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Comentario acerca de la "Disgresión sobre el extranjero", de Georg Simmel, para Adela Nursi, doctoranda.
EL INMIGRANTE COMO VIAJERO QUE NUNCA LLEGA
Manuel Delgado
Acertaste en fijar tu atención sobre la "Disgresión sobre el extranjero", de Simmel, que tienes en su Sociología 2 (Alianza). La lucidez del texto reside en que da la clave del papel del inmigrante —forma radical de extrajereidad— en tanto que operador simbólico, en la medida en que resulta acreedor de un determinado atributo siempre denegatorio. Ello es porque, más allá de su función en relación al mercado laboral y su condición de víctima de la explotación, encarna una desviación por así decirlo lógica, una desviación de la norma se origina siempre en un exceso o en una carencia, pero especialmente en una deformidad que hace de él un ser distorsionado, dislocado, desquiciado, respecto de una normalidad de la que, en última instancia y paradójicamente, él vendría a ser garante. Al inmigrante se le podría aplicar lo que escribiera Claude Kappler en su Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media (Akal): “La Naturaleza se divierte: el monstruo no constituye, a priori, una negación o una duda del orden que ella ha instaurado, sino la prueba de su poder”.
Esa premisa –la del extraño
deforme como aval de la normalidad que niega o amenaza– es la que establece Simmel
cuando notaba cómo el extranjero hace concebible aquello que siendo ajeno, es
reconocido como presente. El extranjero es aquel, sostenía Simmel, que encarna el
contrasentido de un ser que está al mismo tiempo cerca y lejos: cerca físicamente,
pero lejos moralmente. Un habitante de otro país no es, en tanto permanezca en
él, extranjero; lo es, cuando está aquí, en ese lugar que no es el suyo, sino
el nuestro. Ni que decir tiene que esa virtud del extranjero –alguien que está dentro
pero que no pertenece al adentro, que sintetiza lo que es al mismo tiempo remoto
y próximo– en orden a representar todo tipo de peligros externos que se habían
conseguido introducir en el seno mismo de la sociedad. "El extranjero está
en el círculo, pero no pertenece a él", dice Simmel. Estando aquí no pertenece al aquí, sino a algún allí .
Está entre nosotros físicamente, es cierto, pero en realidad se le percibe como
permaneciendo de algún modo en otro sitio y encarnando las propiedades de ese
otro sitio que han viajado con él. O, mejor, se diría que no están de hecho en
ningún lugar concreto, sino como atrapados en un puro trayecto. Son motivos de
alarma, pero no menos de expectación esperanzada por la capacidad de innovación
y de cuestionamiento que encarnan, He ahí cómo la figura actual
del inmigrante es ideal para pensar la desorganización social desde dentro, o,
lo que es igual, para racionalizar todo un conjunto de signos negativos del presente
que, gracias a esa vecindad de lo completamente externo, podían ser explicadas
como consecuencia de su propia presencia contradictoria, lógicamente
inaceptable, imposible.
El lenguaje ordinario le
reconoce al inmigrante esa condición liminar o fronteriza, aplicada a un ser
humano que no es que esté en una frontera, sino que él mismo es esa frontera
que mantiene en todo momento separados y distinguibles el interior y el
exterior del sistema social. Al inmigrante –como al amante– se le asigna no por casualidad una
participo activo o de presente convertido en sustantivo. Él no es alguien que
haya cambiado de sitio, que antes estaba allí
y ahora está aquí, por mucho que lo
parezca, sino que es alguien que ya ha partido, pero todavía no le ha sido dado
llegar. Está como en una especie de limbo intermedio, moviéndose en su seno
hacia nosotros, pero sin arribar del todo. Es percibido conceptualmente como en
movimiento, en inestabilidad perpetua, aunque no esté desplazándose, aunque se
haya vuelto sedentario.
Bien podríamos decir que la
ideología que hace del inmigrante un viajero atrapado en ese exterior del que
nunca acaba de salir –es decir como alguien ajeno a ese interior en el que
está, pero en el que no ha acabado de entrar en realidad– se ha hecho, siempre al
pie de la letra, verbo entre nosotros.
No en vano, como sabes mejor que yo, el participio
activo es ese derivado verbal impersonal que denota capacidad de
realizar la acción que expresa el verbo del que deriva –inmigrar, en este caso– y que, en tanto que tiempo de presente,
implica una actualización de esa acción, una y otra vez renovada, la
reinstauración de una peregrinación inaugural que nunca culmina, que exige
verse una y otra vez repetida, sin alcanzar en ningún caso su destino final:
ese ahora y aquí en el que está, pero al que no pertenece.