La foto es Rubén Martín-Benito |
Comentario para Susana Rodríguez, estudiante del Grado de Antropología Social de la Universitat de Barcelona
DE COMO LOS PAGANOS IMITARON LOS RITOS CATÓLICOS POPULARES
Vamos a ver, Susana. En Antropología Religiosa dediqué unas cuantas clases a explicar cómo la antropología decimonónica se inventa las religiones orientales, los cultos paganos, los ritos a la fertilidad…, atribuyendo a los antiguos un sistema de creencias y representaciones que estaba directamente inspirado en la realidad religiosa de las clases populares europeas del siglo XIX. Es eso lo que quería decir en mis comentarios sobre cómo los pueblos antiguos imitaban las sandeces sin el mínimo rigor de García Atienza, Sánchez Dragó y compañía. Pero eso no lo digo yo. Era Wittgenstein, que escribía en relación a uno de los grandes divulgadores de los supuestos cultos paganos de los que derivaría en cristianismo no depurado por la Reforma: "Frazer no era capaz de imaginar un sacerdote que en fondo no sea un pastor inglés de nuestro tiempo, con toda su estupidez e ignorancia" (Observaciones a “La rama dorada” de Frazer, Tecnos).
De cualquier forma, tampoco te tomes todo este comentario como una crítica o un reproche. Cuando, como suele decirse, “tenía tu edad”, te prometo que me pasaba las hora muertas en la biblioteca leyendo los clásicos de las religiones orientales. Me mamé toda la colección de libros orientalistas publicados en Leyden hasta los años 30 del siglo pasado. Me convertí en un experto en el culto y el avatar mítico de Sabazios, Cibeles, Isis, Ma-Bellona, Júpiter Heliopolitano, Mitra, Attis, Adonis… Reconozco una pasión especial sentida por las obras de J. Toutain o Franz Cumont…, que no fueron estudiosos de los antiguos cultos romanos, sino sus inventores. En efecto, si te lees el libro de Jaime Alvar Los misterios. Las religiones “orientales” del Imperio Romano (Crítica), verás que la obra empieza del siguiente modo: “Aunque resulte extraño, los “cultos orientales” del Imperio Romano sólo existen desde hace un siglo”. En concreto, Alvar indica su nacimiento en las conferencias que dicta Cumont en Oxford en 1905.
Antes que los “orientalistas” como Cumont y Toutain, estuvieron los evolucionista del XIX y toda la tradición folklorista que les sigue en esto de los “cultos a la fertilidad” de los antiguos –como pensaba que había quedado claro en clase– fueron los exponentes más significativos de la teoría que presentaba el catolicismo practicado como una colección de sobrevivencias, lo que Edward B. Tylor llamaba survivals. Esta premisa de que los católicos no hacían sino rescatar con su práctica del naufragio los más deleznables restos de la tosca religión de los gentiles y de que el catolicismo estaba siendo el refugio de una modalidad de religiosidad del todo incompatible con el espíritu racionalista, domina toda la primera etnología, ya se había expandido antes a lo largo de casi un siglo, a través de textos tan influyentes como los Sebillot, Saintyves, Van Gennep o Reinach.
Además, recuerda los párrafos que leí en clase de La Rama dorada (FCE), para que vierais todo su empeño en evidenciar la existencia de una fuerte analogía entre los cultos tradicionales de los rústicos europeos y las viejas religiones mistérico-orientales de signo “pagano”, hasta el punto que, de hecho, el cristianismo no reformado no podía ser considerado sino como una forma apenas modificada, disimulada, de religión pagana. En cierto modo, tal y como los protestantismos habían insistido en denunciar, los católicos no habían llegado nunca a ser cristianos. Fue así que las modernas ciencias sociales pasaron a constituirse en proveedoras de nutrientes ideológicos para el ánimo anticatólico. En efecto, la consideración provista por antropólogos, pero también de esa nueva disciplica llamada orientalismo y de la lingüística evolucionista en sus estudios sobre el mito de que el cristianismo no era una religión en absoluto original sino una simple imitación de las religiones precedentes (mitraísmo, osirismo, attismo, dionisismo...) conducía a la apreciación de que apenas existía diferencia entre los antiguos misterios de los idólatras y los modernos sacramentos católicos y, mucho más aún, de las toscas prácticas religiosas de los campesinos iletrados que resistían, como territorios interiores pendientes de ser colonizados, en la Europa contemporánea y éste era uno de los argumentos que con mayor énfasis repetían los antieclesiales en sus textos y discursos.
Algo parecido podría decirse de la apreciaciones sobre los semitas del presbiteriano heterodoxo Robertson Smith, el inicio de un discurso científicos sobre el banquete totémico que complicaba severamente a los católicos contemporáneos, practicantes de una modalidad de la manducación ritual -la eucaristía- no demasiado alejada de la atribuida a las sociedades "no elevadas". Era una información procedente de la especulación antropológica la que Elisée Reclus, uno de los teóricos más atendidos por los librepensadores del siglo pasado en España, manipulaba para redactar su capítulo "Los cristianos" de El hombre y la tierra (FCE), donde, entre otras cosas, se puede leer que "el arte llamado cristiano fue en realidad arte pagano..., aún de ese arte en que se inspiraba, sólo tomaba lo viejo y corrompido. Los cristianos no imitaban más que imitaciones y no copiaban sino copias".
Ese tipo de ideas se generaliza de manera absoluta en el librepensamiento reformista burgués del XIX y es asumido acríticamente, a través de la divulgación popular, por socialistas y anarquistas. En España, una de las más anticlericales novelas de Pío Baroja, El cura de Monleón, consagra casi la tercera parte de su extensión total a las autorreflexiones que el protagonista se hace a propósito de los impuros orígenes del cristianismo y que le llevarán finalmente a renunciar al sacerdocio para pasarse a las filas de la militancia socialista y anticlerical. Antes, Flaubert ya había dedicado todo un capítulo de Las tentaciones de San Antonio a las argumentaciones con que el demonio tienta al santo para que apostate, basadas en la similitud que hace indistinguible el cristianismo de los cultos gentiles que pretendía sustituir.
Obras orientadas en el sentido de negar la originalidad del cristianismo una tradición literaria vigente hasta ahora mismo alcanzan durante todo el siglo XIX y principios del XX un éxito extraordinario. Hasta las capas menos cultivadas las conocen y las integran a su patrimonio ideológico. Las ediciones en español de obras como El origen de los cultos, de Dupuis, o La ruinas de Palmira, de Volney, o las de Rousseau o Voltaire alcanzan en toda Europa tiradas grandiosas. En cuanto a Ernest Renan ‑autor también de la colosal Historia de los orígenes del cristianismo es difícil hacerse una idea de la extraordinaria repercusión que tuvieron las múltiples ediciones de su Vida de Jesús ‑50.OOO ejemplares vendidos en Francia tan sólo en seis meses, uno de los libros más leídos y discutidos del siglo XIX y que mereció a su aparición una ceremonia expiatoria en San Pedro, convocada por Pío IX. En realidad el libro no era otra cosa que una superficial y vulgarizadora versión de las conclusiones de los exegetas protestantes liberales alemanes de la época. Un gran divulgador del folclor como Jacob Grimm denunciaba como se había producido "una confusión entre los ritos paganos y cristianos, a la que se han dejado arrastrar algunos sacerdotes incautos y necios."
Más ejemplos. En Francia, el Mémorial Catholique informa que entre 1814 y 1828 se vendieron al menos dos millones de ejemplares de las obras de Rousseau y Voltaire. La historia del auge y caída del Imperio Romano, de Gibbon un tránsfuga del catolicismo al protestantismo están en la biblioteca de combate de infinidad de sindicalistas ibéricos y son parte informante importantísima en los ambientes librepensadores y regeneracionistas españoles, tal y como describía Mesonero Romanos, o como evocaba Abdó Terrades, al referirse al valor casi iniciático que tenían este tipo de lecturas: "Entre los colegiales de principios del XIX circulaban los libros de los filósofos prohibidos. De manos de los más adultos, que ya cursaban filosofía, aquellos versículos de emancipación circulaban a manos de los más pequeños que nos iniciábamos." Aramburu, un senador de principios de siglo denunciaba: "Parece mentira que en una nación como España donde se lee tan poco, tengamos traducidas al castellano casi todas las obras ateas extranjeras". Sorprende como esa línea de literatura anticlerical goce de tan buena salud como para dar lugar a una reedición, con tirada popular, de un clásico de la retórica desmitificadora a lo Volney, típica del siglo pasado y principios de éste, como La religión al alcance de todos, de Ibarreta, que podía comprarme no hace mucho –te lo prometo– en el Corte Inglés de Plaça Catalunya.
Si te interesa encontrar la genealogía directa de este tipo de postulados que, al margen de los descubrimientos empíricos y teóricos, aparece empecinada en repetir los mismo tópicos, la encontrarás sobre todo en los postulados anticatólicos de los whigs, los antecesores de los actuales liberales ingleses, que en el siglo XVII constituyeron la facción presbiteriana radical de los covenanters escoceses y se convirtieron en partido en 1833. Es interesante como formalizan la impugnación del ala más anticlerical de las Luces –Holbach, Voltaire, Volney…–. Léete, por ejemplo, al mismo Thomas B. Macaulay (Leyes de la antigua Roma, de 1842), o a la versión sino también de sus exponentes franceses, como Guizot (Historia general de la civilización en Europa, 1824). Verás cómo se desarrollan las especulaciones orientalistas del XVIII, según las cuales el momento civilizatorio actual tenía su reflejo en las condiciones del mundo antiguo, en el que los avances por la senda de la evolución social eran vistos como impulsados por la victoria sobre las tendencias arcaizantes de la paganía. Sólo había que sustituir a los peligrosos y disolventes "cultos orientales" por el valor "catolicismo".
Como ves, desde las asépticas instancias de su Ciencia, el antropólogo y el historiador de las religiones del XIX llegaba para aportar un esfuerzo especulativo de inmenso valor estratégico contra los peligros del ritualismo católico y de las perversas supervivencias que propiciaba. El mismo Tylor nunca disimuló su vocación liquidadora. Así concluye su Cultura primitiva cuando culminaba su Cultura primitiva (Ayuso) llamando a los antropólogos a practicar “una ciencia del reformador”.
La antropología, decidida ya a constituirse en una verdadera ciencia de los reformadores, como acabo de hacerte notar que exigía Tylor, había ido quizá demasiado lejos. Hay algo que ya sugiere Stocking en sus comentarios sobre Tylor y que tendría mucho que ver con los argumentos que ofrecen investigadores de la antigüedad como Detienne o J.L. Durand al presentar la mayor parte de las teorías sobre la mitología y la religión arcaicas como un colosal invento, situado en los límites de la estafa etnocéntrica. Las últimas averiguaciones serias sobre la vida ritual de los antiguos griegos, por ejemplo, pondrían en evidencia que la mayor parte de informaciones sobre el ritualismo pagano divulgadas hasta bien entrado el siglo XX y en muchos casos hasta ahora mismo‑, eran absolutamente falaces. Esta reconsideración es la que desemboca a su vez en la intuición de que no sólo era insostenible que las romerías marianas, las verbenas populares o el culto a los santos eran continuadores o imitación de la gestualidad pagana, sino todo lo contrario, que las evidentes similitudes que existían entre unos y otros, los cultos populares actuales y las prácticas del misterismo antiguo, eran la consecuencia de que para la imaginación de estos últimos, tal y como eran reconstruidos por historiadores y etnólogos, lo que se estaba tomando como referencia era la vida religiosa de los cristianos no reformados o insuficientemente reformados el caso de los anglicanos de aquel momento.
O sea, en resumen, Susana: no te creas nada. Si has decidido estudiar antropología que sepas que te condenas a ti misma a descubrir siempre el truco. Ya sé que es difícil soñar sabiendo que se sueña, pero tienes que empezar a acostumbrarte.