dissabte, 9 d’octubre del 2021

Memoria de Bandera Roja




Sería en 2010 o así que Pere Meroño me escribió para pedirme mi testimonio personal para un libro que estaba preparando sobre la historia de la Organización Comunista de España (Bandera Roja), una organización que tuvo un papel importante durante la última fase del franquismo y algunos de cuyos militantes han –hemos– tenido una evolución interesante, o cuanto menos curiosa. Esto fue lo que le mandé.


MEMORIA DE BANDERA ROJA
Manuel Delgado

Toda mi militancia política en la resistencia antifranquista se produce en el contexto de la lucha estudiantil en la enseñanza media, el frente de bachilleres. Es el 1971 cuando inicio mi incoporación a una estructura organizada. Tengo 15 años. Está cerca la experiencia del Mayo francés y las protestas contra las penas de muerte en el consejo de guerra en Burgos en diciembre de 1970. He empezado a trabajar a los 14 años en una fábrica de yeso.

Me incorporo a los círculos de la OCE-BR, una especie de instancia destinada a la preparación ideológica de simpatizantes antes de ser aceptados plenamente como militantes. En aquel momento circulan propuestas de organizar unas Juventudes de Bandera Roja, pero no cuajan durante el periodo en que milito, que es entre 1971 y 1974.

Forman parte de mi círculo personas de las que conozco su nombre de guerra, pero a las que nunca más volveré a ver: María, Carmen... “La Monja” sé que regenta un restaurante en Gràcia. Niño-ñago trabaja en una librería y sé ahora que se llama Carlos. Bruno era un tipo estupendo, en cuya casa en Gràcia hacíamos reuniones para discutir números de Estrella Roja. Me dijeron que había muerto en un accidente de moto. Otras personas con las que me reunía en BR son la escritora Olga Guirao; el escritor Xavier Vernetta; el historiador Félix Manito; Francesc Osan, director de la ONG Barcelona Solidària; Albert Viladot, ya desaparecido, que fuera director del diario Avui, y la que luego sería su esposa, Maria Àngels Solé, a la que encontré más tarde ejerciendo como médico en el Hospital del Mar. Espero que no les moleste que mencione sus nombres.

Nos reuniamos en parroquias –Sant Josep Oriol; la del carrer Olzinelles, en Sants… También en casas particulares, algunas en la zona alta de la ciudad, lo que da cuenta del origen social de una parte de la izquierda estudiantil de la época. 

A la reuniones acude a veces un responsable político superior, no recuerdo ahora exactamente de qué instancia. Era siempre el mismo: Josep Maria Maymó, que luego fue responsable de política municipal del PSUC. Recuerdo vagamente una reunión en ESADE a la que asiste Francesc Baltasar, que luego sería alcalde de Sant Feliu y conseller de Medi Ambient. De hecho, fue su hermano, Josep Baltasar, "Manolito", que estudiaba en el Instituto Emperador Carlos, la persona que me introduce en la organización. A él le perdí de vista, pero me reencontré más tarde con otra militante, Assumpta Roura, que había sido su esposa. Assumpta murió en 2014 en una situación personal penosa.

En la clandestinidad antifranquista nuestro ambiente estaba compartimentado en diferentes adscripciones fácilmente reconocibles. En bachilleres –jóvenes que hacían 5º, 6º o COU, de entre 16 y 19 años– había una fuerte presencia troskista –PORE y LCR–, pero también de la Joventut Comunista de Catalunya –los jóvenes del PSUC— i del PCE (i) y el Movimiento Comunista de España, maoístas, pero, a diferencia de nosotros –cuya reputación de reformistas ya era generalizada–, “en serio”. No recuerdo otras militancias en mi entorno. Por ejemplo, no conocí ni supe de ningún militante anarquista, salvo uno en el instituto que no estaba organizado.

En la coordinadora de bachilleres acudían unos jóvenes –creo que del Instituto Ausias March, seguramente militantes del PSAN– que se empeñaban en intervenir en catalán, lo que motivaba una reprobación general. Puedo dar testimonio de que, ante su empeño, se hacía una traducción simultánea al castellano, más que nada para fastidiarles. En aquel contexto, existía una especie de consenso sobreentendido según el cual el castellano era “el idioma de los trabajadores”. Creo que había un fuerte elemento de pose, porque todos los asistentes entendían perfectamente el catalán. En aquel ambiente, la “cuestión nacional” ni se planteaba. Los únicos que ostentaban la “C” en sus siglas eran los comunistas del  PSUC y la JCC.

Por lo que hace a la dinámica que nos lleva de regreso, por así decirlo, al PSUC, recuerdo especialmente algunas reuniones presididas en Maymó en las que se insinua claramente la importancia y la urgencia de “hacer política”. Por ejemplo, recuerdo que se impone la consigna de estar “contra el gobierno” y no contra “el franquismo” o “el régimen” en abstracto. También recuerdo las reflexiones que motiva la convocatoria de l’Assemblea de Catalunya en Sant Cugat, en el año 1973, que nos devuelve a la evidencia de que, a pesar de que la Organización tiene una presencia notable en las industrias del Baix Llobregat y que tenemos también una fuerte influencia en el campo universitario, sobre todo entre los jóvenes PNN, la hegemonía política en la lucha estudiantil y sindical le corresponde plenamente al PSUC. Todo apunta en las discusiones a la inevitabilidad de un reingreso en el único partido político en condiciones de administrar y dirigir en serio el fin del franquismo desde una perspectiva de izquierdas.

En algún momento de 1974 la mayoría de militantes y simpatizantes de BR que actuábamos en el frente de bachilleres abandonaron la lucha política o nos pasamos a la Joventut Comunista de Catalunya. Recuerdo en concreto una asamblea de la organización en la parroquia de la Bonanova y la intervención en ella de Borja de Riquer.

En la JCC continué mi militancia en el sector de bachilleres hasta mi segunda detención y  mi puesta a disposición militar en agosto de 1975. Cuando salí de la cárcel y hasta la legalización del PSUC, quedé desactivado como militante.









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