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Fragmento del artículo de Marta Venceslao Pueyo y Manuel Delgado
Ruiz, Somatizaciones del internamiento en un centro de justicia juvenil.La participación de los dominados en su propia dominación, en AIBR, Revista de Antropología Iberoamericana,
vol. XII, núm. 2 (2017)
SOBRE EL ORIGEN TEOLÒGICO DEL CONCEPTO DE HABITUS
Manuel Delgado
Son
conocidos los precedentes y paralelos del habitus bourdeiano, tanto como
sistema de disposiciones,
como en tanto que esquemas de percepción, pensamiento y acción, de los cuales
la residencia y el instrumento no puede ser sino el cuerpo, cada cuerpo
concreto. Esa idea relativa a la somatización del contexto social en que se
existe deriva, en línea directa, de las habitualidades de Husserl, de las
técnicas del cuerpo de Marcel Mauss y del modo existencial de lo social del que
habla Merlau-Ponty, y se emparenta, por ejemplo, con el "cuerpo
dócil" de Michel Foucault o con la autocoacción de Norbert Elias. En cambio, acaso no se ha profundizado en la
deuda que ese concepto tan frecuentado por la filosofía y más todavía, y
gracias a Bourdieu, por la sociología, tiene, como tantos otros debates
presuntamente solo científicosociales, una fuerte raíz teológica, que va más
allá de constituir su antepasado para advertirnos del sentido último de su
vocación definitoria.
En
efecto, ha quedado reconocido que son la fenomenología de Husserl y la
sociología durkheimniana quienes recuperan el concepto aristotélico-tomista de
habitus, y lo legan al sistema teórico propuesto por Pierre Bourdieu, pero no
solo como hexis, en el sentido simple
de disposición para actuar o estado activo, sino sobre todo en el escolástico
de participación de la ley divina en la criatura
racional o, si se prefiere, al contrario, de participación de la criatura
racional en la ley divina. El habitus es, en efecto, concreción habitual de la gracia, don gratuito del
Espíritu Santo que permite al ser humano consentir y cooperar libremente con la
benevolencia de Dios, puesto que colabora con sus principios de la
acción, el conocimiento y la voluntad, en cada acto. El
habitus no es un auxilio para el alma, ni una virtud que se manifiesta
circunstancialmente en la conducta, sino que constituye una cualidad
sobrenatural infusa que perfecciona en su totalidad ese alma, al mismo tiempo
exterior e interior a ella; poseerla es ser poseído por Dios, connaturalizarse
con el Espíritu, obtener de él un estímulo constantemente activado que hace hacer,
pensar y desear, que hace que Dios "se cuele" en la vida profana del
ser y la ponga al servicio de su bondad, permitiendo que sea el propio ser
creado el autor de los actos que le salvan, de tal forma que su libertad y su
autodeterminación no se suprimen ni disminuyen. Se trata pues de la
materialización de una eficacia espiritual, que solo se puede ejercer en última
instancia en y mediante el cuerpo del gratificado. Es así que la interioridad de la
gracia aparece conjugada sobre el resplandor del mundo corporal.
Esto
es lo que nos hemos encontrado en un centro de internamiento del
que los internados pueden entrar y salir libremente, porque arrastran su propia
reclusión con ellos. Han entendido y han hecho propia la normalidad que los
hace constantes, previsibles, inteligibles, cuya trayectoria –según Bourdieu– o carrera
moral –para Goffman– hasta ese tiempo y lugar son historias bien
construidas y congruentes, protagonizadas por seres totalizados, reducidos a la
unidad en tanto "jóvenes delincuentes en fase de reintegración
social". Es el habitus –en el sentido tanto sociológico como teológico–
lo que hace de ellos seres no solo habituados, sino sobre habilitados, es decir entrenados y capacitados para ser quienes
son, y, más aun, habitados, poseídos
por dispositivos de acción, percepción y juicio que ellos no han generado, sino
que les han sido infundidos por la instancia invariable y poderosa, al tiempo
trascendental e inmanente, de la que forman parte y que les constituye.