Pañuelada en las fiestas de Lizarra. Tomada de http://www.estella-lizarra.com/estella-lizarra/fiestas/
Los discursos ocultos de las fiestas religiosas populares
Manuel Delgado
Entre el desconcierto y el desdén, el científico social ha solido observar el mundo de las tradiciones populares más bien como un agrupamiento de restos más o menos deformes y crónicamente insensatos, acerca del cual no cabía decir demasiado dada la naturaleza aparentemente irracional y arbitraria del material y de su organización. Como mucho, y al margen de los loables esfuerzos museísticos de los folcloristas, los antropólogos con mejores intenciones han generado algunas aproximaciones sociológicas, exasperadamente particularistas, rebosantes de prudencia, cuando no de auténtica mojigatería. Y eso ha sido en el mejor de los casos. Los tratamientos en términos de “supervivencias”, de “entidades desestructuradas”, etc., han sido abrumadoramente mayoritarios, aunque menos si se tu-vieran que computar todos los silencios despectivos o todas las claudicaciones por impotencia explicativa.
En todos estos casos hay un denominador común: la negación de que el campo semántico observado constituía un sistema y que los elementos que parecían pulular estúpidamente en su interior eran rasgos gramaticales del todo ordenables. Por descontado que existían poderosas razones que ha-cían comprensible una actitud así por parte de una disciplina tan acostumbra-damente servil respecto de la autoridad instituida como la antropología, por otra parte ella misma constitutiva de fuente de ideología oficial. Afirmar la solidez lógica de las prácticas folclóricas, muy especialmente las producida en el terreno de lo festivo, suponía y supone, reconocer que ese territorio del disparate vehiculaba una ideología cultural absolutamente coherente, que tenía poco o nada que ver con la hegemónica y que, además, se permitía el lujo de desplegar un ascendente moral y una capacidad de convocatoria participativa considerablemente mayor que ésta.
Existía por si fuera poco un agravante: la forma como estas costumbres se articulaban con la religión eclesial, aparentemente parasitándola, obligaba, caso de aceptarse su autonomía simbólica y la consistencia de su discurso, a reconocer contenidos inequívoca-mente asociados a lo sagrado. De esta manera, el conglomerado formado por unas prácticas y otras (las oficiales y aquellas otras que se le yuxtaponían y que eran designadas como profanas desde el dogma) no podía sino aparecer como un corpus religioso diferente, esto es, como “otra religión”. En este caso debía forzosamente ponerse en cuestión quien parasitaba a quien en los anudamientos del tipo liturgia romana-“religiosidad popular”.
Condenado así a convertirse en depósito oscuro y extraño de lo indigerible, el saber folclórico no ha dejado por ello de continuar proyectando sus ora ingenuas, ora delirantes y obscenas ilusiones mito-rituales en la superficie cuvicular de la fiesta. Allí, en los dominios extravagantes de la solemnidad popular, las palabras y los gestos antiguos retoman periódicamente posesión de su atávico poder sobre las calles y las plazas, sobre las acciones y los movimientos y sobre el tiempo. Reafirman de este modo opciones de actuación colectiva cuyo sofocamiento ha sido un continuado proyecto por parte de aquellos que, desde arriba y ajenos a su vocabulario, se veían obligados a escuchar resignadamente su voz alucinada, en la que, entre el desprecio y el escándalo, podían intuir la presencia obstinadamente exaltada por las masas “iletradas” de una cosmovisión y de una moral social que apenas disimulaba su alteridad.
Junto con los planes de destrucción, domesticación, saqueo, integración, etc., mediante los que se pretendía imponer la unificación cultural de la sociedad (en base, naturalmente, a los criterios de las clases dominantes), de-be incluirse la condición arcánica que interesadamente se ha atribuido al importante espacio cultural habitado por las prácticas culturales tradicionales, contenidas con frecuencia en el particular universo de la fiesta. Los pocos investigadores que se han decidido a penetrar en el laberinto simbólico de la festividad popular con voluntad sinceramente científica lo han hecho, a lo sumo, para concluir su diagnóstico en términos que inevitablemente solían ser de “integración social”, “organización local”, “límites comunitarios”, etc. Este tipo de exégesis no contrariaba en nada la idea que asignaba a los contenidos formales y procesuales de las fiestas una naturaleza irredentamente estrafalaria e insensata. Por supuesto que continuaban existiendo graves escrúpulos a la hora de ver que los simbolismos folclóricos estaban vivos y su existencia era lógica y que formaban parte de una sólida, poderosa y autónoma coherencia mecánica.
Sólo liberado del servilismo respecto de la visión inevitablemente descalificadora que la cultura oficial tiene acerca del folclore religioso, puede el estudioso proveer este campo, habitado casi de forma crónica por la confusión, de reflexiones prácticas operativamente útiles en orden a : 1º, elaborar cartografías lo más completas posible del mundo simbólico popular en un marco cultural ampliado al máximo en las que quede reflejado el alto nivel de consistencia y homogeneidad temático-repertorial de que está dotado ; 2º, dilucidar la racionalidad de los comportamientos simbólicos tradicionales, esto es, poner de manifiesto las leyes lógicas ocultas que motivan la necesidad de existir eficazmente que tienen, incluso en ambientes históricos hostiles, y 3º, avanzar en la clarificación de qué tipo de ideología cultural están soportando y vehementemente defendiendo las actuaciones mitológicas y culturales de las denominadas “clases subalternas”.
Esta es la dirección que pretende tomar este trabajo sobre el simbolismo de las fiestas estellesas de la Virgen del Puy. Su punto de partida no puede ser, pues, otro que el de tratar los componentes festivos, al margen de su consideración dogmático-religiosa, por un lado como partes de un conjunto sistémico a su vez articulado en el seno de una red más amplia (la del universo simbólico de tradición popular), y por otro como vehículos de acción de una determinada legislación social y como expresiones de la institución religiosa en la cultura.