"La Virgen y las almas del Purgatorio", de Pedro Machuca (1517) |
Notas para la doctoranda Sibila Vigna Vilches, enviadas en marzo de 2013
SOBRE EL PURGATORIO, LOS ESTADOS BARDOS Y OTRAS FORMAS DE TERCER LUGAR
Manuel Delgado
Es sobre lo que hablamos acerca del Purgatorio como lugar intermedio entre el mundo terrenal y el Infierno o el Paraíso al que van destinados respectivamente los justos y los pecadores. Sería una zona interpuesta y provisional entre mundo y transmundo el reconocimiento de la cual implica una determinada idea del perdón y la expiación, de la que dependen la salvación o la condena de los difuntos. Es cierto que la noción de Purgatorio y la palabra misma no aparecen antes de algún momento de la segunda mitad del siglo XIII, tal y como Jacques Le Goff –y no Duby, como te dije por equivocación– nos ha puesto de manifiesto en su fundamental génesis de esa región intermedia (El nacimiento del Purgatorio¸Taurus). De todos modos, ese lugar limítrofe que han de atravesar los muertos o en el que han de permanecer por un tiempo siempre limitado había tenido expresiones anteriores que merece la pena tener en cuenta. Acaso la analogía más pertinente cabría establecerla con el Sheol hebreo, a medio camino entre la tierra y el Gehenna donde residen para siempre los condenados y al que está unido a través de un agujero. El Sheol aparece mencionado en varios de los libros del Antiguo Testamento como un mar de tinieblas al que se desciende para luego emerger hacia el reino de la luz. Daríamos con otras aproximaciones más pálidas a la existencia de un lugar de estancia provisional de las almas en textos apócrifos como el Libro de Henoch¸en el cuarto Libro de Esdras o en las Apocalipis de Pedro, Esdrás o Pablo.
La aceptación oficial de existencia de una región intermedia
entre la vida y el Cielo y el Infierno en el cristianismo fue complicada, sobre
todo por la carencia de una alusión del todo explícita en los textos sagrados o
en el pensamiento patrístico. Recuérdese que las iglesias orientales –excepto
la copta– no reconocen su existencia y, como veremos de nuevo enseguida, la
Reforma encontró precisamente en su rechazo uno de los elementos centrales para
romper con Roma. No sería el caso de otras religiones escatológicas como el Islam,
que encontraría en el Barzaj un estadio parecido. Otro paralelismo es viable
con el Hamistagan del zoroastrismo, heredero del infierno mazdeo, cuyo
parentesco con el Purgatorio cristiano reside en su temporalidad.
Fue un largo proceso –cuyas etapas ha reconstruido Le Goff
en su referido clásico– el que llevó a la Iglesia a formalizar doctrinalmente
el Purgatorio como lugar en que se producía la expiación de los pecados y se obtenía
el perdón divino. Sus argumentos tenían que ver con ciertas alusiones vetero y
neotestamentarias a la posibilidad de purgar las faltas terrenales –lo que la
Iglesia definirá como pecados veniales– o con referencias poco concretas de
autores como San Agustín. El reconocimiento eclesial del Purgatorio tuvo que
beber en fuentes apócrifas y populares para levantar una topografía del más
allá en que cupiera esa región física como entidad territorial que actuaba a la
manera de antesala en que los difuntos no debían limitarse sólo a atender –como
en el caso de ese otro espacio intermedio que es el Limbo–, sino en el que
habían de someterse a algo así como una ordalía o prueba de fuego de la que
dependía su salvación o perdición.
La naturaleza singular del Purgatorio–y de ahí su
trascendencia socio-histórica– es que responde al principio según el cual los
allí residentes puede obtener la salvación gracias a la actuación de los vivos,
ya sea a través de rogativas, peregrinaciones o sufragios. Que los mortales
puedan literalmente pagar su salvación o aliviar su condena, incluso después de
muertos mediante la correspondiente cláusula testamentaria, va a ser clave para
que la Iglesia ejerza su poder como receptora y administradora de ese rescate.
El poder de Dios sobre el más allá también aparece entonces mediatizado por el
poder de la institución eclesial en el más acá, poder del que la Iglesia
obtendrá pingües beneficios a través de lo que llegó a ser en la Edad Media una
auténtica banca de las indulgencias, de la que dependieron en buena medida las
arcas del papado. De hecho, la Reforma, como se sabe, nace justo de esa
denuncia del tráfico de indulgencias como forma de enmendar los pecados y
obtener la salvación, que se generaliza como una forma mediante la que la
Iglesia financia la construcción de templos y todo tipo de empresas y cruzadas.
La crítica de Lutero contra Julio II o, un siglo antes, de Jan Hus contra el
ilegítimo Juan XXIII fue en esa dirección, continuando y radicalizando la
denuncia de valdenses, albigenses y cátaros contra toda idea de intermediación
eclesial en el proceso judicial transmundano al que se han de someter las almas.
De ahí que la impugnación de la existencia del Purgatorio –lo que Lutero
llamará despectivamente “el Tercer Lugar”– será el asunto central en torno al
cual girará la revolución cultural protestante, de la que habrá de surgir a su
vez una visión alternativa sobre el papel del recién inventado sujeto a la hora
de ejercer el don del sacerdocio personal también a la hora de juzgar los
propios actos, incluso en el momento de la muerte y aún después.
No olvides que las Ánimas Benditas del Purgatorio y
especialmente de Celestina Abdégano, el Ánima Sola es uno de los más intensos y
generales cultos populares en latinoamérica. Recuerda que te hablé de ella en
un correo anterior. Tenla en cuenta.
Luego te hablé de los estados bardos, asociada a la idea de
karma, aquello que en las relígiones védicas debe limpiar si quiere morir de verdad y dejar que su
consciencia alcance su plena autonomía respecto del cuerpo. En efecto, el karma
es esa energía inefable que es la consecuencia de las acciones buenas o malas
de cada cual y de la que depende la suerte del individuo en cada reencarnación,
puesto que no existe ninguna entidad sobrenatural que juzgue, perdone o
castigue, desde fuera y desde arriba, las actuaciones individuales –pero
también las palabras y los pensamientos–, siendo el propio actor quién elige
entre hacer, decir o pensar una cosa u otra y asume las consecuencias que de
ello se deriven.
El bardo
es un estado intermedio en el que las personas moribundas o recién fallecidas
son colocadas ante la bifurcación desde la que se encaminarán hacia el Nirvana
o hacia el Samsara, esto es a la paz eterna y liberación total o a la condena a
no morir, es decir a renacer. En esta ubicación de intersticio el transeúnte se
ve confrontado a una sucesión vertiginosa de imágenes que son proyecciones del
karma y que le apartan de la visión de la luz de la consciencia cósmica en la
que desearía disolverse para siempre. Aparecen entonces monstruos o divinidades
pavorosas que no tienen existencia real, puesto que son sombras de nosotros
mismos y del mal que hemos hecho en vida, tan intensas y dolorosas como pudieron
ser nuestras acciones reprobables anteriores. Si luego del periodo de estancia en
ese estado no se ha conseguido la liberación, se reinicia el ciclo de las
tribulaciones terrenales y con ellas un nuevo ciclo del karma. Es ese regreso
en forma de algo análogo a una pesadilla es lo que brinda una posibilidad de
liberación que conduzca al Nirvana o disolución definitiva o, caso de no vencer
los distintos retos y peligros que se presenten como consecuencia de revivir
impulsos negativos, a regresar a Samsara o encarnación mundana, a veces incluso
bajo una forma detestable.
Esos
avatares mediante los cuales se producen la maduración espiritual del fallecido
y su destino en forma de salvación o de reencarnación están descritos en el ya
referido Bardo t’os sgrol. Se trata
de un gterma-texto o
texto-tesoro,
atribuido a Padmasambhava,
el fundador de la escuela Nyingma en el siglo VIII, siendo Karma Ligpa a quien
le correspondería el descubrimiento del manuscrito original en el XIV. La
traducción inglesa de W. Y. Evans-Wentz publicada en 1927 fue el primer paso
para la divulgación de un libro en Occidente que a finales de los 60 inicia un
proceso de franca popularización, cuando menos en el contexto del interés
creciente por las filosofías orientales que acompañan la contracultura. La obra
está concebida para ser
leída a los muertos o moribundos para que puedan superar la fase de transición
que se abre una vez el espíritu ya no está en el cuerpo y en orden a ayudarle
en su camino hacia la salvación, salvación entendida como reintegración en una
pura intelectualidad sin forma ni límites, un paraíso de plenitud inmaterial
cuya representación es una luminosidad
–Chii eussel– en la que el fallecido redimido se sumerge para confundirse con ella.
Para que ese camino hacia la luz culmine con éxito, el neófito –puesto que el
libro no hace sino guiar un rito iniciático– ha de encarar una serie de situaciones
que, de no ser superadas, le llevarían a continuar atrapado en la rueda de las reencarnaciones.
De ahí que
al libro se le suela asignar la traducción literal de "El gran libro
de la liberación natural mediante la comprensión en el estado intermedio”,
puesto que es entender de lo que se
trata, y de entender la naturaleza última de la propia experiencia vital,
mediante un enfrentamiento con sus aspectos más negativos. Esa visión
retrospectiva sobre uno mismo en lo que consiste el estado intermedio o bardo
está dramatizada en diversas alucinaciones críticas en las que intervienen todo
tipo de fantasmas y monstruos, que no son otra cosa que proyecciones propias
con las que el viajero debe vérselas para dejarlas definitivamente atrás. Ese
repaso se lleva a cabo mediante una técnica narrativa –propia de la escuela
hindú de los Savastivadins, que se desarrolla sobre todo en el norte de la
India desde principios de nuestra era cristiana– muy parecida a una película,
con una sucesión rápida de secuencias vitales que confunden los tiempos y
colocan al iniciado ante cuadros escénicos en que se le aparecen, distorsionadas
y como una pesadilla, momentos de su vida pasada.
El bardo o estado intermedio es, entonces, aquella fase en la que lleva a
cabo, por parte del propio transeúnte ritual, un verdadero cálculo de la vida anterior.
Se trata de que el muerto o moribundo descubra que los seres monstruosos y las
situaciones que tanto miedo y ansiedad le producen no son otra cosa que
emanaciones de su propio espíritu. El lama que conduce el tránsito recitando el
texto invita al neófito a repasar su vida: “¡Oh, noble! Aparecerá ante ti una
luz esencial. Evoca tus experiencias pasadas” (las citas son las de la versión de Tucci de El Libro de los Muertos Tibetano, Mediodía). En ese
momento “el principio consciente sale fuera del cuerpo y no sabe si el cuerpo
donde estuvo está vivo o muerto”. Es un “cuerpo ilusorio”, asociado a
una “gran lucidez mental” sobrevenida. En esta existencia intermedia “aparecen
las distintas imágenes ilusorias debidas al karma… Es cuando le parece oír
sonidos y ver luces, fulgores: tiene miedo, espanto y terror y se siente
perdido”. Es entonces, es en ese auténtico descenso a los infiernos, cuando se
hace preciso ser capaz de hacer que se desvanezcan tales apariciones aterradoras,
reconociéndolas como imaginaciones propias. “El varón y la mujer, la lluvia
negra y los torbellinos, el estruendo del trueno y las imágenes pavorosas y
terribles, los fenómenos del mundo y de la imaginación, todo en verdad es ilusión.
¡Qué vale interesarse por ello, que vale temerlo! Nada de lo que se manifiesta
es real. En el pasado no acertaste a comprenderlo así, por lo cual ahora
consideras existente, aunque no lo sea, a toda cosa fuera de ti”. La superación
por el conocimiento de esas “angustias pavorosas de la existencia intermedia” y
por la sabiduría que permite apartarte de “las luces no deslumbrantes” que son
las de la propia confusión mental del pasajero ritual, es lo que da acceso a la
beatitud de una participación plena de lo absoluto y el fin de la rueda de las
transmigraciones.
Es, como
te dije, por la vía de la fascinación por las filosofías orientales y la nueva popularidad del Libro de los
Muertos Tibetano en el contexto de la contracultura de finales de los 60 del
siglo pasado que llegamos a la new age y su predilección por este tema de los
estados intermedios entre la vida y la muerte. De hecho La conspiración de Acuario, de Marilyn
Ferguson, ya se incide en esa centralidad de lo que en la práctica constituye
una vindicación del derecho y la necesidad de morir real y definitivamente, de
una vez y para siempre, como prueba, paradójica si se quiere, de la
supervivencia de la consciencia a la corrupción de la carne. Ten en cuenta que las
experiencias cercanas a la muerte se han conformado, a partir de finales de los
80, en toda una industria, al menos en Estados Unidos, con concreciones como las
ECM, las near-death experiences. El
éxito de la IANDS, la Asociación Internacional de Experiencias Cercanas a la
Muerte, es la prueba más palpable del interés de la espiritualidad acuariana
por la vivencia del final físico, con productos de marchandansing tan exitosos como
unas camisetas de color marrón en la que se combinan las imágenes de un túnel y
los signos del ying y el yang taoístas.