La foto es Pedro Mata |
Reseña del libro Revolución
urbana y derechos ciudadanos, Jordi Borja (Alianza Editorial, 2013), aparecida el 1/3/14 en Babelia, suplemento de libros de El País.
CIUDADANISMO
Manuel Delgado
A Jordi Borja le corresponde el
mérito de haber procurado algunas de las reflexiones más serias y pertinentes a
propósito del hecho urbano. Una dilatada experiencia en la intervención
urbanística, tanto en su dimensión gubernamental y planificadora, como en la
elaboración teórica de sus fundamentos, lo legitiman para pensar en voz alta a
propósito de en qué consiste actuar o intentar actuar sobre las ciudades para
mejorarlas desde la planificación, pero también desde los combates sociales. Hay
por ello mucho de balance crítico en sus últimas aportaciones, que son un
examen sobre cuáles han sido en las últimas décadas, y a nivel planetario, los
procesos de creciente usurpación capitalista de las ciudades, pero también los
proyectos de transformación que, desde la gestión o desde la movilización, han pugnado
por ponerle freno, con éxitos relativos y fracasos absolutos. Ese era el
sentido que ya tenía su La ciudad
conquistada y ahora, diez años
después, este Revolución urbana y
derechos ciudadanos, que nos llega, como el anterior, de la mano de Alianza
Editorial.
Este último libro de Borja tiene un
doble valor. Por un lado, continua esa memoria de logros y decepciones de una
concepción que se quiso progresista en la gestión de las áreas urbanas, que en
el fondo han sido ensayos por conseguir que el urbanismo dejara de ser lo que
casi siempre ha venido siendo: una colosal máquina de guerra contra lo urbano,
es decir un dispositivo y un discurso tecnocráticos destinados a controlar y
someter a los urbanizados. El hecho de que el propio autor haya personificado durante
más de cuatro décadas esa voluntad por concebir y ejecutar un urbanismo al
servicio de la mayoría convierte su última obra en una especie de currículum
ampliamente comentado, como lo demuestra que la mayoría de referencias e
ilustraciones remitan a él mismo y su experiencia como gestor y como ideólogo,
incluyendo la relativa al auge y decadencia del llamado "modelo
Barcelona", cuya génesis y promoción internacional tanto le deben.
El segundo asunto sobre el que
esta obra brinda una excelente desarrollo es el de una ideología que se ha
convertido en el refugio doctrinal de los restos de lo que un día fue el
izquierdismo de clase media y que es el eje doctrinal en torno al cual giran
hoy tanto los intentos de reorganización de la izquierda como la actividad de
buena parte de movimientos sociales, muchos de ellos levantados contra la
depredación económica del suelo urbano. Se trata de lo que podríamos denominar ciudadanismo, que no deja de ser una actualización
del republicanismo clásico, con su elogio de la sociedad civil y de la esfera
pública como mecanismos de mediación y
control crítico del poder político.
El ciudadanismo se plantea como
una especie de democraticismo radical que trabaja en la perspectiva de realizar
el proyecto cultural de la modernidad en su dimensión política, que entendería
la democracia no como forma de gobierno, sino como modo de vida y como
asociación moral. El ciudadanismo no llama al desmantelamiento del sistema
capitalista, sino más bien a su reforma ética, reclamando una agudización de
los valores democráticos abstractos y un aumento en las competencias estatales
que la hagan posible. Se trata entonces no tanto de impugnar el capitalismo
como desorden del mundo, sino más bien de atemperar sus “excesos” y su carencia
de escrúpulos, prescindiendo o colocando en un lugar secundario cualquier
referencia a la lucha de clases e invocando la noción de ciudadanía como una
especie de difusa ecumene de individuos supuestamente libres, iguales en
derechos y debidamente imbuidos de valores cívicos.
Interesa sobre todo cómo el
idealismo de la ciudadanía exalta una visión casi mística del espacio público, central
en este libro de Jordi Borja y en toda su última etapa. Desde esa perspectiva
el espacio público —y la ciudad toda ella como su extensión— se imagina a la
manera de un territorio ideal de consenso y reconciliación presidido por la
figura del ciudadano, un personaje hipotético en el que se cancelan los
antagonismos y que encarna la posibilidad imposible de una tregua entre segmentos
sociales con intereses incompatibles, que aceptan olvidar sus contenciosos en
nombre de un ámbito de coincidencia en que las viejas clases sociales se funden
en pos de metas de convivencia compartidas, todo ello en nombre de valores
universales de igualdad, justicia y participación.
Por tanto, interés duplicado de
esta última aportación de Jordi Borja. Por un lado, inventario de los avances y
frustraciones en la lucha por una ciudad democrática, en forma de una casi
autobiografía de quién lleva en ella décadas desde y contra el poder. Por el otro, un
verdadero manifiesto de cómo, también en el frente urbano, una izquierda
histórica tambaleante busca nuevos lenguajes que ni son nuevos, ni son suyos.