Mchel Leiris fotografiado por Brasai en 1962 |
Articulo publicado en el suplemento de libros de La Vanguardia, el 1 de julio de 1990
PRESENCIA DE LA ANTROPOLOGIA
Manuel Delgado
No hay duda de que la antropología atraviesa una grave crisis. Se extiende dentro de la profesión un estado de ánimo cada vez más perplejo y confuso, que no es sino el reflejo de la disolución del objeto tradicional de estudio para la etnología, los pueblos llamados “primitivos”, así como la ya irreversible imposibilidad de delimitar con claridad los contornos de la disciplina. Los antropólogos son cada día más incapaces de explicar en qué consiste la especificidad de sus saberes y menos aún cuál es el destino último del tipo no menos inhalable de indagaciones que propician. Como suele decirse no sabemos ni lo que somos ni adónde vamos.
Y he aquí la paradoja, pues a pesar de la indisimulada situación de desorientación generalizada en que los antropólogos se hayan, o quién sabe si por su causa, sus opiniones y peritajes aparecen por doquier cotizándose al alza. Hace tan sólo algunos años hubiera resultado impensable encontrarse con la frecuencia actual de desembarcos antropológicos lejos de sus habituales reductos académicos. Dominados por el desaliento y por el olor a fracaso en sus entrañas, la antropología conoce al mismo tiempo una consideración pública inédita.
Esta aparente paradoja desemboca en el excelente momento por el que atraviesan las ediciones de literatura antropológica en lengua castellana. Acompáñeme el lector en un breve paseo por parte del magnífico paisaje editorial que se extiende ante nosotros.
En primer lugar resulta justo llamar la atención sobre la contribución de la asturiana Júcar en orden a dar a conocer grandes clásicos, injustamente desconocidos para el gran público. Es el caso del legendario “Diario de campo” que Malinoswki escribiera paralelamente a sus “Argonautas del Pacífico occidental”, una de las más preciosas aportaciones al esclarecimiento de la naturaleza última del trabajo de campo en antropología. Se sabe también que prepara la aparición de otras tres joyas: “Lo exótico es cotidiano”, de Georges Condominas; “África fantasma”, de Michel Leiris, y el indispensable “Naven”, de Gregory Bateson. También acaba de brindarnos dos compilaciones cuya divulgación en España empezaba a ser urgente: “La función simbólica”, de Izard y Smith, excelente colección de ejercicios de antropología estructural, e “Historias de la antropología”, recorrido que, bajo la dirección de Britta Rupp-Eisenreich, somos invitados a hacer por los razonamientos etnológicos del periodo comprendido entre los siglos XVI y XIX.
Gedisa, por su parte, ha distribuido sus novedades en antropología entre sus diversas colecciones. De nuevo del gran Bateson, la obra de etnología religiosa que escribiera en colaboración con su hija, Mary Catherine, “El temor de los ángeles”, incluida en “El mamífero parlante”. También de Mary Catherine Bateson, la evocación de su padre y de su madre, nada más y nada menos de Margared Mead, “Como yo los veía”, incorporada a su colección de biografías. Y, por último, un curiosísimo libro de confesiones del africanista Emmanuel Terray, identificado con la antropología económica de orientación marxista y que ahora se descuelga con un superintimista libro: “Esa eterna fugitiva. Cartas del recuerdo y la nostalgia”, que aparece en la literaria “Esquinas”.
Otra compilación, esta vez española y propiciada por Anthropos, bajo la dirección de Álvarez Santaló, Buxó y Rodríguez Becerra. Se trata de la monumental “La religiosidad popular”. A esta obra hay que añadirle, por lo que hace a esta fértil editorial barcelonesa, uno de los escasos trabajos etnográficos publicados por un compatriota: “Simbolismo y poder”, de Ángel Montes del Castillo, a propósito de una comunidad pucará en los Andes ecuatorianos.
Apasionante el trabajo de etnozoología que, bajo el título de “Rodeo” y publicado por Lerna, Elisabeth Atwood Lawrence consagra a los ritos de doma protagonizados por los cowboys del Oeste americano actual. Una de las escasas incursiones de nuestras editoriales en ese mundo fascinante de las relaciones entre cultura y reino animal.
Destaquemos también la reaparición de Anagrama en el ámbito de las publicaciones de etnología, con un nuevo libro de J.R. Llobera, “Caminos discordantes”, ensayo de historia de la antropología que incluye una valiente reconsideración acerca del pensamiento de Gobinau y con el genial “El antropólogo inocente”, lucidísima y desternillante reflexión sobre el cruce de incordios entre etnógrafo e indígena.