dilluns, 6 d’octubre del 2025

Efervescencia colectiva y estado de masa

La foto es de Gary Fields

Notas para la clase de Antropologia dels Espais Urbans del Màster d'Antropologia i Etnografia el 16 de octubre de 2014

Efervescencia colectiva y estado de masa
Manuel Delgado

Lo que estuvimos comentando en clase es el Libro IV del Capítulo VII de Las formas elementales de la vida religiosa, de Émile Durkheim (Alianza) y algunos momentos de El suicidio (Akal), donde encontramos una percepción teórica acerca de la racionalidad oculta de la actividad de las fusiones sociales, a las que aplicó el valor teórico de efervescencia colectiva, génesis misma de la religión, como lo explicita la expresión fervor, que asimila la vivencia radical de lo sagrado a la de un estado de ebullición en el que el individuo deja de ser literalmente "dueño de sí” para quedar a disposición de fuentes de energía percibidas como de origen superior —incluso divino o sobrehumano— en las que se hipostata la conciencia colectiva. En esos oportunidades excepcionales el grupo humano logra una clarividencia que los sujetos psicofísicos jamás podrían alcanzar en tanto que tales, pero también de arrojo y de liberación de cualquier servidumbre ética.

Este tipo de intuiciones no están lejos de las Vergemeinschaftung o “relaciones comunitarias”, con las que Max Weber remite a formas vida social inorgánicas y fuertemente emocionales, basadas sobre todo en la copresencia física, ajenas a toda deliberación, no sometidas a la racionalidad ordinaria, vividas como naturales por unos componentes que se reconocen automáticamente unos a otros, se sienten vinculados por lazos de deber recíproco y mutuo agrado y que comparten el sentimiento subjetivo de constituir un todo. De semejante idea deriva también la Gemeinschaftshandeln o “acción común”, una forma de convivialidad desjerarquizada, desestratificada y fraternal, de la que encontraríamos como ejemplos, según Weber, ciertos estados de piedad religiosa o la atracción erótica

Era en la actividad de las muchedumbres en estado de fusión en las que Durkheim reconocía al grupo encarnado y personificado, en conjunciones en las que el individuo quedaba del todo arrebatado por estados de ánimo, pensamientos y actos cien por cien colectivos, en episodios en que se registraban intercambios y acuerdos automáticos, tanto mentales como prácticos, entre individuos que conocían formas extraordinariamente poderosas de solidaridad, entendida esta de manera absoluta, radical, al pie de la letra, es decir no sólo como sentimiento de unidad basado en metas comunes, sino como realización física de la propia etimología de la palabra, procedente del latín solidus –firme, compacto, sólido– y este de la raíz indoeuropea sol, que indica sólido, pero sobre todo soldado. Los pensamientos, las sensaciones y las acciones que se generan en esos cuadros de exaltación psíquica colectiva, en los que los individuos aparecen reunidos y comunicándose de unos a otros los mismos sentimientos y las mismas convicciones, constituyen la oportunidad en que las representaciones colectivas alcanzaban su máximo grado de intensidad, dando la oportunidad a que se realizase la literalidad del cuerpo social.

Esa fuerza colectiva –lo social en bruto o acaso la dimensión eminentemente muscular de lo social– era concebida por los teóricos del Année Sociolgique en términos termodinámicos y eléctricos, una energía sin fin preciso pero que podía ser empleada por las dinámicas históricas para arrastrar los acontecimientos en un sentido o en otro. Era lo que Durkheim señalaba como "períodos de creación y renovación..., en que los hombres establecen entre sí relaciones más íntimas, cuando los mítines y las asambleas son más frecuentes, las relaciones más sólidas, los intercambios de ideas más activos". El ejemplo de las muchedumbres le permitía a Durkheim pasar de la naturaleza social del psiquismo a la naturaleza en última instancia psíquica de lo social. Se subrayaba de nuevo la importancia del factor fusional, puesto que es en "estado de masa" —como lo llama Marcel Mauss— que se puede alcanzar un nivel distinto y de algún modo superior de conciencia. Es por ello que la acción de las masas vendría a ser la escritura automática de la sociedad.

La etnología ha puesto de manifiesto cómo ese dispositivo de fusión indiferenciada está presente y es escenificado regularmente acaso en todas las sociedades y sería colocado en primer término en el transcurso de la fase liminal de los ritos de paso o en todas las variedades de cultos extáticos. La noción de communitas propuesta por Victor Turner, en concreto en su modalidad existencial o espontánea sería un ejemplo de conceptualización de ese magma esencial y sin estructurar que pone en escena el vínculo humano en estado bruto, dimensión siempre latente, disponible y periódicamente activada de y para las potencialidades colectivas. La masa activa que los espacios urbanos conocen con motivo de la fiesta o de la revuelta constituiría de este modo una variable de esa sociedad incongruente, inorgánica, integrada a través de consensos automáticos entre personas que no se conocen y que puede que no tengan nada en común entre sí que no sea su presencia compartida y su no menos compartida voluntad de acción en pos de un objetivo inmediato y urgente, aunque sea tan solo el de reunirse para proclamar el vigor y la vigencia del vínculo que les une. Dramatización de la disponibilidad para el cambio, para cualquier cambio, en cualquier dirección o sentido, como corresponde a la analogía de la cocción, ese proceso que permite el tránsito entre estados. En estas situaciones los individuos aceptan disolverse en una totalidad en que lo colectivo no es sólo un sistema de representación o una conciencia compartida, sino un cuerpo real poseído por un alma común. Es en estas circunstancias que la actuación masiva aparece regulada desde dentro, guiada por razones, fines e impulsos cuyo sentido escapa a quienes han devenido sus ejecutores particulares, esto es las moléculas humanas congregadas y en acción. Las masas son el inconsciente.

Este núcleo teórico central aportado por la escuela inaugurada por Emile Durkheim, que contempla la actividad colectiva como orientada por una inteligencia, incluso una sensatez secreta, aunque a veces atroz, ha conocido diversos desarrollos teóricos al margen de las ciencias sociales, Estas visiones han coincidido en la constatación de que una reunión humana puede experimentar, en ciertas oportunidades, algo así como una irritación, un soliviantamiento o excitación especial, de la que se derivaría el surgimiento de una especie de ser monstruoso y terrible, que, de pronto, ha llegado a la conclusión de que, como escribía Georg Simmel hablando de las masas, tiene nada o poco por perder y puede ganarlo todo, como consecuencia de que, a diferencia de los individuos que la integran, no sabe o ha olvidado que su poder tiene límites. Esa mutación, la multitud devenida masa, es capaz de desencadenar una fuerza que es o podría ser demoledora.






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