![]() |
Fotograma de ·"El confesor", de los hermanos Baños (1920) |
Comentario para Enzo Bruno, doctorando.
EL CURA ENTRE TÚ Y YO
Sobre una forma de infidelidad femenina en la literatura española contemporánea
Manuel Delgado
Es obre lo que te comentaba sobre el tema del "cura entre tú y yo". Es uno de los asuntos de la imaginación anticlerical del siglo XIX y principios del XX, y sin duda sería fácil encontrar vigencias. Se trata de lo extendida que estaba la crítica al clero por su papel disolvente respecto del orden familiar y por su condición sediciosa en relación con la autoridad patriarcal. Se insiste en que el clérigo divide a las familias, dirige a las mujeres contra los hombres, asegura su dominanción en el hogar . En la guerra entre los sexos, él está del lado de las mujeres contra los hombres, que traen los pies fatigados y la preocupación por el porvenir. Jules Michelet, en La bruja, había planteado la realidad de las brujas‑monjas del XVII y XVIII francés como la de un "rebaño de mujeres, entregadas a la fascinación natural de un hombre", un tópico en el que el sociólogo de la religión Le Bras incurría un siglo después, en el célebre Coloquio de Royaumont, cuando, en relación también con el jansenismo, sostenía que la responsabilidad de los desequilibrios mentales de aquellas mujeres le correspondía a "su confesor, su director espiritual, quien las movía". Rosa Brunso iniciaba un artículo suyo en las páginas del órgano del Secretariado Femenino del POUM: "Nosotras, arrastradas por las doctrinas estúpidas del catolicismo...". Variantes, como ves, del tan recurrente tópico de la maleabilidad/docilidad femenina, o, lo que es lo mismo, de la imbecilidad crónica e irreversible de la mujer.
Por doquier puedes encontrar ejemplos de cómo
la literatura realista española de los siglos XIX y XX recoge estas fantasías
donde el clero aparece como un factor de desestabilización familiar y como
socavador del orden patriarcal y, sobre todo, la forma como ésto constituía
un grave perjuicio para el triunfo de los ideales que tenían como enemigo
irreconciliable a la Iglesia. La mujer es mostrada como algo así como una
quinta columna, dispuesta a sabotear, desde la retaguardia misma, los éxitos
de la lucha por el progreso y a socavar los avances hacia una modernización de
lo privado. Pérez de Ayala, en A.M.D.G., brinda el caso de uno de sus protagonistas,
el jesuita padre Cleto Cueto, entregado a una labor de zapa en la propia
intimidad de los anticlericales. El padre Cueto, "cultivaba a los políticos
de la derecha y, poco a poco, había conseguido hacer hijas de confesión a la
mayoría de mujeres de los políticos de izquierdas, a las cuales tenía muy bien
adoctrinadas en punto a la conducta doméstica." Hay infinidad de
ejemplos.
Recuerda al confesor de Palabras y sangre, de Papini, que era "sensible al corazón
femenino", exactamente la misma virtud que Marañón atribuía al sacerdote
de su Amiel. En ese sentido, la
misoginia "científica" del XIX no dejó de hacer notar la gran
ventaja que en el conocimiento y control de las féminas tenían los curas
católicos sobre sus colegas protestantes, hasta el punto que Moebius, en su La inferioridad mental de la mujer, no
duda en comparar al sacerdote latino con el ginecólogo en su aptitud para
"adentrarse" en la vida privada de las damas.
Como muestra, te he copiado un momento de La forja de un rebelde, donde Arturo
Barea nos presenta a un sacerdote convertido en algo así como un paladín de
los intereses femeninos: "Al padre prefecto le quieren todos los chicos y
todo el barrio. Es un viejecito muy tieso, con el pelo blanco rizado en
caracoles. Las mujeres del barrio vienen a contarle todos sus apuros. Unas para
que le den comida en el colegio al chico, porque no tienen dinero. Otras,
para que le den ropa. Algunas le cuentan en confesión sus disgustos con el
marido, y entonces él se va por la tarde a visitarlos en las casas de vecindad
y les suelta un sermón a los maridos porque se emborrachan o porque le pegan
a la mujer y a los hijos... Así que cuando va por la calle de Lavapiés le
saluda todo el mundo, y hasta las verduleras, que siempre están blasfemando,
vienen a besarle la mano."
Otro ejemplo. Miguel de Unamuno, en San Manuel Bueno, dibuja una situación
de este tipo, cuando muestra el liderazgo que el sacerdote protagonista
ejerce sobre la comunidad de mujeres. En un momento dado, Lázaro, el personaje
librepensador de la obra, exclama escandalizado: "Cuando se percató de todo
el imperio que sobre el pueblo todo y en especial sobre nosotras, sobre mi madre y sobre mí, ejercía el santo varón
evangélico, se irritó contra éste. Le pareció un ejemplo de la oscura
teocracia en que él suponía hundida a España. Y empezó a borbotar sin descanso
todos los viejos lugares comunes anticlericales y hasta antirrelegiosos y
progresistas que había traído renovados del Nuevo Mundo.
‑En
esta España de calzonazos ‑decía‑ los curas manejan a las mujeres y las
mujeres a los hombres... "
Este tipo de consideraciones
sobre el cura como usurpador de la autoridad del marido y que, como el texto
tan divertido que me mandabas, pone la religión entre los cuerpos, aparecen centrando de manera casi obsesiva toda la
literatura de vocación reformista de la segunda mitad del siglo XIX y de las
primeras décadas del XX. Lo interesante es que la literatura española de la
época lo que hace es desarrollar una curiosa variedad de un tema tan recurrente
en la literatura realista europea del periodo –Tolstoi, Flaubert, Henri James,
Ibsen– como es la de la mujer adúltera. Caí en la cuenta leyendo un libro que me
pareció magistral al respecto, y que me acuerdo que encontré reventado de
precio en una librería de lance: Biruté Ciplijauskaité, La mujer insatisfecha. El adulterio en la
novela realista (Edhasa). Entonces a lo que he llegado es a la conclusión
de que aquí el cura juega ese papel de atender los requerimientos de esa mujer
insatisfecha, no solo en el plano sexual, sino también en el sentimental, como
aquel hombre que escucha y atiende, y a quien poder confiar secretos.