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Nota para Lucía Tomás, doctoranda
EL MUSULMÁN COMO ALIENÍGENA USURPADOR
Manuel Delgado
Vamos con el tema de la islamofilia y sus implicaciones. En efecto, la persona “etnificada” —en este caso a partir de su religión— es cargado con una cantidad tal de connotaciones peyorativas y descalificadoras que su copresencia en un mismo espacio que nosotros deviene fuente casi automática de ansiedad, malestar o miedo, pero también a veces de una simpatía que no niega –antes al contrario– su excepcionalidad, todo en consonancia con su estatuto de individuo estigmatizado, en el sentido anotado por Goffman que estamos trabajando en relación con las identidades deterioradas y difíciles. Es por ello que el "islámico" es objeto de una permanente tarea de focalización que hace inaccesible para él ese derecho a la consideración desafiliada que se supone que preside y organiza las relaciones en público, es decir las relaciones con desconocidos en espacios de accesibilidad generalizada.
Lo que tú misma has
comprobado es que el usuario de un espacio de esa naturaleza –lo que se da en
llamar espacio público– no deja en ningún momento –y aunque sólo sea de soslayo–
de conceptualizar y juzgar las acciones y personajes que tiene ante sí o a su
alrededor, de los que en condiciones de normalidad sólo espera una mínima
inteligibilidad escénica. Ahora bien, todo esto cambia en cuanto en ese espacio
en principio regido por la indiferencia —o reserva, como hemos visto que
propone Simmel— hacia aquellos con
quienes no se prevé una acción cooperativa inmediata, se detecta la presencia
de una persona o un grupo de personas desacreditadas o desacreditables
socialmente, como por ejemplo “musulmanes”, a quienes reconoce como tales a
partir de cualidades sensibles inmediatamente perceptibles.
En estos casos, la
interacción, aunque sólo sea visual como tú planteas, deviene casi de manera
mecánica problemática, puesto que ese desconocido que está ahí ya no
resulta tan desconocido; pierde su derecho a esa institución que en el espacio
público se supone que es el anonimato: ha sido atendido, reconocido, escrutado,
detectado, señalado, colocado bajo vigilancia, ubicado en un estado de
excepción que absorbe su persona al completo y que está en todo momento
activado. Esa problematización de que es objeto su mera presencia no tiene por
qué estar justificada por una determinada conducta objetiva, ni por su
reputación en tanto que peligro. Su presencia en la calle o la plaza son mucho
más que eso: implica una alarma ontológica, puesto que su estar ahí es
el del Intruso y la del Usurpador, prueba palpable de que el Mundo –el nuestro,
por supuesto– ha sido o está siendo invadido por instancias completamente
extrañas, por entidades vivas que no sólo vienen de, sino que nos imponen
universos incompatibles con el nuestro y el contacto con los cuales habrá de
resultarnos altamente perjudicial, cuando no letal . Son, en un sentido una vez
más literal, seres de otro mundo, es decir alienígenas.