La foto es de Bryan Goebel |
Artículo publicado en El País el 17 de septiembre de 1997
BICICLETAS EN LA JUNGLA
Manuel Delgado
Decididamente, la ciudad es una jungla. Y no se entiende porque a tanta gente la parece que tal constatación es una mala noticia. Al contrario, a quienes sabemos de las ventajas de la biodiversidad y de la cooperación entre especies nos parece excelente que ese caos autorganizado que son las urbes se parezca, en su complejidad y su exuberancia, a una de esas selvas tropicales por cuya preservación tanto se lucha. Sólo al más vulgar de los darwinismos sociales se le podría antojar que el que las metrópolis sean no una negación, como se piensa, sino una apoteosis de los mecanismos que rigen la naturaleza implica algo así como el triunfo del más agresivo, del más poderoso, del más déspota. Como Darwin ya nos hiciera notar, en las junglas no prospera el más fuerte, sino el mejor adaptado.
Porque las ciudades, en efecto, son una jungla, el elemento que tiene más porvenir en ellas no es el equivalente mecánico de los grandes depedradores, los vehículos más potentes, más veloces y por lo general más destructivos. Con un 4x4 uno puede arrasar medio monte para demostrar su amor por la vida al aire libre. Con un coche-bala puede uno arrogarse un precario dominio sobre las circunstancias un viernes por la noche. Con una moto de gran cilindrada se puede sentir, de pronto, lo que debe ser tener algo de verdad potente entre las piernas. Pero todos ellos fracasan en cuanto, a una hora punta, se enfrentan a lo que ocurre en la jungla de asfalto, demuestran su incompetencia, pierden la partida ante el ímpetu de la naturaleza urbana desatándose a su alrededor. En ese contexto vuelve a cumplirse la ley de la selva, y la mano la gana de nuevo la astucia de la bestia que se amolda a su nicho ecológico, que se pliega a sus necesidades y que por ello merece no sólo el beneficio de la supervivencia sino también las ventajas de todo tipo de intercambios con su medio ambiente. Lo que mejor se ajusta a la violencia estructural de una ciudad abandonada a sus propias energías es, reconozcámoslo, la humilde y vulnerable bicicleta.
Con la bicicleta uno se encuentra ante una de esas típicas paradojas de la condición de civilizado. Pasa como con el nudismo. Ir desnudo puede ser hipercivilizado o subcivilizado, o eres un naturista socialdemócrata sueco o un reductor de cabezas de la Amazonia. El uso civil de la bicicleta es víctima de un contrasentido por el estilo. Los ciudadanos se desplazan en bicicleta en los países más pobres (Cuba, Marruecos, Vietnam...) y en los más ricos (Holanda, Japón, Canadá...). Hay países que van tan atrasados que la gente todavía va en bicicleta. En cambio otros son tan avanzados que la gente ya empieza a ir en bicicleta.
La cuestión es más complicada en países como el nuestro, que ni fu ni fa. Es decir países en que la ostentación de un vehículo a motor todavía es vital para la imagen de una parte importante de la ciudadanía, mientras que el uso de otros medios de locomoción, mucho más eficaces en marcos urbanos, puede interpretarse como signo de algún tipo de indignidad, carencia o anomalía. En estos casos el uso de la bicicleta señala una ambigüedad inaceptable, puesto que no permite identificar socialmente con claridad a quién la usa : un desgraciado que no puede moverse en otra cosa, un ecologista en busca de redención, un esnob que se las quiere dar de algo... En cualquier caso alguién que encarna un elemento de intriga (¿de qué va?), un factor de excepción en el paisaje cuya etiologia conviene conocer de inmediato.
Es por ello que el ciclista civil, que circula de paisano los días de cada día por la ciudad, ha de hacer algo de lo que se dispensa, por ejemplo, a ese otro ciclista que, disfrazado ridículamente y a toda velocidad, se dedica a aterrorizar a los usuarios de caminos forestales los fines de semana. Al ciclista de diario, al contrario del peligroso ciclista dominguero, se le obliga a dar explicaciones. La característica del ciudadano ciclista es la de tener que estar todo el tiempo justificándose y respondiendo a una misma pregunta : ¿cómo es que vas en bici?. Es lógico puesto que su presencia en la calle funciona como una auténtica alteración del orden público, cuando menos conceptual, que sólo puede quedar restablecido luego de una aclaración que explique lo inexplicable : ¿cómo es que vas en bici?
Lo grave es que esa estupefacción de la mayoría de ciudadanos normales, es decir de aquellos que prefieren los embotellamientos, llegar tarde a los sitios y desesperarse buscando aparcamiento, la comparten plenamente algunos profesionales de la vía pública cuya actitud resulta estratégica. Por ejemplo, un buen número de conductores han llegado a la conclusión de que el ciclista no es sólo un bicho raro, sino que además es un bicho nocivo, de tal manera que perciben como un problema lo que se plantea como una solución para los problemas circulatorios. ¿Opción? : expulsarlo como sea de la escena, apartarlo, arrinconarlo, hacerle la vida imposible. En esa tarea de hostigamiento se cuenta con la complicidad de la mayoría de guardias municipales, que a buen seguro contemplan con asombro que haya quién se tome en serio las campañas municipales de promoción de la bicicleta.
A pesar de todo continua mereciendo la pena ir en bicicleta. Y no porque sea un medio de transporte barato, sobre todo pensado en lo altamente probable que es que te la roben a la mínima de cambio. Tampoco sirve para adelgazar, está demostrado. En cambio, sí que es un vehículo seguro. Basta tan sólo con que se eviten algunos carriles-bici, como aquellos en los que se ha de luchar por el territorio con usuarios del espacio público a los que puedes, como los peatones, o que te pueden, como los taxistas que consideran que un ciclista en el carril-bici es siempre un intruso, puesto que todo el mundo sabe que una bicicleta dibujada en el suelo quiere decir carril-taxi.
¿Cuáles son las la razones por las que, a pesar de la incomprensión general, hay personas que utilizan la bicicleta para sus desplazamientos por la ciudad y porqué esas personas son cada vez más numerosas? La respuesta al extraño enigma (¿cómo es que vas en bici?) es tan simple como decepcionante para quiénes están convencidos de que ir en bici es algo que sólo se puede hacer por militancia o para cumplir alguna promesa. La bici se usa, a), porque las más de las veces se llega antes, y b), porque es más diver.
Vayan estas líneas como saludo de simpatía a los participantes en Velo City’ 97, el congreso internacional que se celebra estos días en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y que reune a gente que lucha para que la ciudad continue siendo una jungla, pero un poco más amable. Ojalá el futuro les pertenezca.