Artículo publicado en El Periódico de Catalunya el
18/8/1997
UNA FORMA ANDALUZA DE SER CATALANES
Manuel Delgado
Catalunya es un excelente ejemplo de cómo las sociedades
urbanas actuales necesitan producir e importar constantemente diversidad
cultural. En primer lugar porque sólo la diferenciación hace viables las
grandes concentraciones demográficas. También porque la segmentación de las
poblaciones urbanizadas en identidades diferenciadas, unidas entre sí por
aquello mismo que las separa, constituye un mecanismo que les permite a los
individuos y a los grupos encontrar en el sentimiento de pertenencia un
refugio frente a la masificación y la despersonalización que caracterizan la
vida en las grandes ciudades. Por supuesto que esa proliferación de adscripciones
particulares ‑étnicas, religiosas, ideológicas o basadas simplemente en gustos
estéticos o aficiones deportivas‑ no tiene porque resultar conflictiva.
Bien al contrario, es un instrumento de integración fundamental, puesto que
garantiza que nadie dejará de encontrar su sitio en la ciudad.
En ese orden de cosas podemos ser testigos de la emergencia
hoy entre nosotros de una enérgica conciencia de comunidad. Se trata de ese
enorme colectivo que conforman los inmigrantes andaluces y sus descendientes, a
los que tendremos que empezar a llamar catalanoandaluces, puesto que con toda
la razón se reclaman andaluces y al mismo tiempo catalanes, o, lo que es lo
mismo, iguales pero distintos de los demás ciudadanos de Catalunya. El éxito
que conocen las Semanas Santas andaluzas, las Romerías del Rocío o, ahora
mismo, la Feria de Abril de Santa Coloma de Gramanet, advierte de la capacidad
de convocatoria que es capaz de desplegar la evocación de Andalucía para
muchos de nuestros conciudadanos.
Entre quiénes contemplan como positiva la aparición de una
sólida identidad catalanoandaluza se encuentran desde siempre los partidos de
izquierda, cuyo nacionalismo no se ha basado nunca en la existencia de una
"esencia" de la catalanidad y para los que para ser catalán basta
con considerarse como tal. Desde ese punto de vista los inmigrantes andaluces
no deben integrarse en la cultura catalana, puesto que la integran de pleno
derecho desde el momento mismo que decidieron establecerse aquí. La postura
de la izquierda en favor de que las manifestaciones culturales catalanoandaluzas
pasaran a depender del Departament de Cultura es bien significativa.
La posición
del catalanismo conservador ‑que siempre ha sostenido una idea puramente
metafísica de catalanidad‑ ha sido más ambigua. Incomprensiblemente, el II Congrés
de la Cultura Popular i Tradicional Catalana que ha organizado la Generalitat
y que se acaba de clausurar ha atendido para nada estas expresiones de cultura
popular, a pesar de que son de largo las más importantes que tienen lugar en
Catalunya. Aún así, los partidos del catalanismo esencialista no quieren
quedar al margen de las escenificaciones del "hecho diferencial"
andaluz en Catalunya y plantan sus casetas en el recinto de Can Zam.
Que el nacionalismo progresista haya apoyado con todo su
entusiasmo las manifestaciones culturales andaluzas en Cataluña no tiene nada
de contradictorio. Frente a quiénes desde posturas xenófobas denuncian la
"contaminación" que estas fiestas podrían suponer para una
inexistente "pureza" cultural catalana, el catalanismo de izquierdas
ha visto en la diversidad étnica y en sus aportaciones no sólo un factor de
enriquecimiento cultural, sino también una herramienta al servicio de la
emancipación nacional de los catalanes, es decir del conjunto de los
ciudadanos de este país, sin exclusión alguna.
Esta postura del catalanismo de izquierdas ha percibido
que la organización de una cultura andaluza en Cataluña no tiene nada de
obstáculo para la incorporación de los inmigrantes a la sociedad catalana.
Expresa, es cierto, una nostalgia de la tierra de origen, pero una nostalgia
que se resuelve trasladando aquí una versión depurada de lo mejor de lo que se
recuerda de allí ‑Semanas Santas sin curas, Ferias de Abril sin señoritos...‑,
de tal manera que estas celebraciones les sirven a los andaluces para
mantenerse fieles a sus raíces..., sin tener que volver físicamente a ellas jamás.
Una forma, como se ve, de hacer al mismo tiempo dos cosas en apariencia
antagónicas: sentirse unidos para siempre a Andalucia, al mismo tiempo que
les es dado romper definitivamente con ella.
Por otra parte, el que los inmigrantes y sus hijos y
nietos afirmen su andalucidad ha resultado fundamental para hacer inviable la
aparición de una etnicidad "castellano-española" basada en el
idioma, como han pretendido sin éxito ciertos sectores cuya expresión política
acaba de fracasar electoralmente en Catalunya. La identidad catalano-andaluza
ha cerrado el paso al surgimiento de una catastrófica división de Catalunya
en dos: los "castellanos" y los "catalanes". Y es así
que la existencia de una poderosa conciencia andalucista ha acabado siendo
el mejor aliado con que podía contar la política de normalización lingüística
en Catalunya.
¿Cómo no ver con simpatía que tantos de nuestros vecinos
hayan descubierto una forma catalana de ser andaluces, o, si se prefiere, una
forma andaluza de ser catalanes?