica por fuerza debía fijarse en El Cordobés entre aquel elenco de figuras estridentes que la dictadura había apadrinado, en el que también figuraban personajes como Carmen Sevilla, Manolo Santana, Urtain o Raphael. Junto con Sebastián Palomo Linares era el torero por antonomasia del desarrollismo franquista, pero, en su caso, aportaba una versión caricaturesca de la Fiesta, subvertía la tauromaquia ortodoxa y se abandonaba a todo tipo de distorsiones tremendistas –su “salto de la rana”– que hacían de él, ante una afición entendida que ni siquiera lo consideraba un buen torero, un extravagante, un payaso que además se atrevía a dejarse el pelo largo. “El Pelos” o “el torero ye-yé” le apostillaron. 

La técnica utilizada –la de la película de imágenes fijas, mal llamada fotomontaje– es también comprensible en el contexto en que Paco Betriu entrega su práctica. Es posible que conociera las “fotografías secuenciales”, las películas científicas a base de fotos de E. Muybridge, Etienne Jules Marey o de Félix Regnaul, de finales del siglo XIX. Seguro que había visto “La Jetée”, de Chris Marker (1962); difícil saber si “Now”, de Santiago Álvarez (1965), con la que guarda parecido. En aquella época las prácticas de curso en escuelas de cine solían consistir en películas de este tipo. Ahí está, “Look at Life”, de cuando Georges Lucas era estudiante de cine en la University of Southern California, también en 1965. Ese formato será empleado luego en largometrajes como “Chafed Elbows” (Robert Downey (1966), “Husbands” (John Casavettes, 1970), “Super Fly” (Gordon Parks, 1972) o “The Parallax View” (Alan J. Pakula, 1974), por citar ejemplos cercanos a la experiencia del director catalán.

Las películas de fotos suelen tener vocación de creación artística de vanguardia, pero esta no tiene tal pretensión. A veces son narraciones, como la de Chris Marker, que llamó a su cortometraje “fotonovela”. Pero está claro que esa no era la intención de Betriu con este material y ya se encargó poco después de hacer inequívoca su antipatía por ese género, tan popular en la época, en el corto “Bolero de amor”, una sátira sobre las fotonovelas románticas. Un rótulo en “Córdobés 65” explicita que el ejercicio quiere que ser reconocido como un documental. Pero, si es un documental, ¿qué es lo que documenta? 

Lo que vemos son fotografías de El Cordobés que corresponden a hechos dislocados en el tiempo, como si hubieran sido barajadas, amontonadas al azar. Algunas instantáneas requerirían una labor de investigación hemerográfica para establecer la fecha y el momento de su obtención: fiesta con Rafael Peralta y Marisol, encuentro con Franco, bajando de la avioneta que pilotaba –contrastando con la imagen de unos astronautas–, posando con unos y con otros…. Otras son identificables en la biografía del torero: cuando, en abril de 1957, se lanza como espontáneo a la arena de Las Ventas y es volteado por el toro y luego detenido;  la grave cogida en la confirmación de su alternativa, el 20 mayo de 1964, en el mismo escenario; levantado a hombros en la plaza de toros de Valencia el 24 de julio de aquel año, luego de haber cortado dos orejas y el rabo a su toro; perseguido por el público entre almohadillas poco después, en el mismo coso, en la corrida del Montepío de Toreros, después de haberse despedido limpiándose las zapatillas de la arena de la plaza. Toda esa colección de imágenes aparece salpicada con portadas de periódicos o revistas ocupadas por el torero con noticias frívolas, felices o dramáticas.

El aparente desorden en la sucesión de fotografías –en el original, sin sonido– está claro que procura proyectar la idea del héroe sometido a un balanceo constante entre el dolor, la grandeza y el fracaso, arrastrado por una providencia insensata que no domina ni puede prever. En los ocho minutos que dura “Cordobés 65”, Francesc Betriu nos muestra todas las caras de una fiesta que no puede dejar de ser, por definición, trágica, en el sentido que hay factores en ella que son o pueden ser irreversibles, entre ellos la derrota, el miedo y la muerte. Y siempre dependiendo de un público caprichoso y despótico. El corto recoge ese lado incierto que oculta la fama del famoso. Vemos ahí sobrevolar de manera consciente o inconsciente la volatilidad del éxito retratada en “Torero”, pero también en una película posterior, esa belleza que será “Tú solo”, de Teo Escamilla (1984).

Pero sí que puede entreverse un argumento en “Cordobés 65”. Tiene que ver con la manera como Paco Betriu estaba prefigurando a su manera la tesis de Enrique Gil Calvo en Función de toros (1989), sobre cómo el matador incorpora una lógica calvinista a su trabajo. No solo por su vinculación a los principios de la moral del destino y del éxito carismático y personal como signo de salvación, sino por estar determinado por la acción infundada del destino. 

Si se observa, de manera en apariencia inconexa, aparecen varias fotografías insertas en el flujo de imágenes que muestran referencias a la lotería como juego público de azar. Como si el montaje sugiriera que la vida del matador no fuera otra cosa que una sucesión inopinada de venturas y desventuras, distribuidas de manera tan predeterminada como aleatoria. Como si los distintos avatares posibles de su existencia no fueran más que el resultado de un sorteo que lleva a cabo una mano invisible que puede ignorar el merecimiento humano. Pero en eso consiste el principio de la distribución gratuita de la Gracia en la doctrina de la Reforma. Pocas cosas expresan mejor ese dogma que una rifa, que no en vano hace que llamemos “agraciado” a quien obtiene premio de ella sin otro mérito que haber jugado. Difícilmente podríamos encontrar un lema más adecuado para ese mismo espíritu calvinista que el taurino de “que Dios reparta suerte”, que indica que está en manos del antojo divino que el torero conozca una tarde de gloria o de luto.

Podrá antojarse osado atribuirle a este cortometraje un contenido como el aquí sugerido. Podría ser una sobreinterpretación excesiva de quien firma estas líneas o una intuición involuntaria e inconsciente de Betriu. Pero también podría ser una consecuencia de que el autor del ensayo visual que han visto o verán acabara de obtener su diplomatura en Sociología y fuera en aquel momento –justo los años 1964 y 1965– director de la Revista Española de Sociología. Ello debería dar por seguro que había leído y entendido La ética protestante y el espíritu del capitalismo, el clásico de Max Weber en que se basa Gil Calvo en su teoría sobre la relación entre tauromaquia y calvinismo. 

Esa podría ser la historia última y semioculta que cuenta este cortometraje de imágenes fijas titulado “Cordobés 65”. Francesc Betriu la entregó como uno de sus deberes de alumno de primero en la EOC, en algún momento del curso 64-65. Eso fue antes de que José Luis García Sánchez, otros compañeros y él fueran expulsados de la Escuela por “motivos administrativos”, en concreto por “falta de asistencia”. 




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