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Comentario para Mikel Ortiz, colega del Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà, OACU.
Movimientos sociales en pos de la autenticidad social
Manuel Delgado
Nos interesan las fuentes de un tipo no de religión, sino de la ritualidad que forma parte de determinados imaginarios que están impregnando hoy por hoy los movimientos sociales. El asunto a dilucidar es cuál es el origen y el sentido de ese tipo de ritualística directamente asociada a experimentos de autenticidad social que son al mismo tiempo radicalmente subjetivistas y radicamente comunitaristas, sin que ello implique contradicción. Lo subjetivo, en efecto, se lleva mal con lo colectivo, pero no con lo comunitario.
Creo que debería empezarse en el momento en que, a partir de mediados de los 60, el izquierdismo contracultural abandonó casi por completo el pensamiento dialéctico y el materialismo para abandonarse a un lenguaje en que era fácil reconocer preocupaciones típicas del mesianismo protestante. Una izquierda juvenil que consideraba a la clase obrera y a sus partidos tradicionales como traidores, empezó a hablar entonces de «coherencia» e «integridad personales», de «compromiso personal», de «construcción de un mundo nuevo» y de una «nueva sociedad», de «toma de conciencia» entendida como una revelación psicológica del yo inmanente –lo que la que la contracultura llamaba awareness, «despertar», «lucidez»–, de «autorrealización», etc.
El resultado entonces fue una especie de izquierdismo nominalemte marxista o anarquista, pero del todo marcado por la influencia hippy y su nostalgia de los orígenes, unos orígenes imaginarios llenos de ritos. Todo siempre al servicio del advenimiento de la Era de Acuario.
En aquel momento, como ahora, en relación con la realidad de las ciudades, la contracultura y la Nueva Izquierda no dejaron de cultivar todos los lugares comunes del viejo rechazo nativista hacia la ciudad: nostalgia de los vínculos basados en el calor y la sinceridad –concretados en formas de convivencia presumidamente alternativas a la familia, como las comunas–, exigencia de una forma de vida más cercana a la naturaleza, desconfianza hacia la clase obrera –atrapada por todos los pecados de la civilización moderna–, denuncia del consumismo y la alienación mediática en términos de pecado...