La foto es de Parco Ducale |
Fragmento de
la conferencia Espacio público: de
espacio social a representación del espacio, pronunciada en el ciclo A
Cidade Resgatada, organizado por la Ordem dos Arquitectos – Seção Regional
Norte, Oporto, mayo 2013
UN PUENTE ES UN HOMBRE CRUZANDO UN PUENTE
Manuel
Delgado
Tiene
razón Georges Perec cuando concluye su Especies de espacios estableciendo que
el espacio no es sino una pregunta, una duda; no puede ser nunca una evidencia,
salvo cuando es marcado, designado. Hay que decir de él algo, ponerle
“apellido”, para que pueda existir, puesto que sólo existe cuando es calificado
con alguna otra palabra que le permita, como diría Perec, encarnarse. En
efecto, el espacio es, en la tradición filosófica kantiana, una virtualidad
pura. Kant habla en concreto de espacio
abstracto o espacio puro, para referirse a entendido como aquél en el que, en última
instancia, todo movimiento puede ser pensado. Para Kant, en efecto, el espacio
abstracto o puro no es un concepto sino un a priori de cualquieespr forma de
sensibilidad o percepción del mundo exterior. Escribe Kant en su Crítica de la razón pura: “El espacio
es, pues, considerado como condición de posibilidad de los fenómenos, no como
una determinación dependiente de ellos, y es una representación a priori en la que se basan
necesariamente los fenómenos externos”. Lo que se traduce en una regla
universal y sin restricción: “Todas las cosas, en cuanto fenómenos externos, se
hallan yuxtapuestas en el espacio”. De ahí que Simmel, recogiendo esa
definición de Kant, establezca que el espacio no es otra cosa que “la
posibilidad de juntar”. Julio Cortázar lo expresa muy bien en un momento de su Libro
de Manuel: “Porque
un puente, aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea un puente hacia
y desde algo, no es verdaderamente un puente mientras los hombres no lo crucen.
Un puente es un hombre cruzando un puente, che."
Ello
implica que el espacio existe, pero en realidad no podemos decir nada de él,
puesto que no podemos saber tampoco nada acerca suyo. Sabemos que está ahí,
pero sólo podemos medirlo, decirlo o pensarlo como algo que surge de la
apropiación que lo recorre o lo ocupa, o del discurso o imagen que a propósito
suyo hagamos. Se parece a conceptos que la semiótica o la semiología han
propuesto, como, por ejemplo, el substancia
en Saussure, el magma inorganizado y anterior cuyos elementos escogidos
contraen funciones con el principio estructural de la lengua, al que se le da
forma de un modo específico en cada lengua y del que no existe ninguna
conformación universal, sino únicamente un principio universal de conformación.
El sentido por sí mismo está sin conformar; por sí mismo no está sujeto a
conformación, sino que es simplemente susceptible de conformación, de cualquier
conformación, sea la que sea. El sentido es, por tanto, en sí mismo inaccesible
al conocimiento puesto que el requisito previo para el conocimiento es el
análisis de algún tipo; el sentido sólo puede conocerse a través de una
conformación y carece de existencia científica fuera de ésta. De hecho, bien
podría decirse que el sentido es insensato :
no tiene sentido. En la glosemática
de Hjelmslev el equivalente lo constituiría la materia. Definido el signo como aquello que está en lugar de
cualquier otra cosa, la materia es justamente esa “cualquier otra cosa”. Se
trata de el magma inorganizado, amorfo, indeferenciado y anterior cuyos
elementos escogidos, contraían funciones con el principio estructural de la
lengua. Es lo que Lacan y Lévi-Strauss llamarían lo Real, lo opuesto a lo
Imaginario, Y, ¿qué es lo Real? : “¿Lo real... ? -contestará
Lacan- : lo real, ni se sabe.
Una última analogía sería la que el marxismo, de la mano de Fredrich Engels y
su Dialéctica de la naturaleza,
presenta de naturaleza como lo
anterior a la producción, pero que tampoco puede ser concebida ni concebida
sino una vez transformada en producto humano.
La ocupación del espacio no implica que el espacio
sea un contenedor vacío que espere la irrupción en él de algo o de alguien. Es
el cuerpo el que hace el espacio que ocupa. Es la acción corporal, la energía
corporal la que desprende su propia territorialidad efímera. La ocupación del
espacio es entonces despliegue de cuerpos en movimiento. Cada cuerpo es un
espacio y tiene un espacio, espacio para la relación y para el movimiento. En La producción del espacio, Henri Lefebvre
entendió bien cómo el cuerpo genera simetrías, se impone como un eje que
establece a partir suyo una izquierda y una derecha, un arriba y una abajo, un
aquí y un allí, lo que está y lo que no está, un ahora, un antes y un después.
El cuerpo deviene entonces sus propiedades más matemáticas: aplicaciones,
funciones, operaciones, transformaciones... sobre o con relación a algo o
alguien que está delante o detrás, lejos o cerca, antes o después de mi cuerpo.
“El ‘otro’ está ahí, delante de Ego (cuerpo ante otro cuerpo). Impenetrable,
salvo para la violencia - o para el amor. Objeto de dispensa de energía, de
agresión o de deseo. Pero lo externo
es también interno, en tanto que ‘el
otro’ es también cuerpo, carne vulnerable, simetría accesible”.
Estar ahora cerca, pero más tarde lejos;
presentarme en este momento, aquí, donde hace un momento no estaba y no había
nadie o había otro u otra; estar, luego no estar. El cuerpo viviente, como la
calle, no cristaliza jamás, no puede detenerse, no descansa, ni duerme...