Reseña de Alberto Cardín. Lo próximo y lo ajeno. Icaria, Barcelona, 1990, publicado en Babelia, suplemento literario de El País, el 20 de mayo de 1990.
EN UN PRESENTE REMOTO
Manuel Delgado
De entre sus practicantes
nacionales, Alberto Cardín parece ser el más predispuesto a ilustrar la
paradoja de un disciplina, la etnología, que ve crecer el ascente de su manera
de conjugar el ahora a la vez que se extingue el objeto de estudio que justificaba
hasta hace poco su existencia, esto es, los pueblos llamados primitivos. En
efecto, su última compilación de artículos, como ya ocurriera con Tientos etnológicos (Júcar, 1988), nos advierte de las virtudes
clarificadoras de la mirada antropológica aplicada sobre paisajes humanos muy
alejados de sus territorios de jurisdicción tradicional.
Así, Cardín nos insta a
acompañarle en un itinerario originado en el artilugio conceptual cultura, y que recorre cuestiones
heteróclitas, casi siempre resueltas de forma sorprendente: el asociacionismo gay como fórmula de integración de
conductas sexuales inconvenientes, la teología
de la liberación y su parentesco con el integrismo islámico, el asalto al
poder por parte del estructuralismo o cierto pensamiento posmoderno como
variante del tocomocho. Todo ello
aderezado con pronunciamientos acerca del binarismo griego, el canibalismo
azteca, Japón, Blade Runner, los
pesebres catalanes, o el confucionismo de Mo Ti, incluyendo una alucinante
crispada entrevista con Lévi-Strauss.
Pero no se trata sólo de
elogiar a Cardín por la versatilidad de sus puntos de mira ni por sus virtudes
de ágil saltimbanqui intelectual. Es más y otra cosa. Lo que de veras importa
de su trabajo es la vocación desenmascaradora que despliega.
Vivimos en una era
extraña de la que el sentido parece haberse replegado. El antropólogo,
entrenado en desvelar las artimañas de la cultura, no da abasto ante un orden
de lo real que es como un prestidigitador pésimo al que, sin embargo, nadie
parece verle sus malísimos trucos. Es verdad que toda cultura es una
constelación de representaciones imaginarias, un dominio del simulacro en que
toda esencia es en esencia un fraude, pero nunca el fraude en sí había sido
elevado a los altares de la trascendencia, ni jamás habíamos visto organizar en
torno suyo un culto. Somos habitantes de una colosal tomadura de pelo.
El antropólogo, curtido
en lo extravagante y lo exótico, pero a la vez identificado con una cultura de
la que él mismo es un singular producto, puede ejercer a la perfección su
habitualmente teciturno saber. De manera imprevista, halla en su propia
sociedad la dimensión precisa de su capacidad reveladora, puesto que en ningún
otro lugar le había sido tan factible sentirse, como exige su trabajo, distante
y cercano ante un universo cultural que, siendo suyo, se la antoja inmensamente
remoto.
La reflexión etnológica,
ese pensamiento lábil que reclama Cardín, puede ejecutar así su habilidad para
desarticular estrategias, señalar lo que de repetición hay en lo presuntamente
nuevo y delatar no tanto los embaucamientos con que nos quieren seducir, sino
su miseria y la penosa torpeza de sus mecanismos. Poniendo al servicio de la
crítica cultural sus recursos disciplinarios y retóricos, asume así el papel
que este final de todo que nos asedia le otorga crecientemente, que es el de
proporcionar desde dentro una propuesta ontológica que conteste las actuales
condiciones del mundo.
Cardín está entre los
que, cínicos y lúdicos, hablan de aquí como desde el exilio y se consagran,
desactivado y abolido el futuro, a profetizar un presente con el que ya no es
posible la reconciliación. En cualquier caso, Lo próximo y lo ajeno sitúa al lector en una disyuntiva: la de,
reconocido el contencioso entre el antropólogo –Cardín, aquí- y su tiempo,
optar por cuál de los dos es el verdadero impostor.