Notas para Mirem Uharte, enviadas en julio de 2023.
Sobre lo crudo y lo Real. Comentarios sobre Clément Rosset
Manuel Delgado
Clément Rosset es, quizás, uno de los último pensadores trágicos. Trágico, recuerda, es lo irreversible. Filosofía trágica es la Kierkegaard, Chestov, Scheler, Nietzsche o Unamuno, con sus precedentes en Lucrecio, Gracián, Montaigne, Pascal…, o Spinoza. Es Rosset de quien tomé una cosa que repito: “La ciencia, la religión, los saberes, no están para acceder a la Verdad, sino para mantenerla a raya”.
Es Rosset quien habla de lo crudo, el alimento incondimentable que sólo cabe comer y digerir sin pasar por la cocina. Lo crudo es lo que está escrito entre líneas en la ciudad, ese trasfondo opaco, la dimensión agonística de la vida colectiva, una desavenencia endémica, un ajuste de cuentas largamente aplazado entre segmentos que viven juntos odiándose a muerte, que mantienen entre sí un disenso constante e irrevocable que, lejos de llevarles a la ruptura, les arrastran a una convivencia obsesiva, hecha de una rueda interminable de agravios y amenazas, cuya culminación –una y otra vez aplazada– sólo puede ser el incendio y la carnicería. En el centro de ese espacio está, permanentemente activado y disponible, lo innombrable, lo que no se puede pensar ni representar, aquel «principio de crueldad» que evoca Clément Rosset, advirtiéndonos cómo no en vano del latín cruor deriva crudelis, «cruel», pero también crudus, «crudo», lo no cocinado, lo sangrante, lo asqueroso. Esto lo tienes en El principio de crueldad. La sombra feroz de la sociedad.
Piensa que es de ahí que titularé la compilación que preparo sobre violencia anticlerical: Las instituciones atroces. Homenaje también a Cioran, que tenía buenas razones para concluir, estupefacto ante el paisaje de las destrucciones iconoclastas españolas, que acaso «el mérito de España ha consistido no sólo en haber cultivado lo excesivo e insensato, sino también en haber demostrado que el vértigo es el clima normal del hombre» (De lágrimas y santos).
Eso tiene que ver, seguro que lo adivinas, con lo Real, según Lacan aquello que podemos intuir que es la verdad oculta de todas las cosas, tanto las que imaginamos y simbolizamos como las que tienen una existencia a la que nuestro pensamiento no alcanza, pero no por sus limitaciones a la hora de percibir y comprender todo lo dado —a la manera de la cosa en sí o el ser del ser kantianos—sino por resultar intolerable por aciago, ser despiadado y al tiempo inocente. Es lo que Freud llamó, inspirándose en el imaginario del terror gótico, lo siniestro o lo ominoso, aquello que “estando destinado a permanecer secreto, en lo oculto, ha salido a la luz”.
En tanto revelación súbita de lo trágico, es decir de lo irreversible, de lo que es pero no podemos aceptar, lo Real es inexpresable aunque puede asomarse en ciertas circunstancias feroces. La literatura gótica o el romanticismo oscuro en el siglo XIX abundan en ilustraciones de ese afloramiento inopinado de lo Real. Es lo que le permite a Rosset, en Le Réel. ilustrar lo que él llama emergencia de lo Real, visión de lo oculto, manifestación de lo escamoteado por inaceptable, por absurdo y ante todo por doloroso e insufrible. Menciona, como ejemplo, lo que ve Geoffrey Firmin, el protagonista de Bajo el volcán de Malcolm Lowry, cuando está borracho y se mira, como si fuera un espejo, en la pared, una superficie rugosa, dura, áspera, opaca, sin significado, en la que reconoce su rostro real.
Siempre he imaginado una antropología, unas ciencias sociales trágicas, bebiendo en el pensamiento de Clément Rosset. ¿Te imaginas? Unas ciencias sociales que reconocieran lo social como lo que sólo parcialmente alcanza a ser, que es como una estructura u organigrama compuesto por instituciones claras, referentes comportamentales sólidos, visiones del mundo compartidas y lógicas de acción pronosticables. Eso no quiere decir que lo social no sea eso, sino que se puede sospechar que no es sólo eso y existe una zona de sombra –lo crudo– en su existencia a la que no le serían aplicables los criterios analíticos o explicativos propios de las disciplinas que se consideran competentes en peritar sobre la sociedad humana.
Se trataría de una parcela que funcionaría como punto ciego, zona no observable en la medida en que se negaría a someterse no únicamente a los instrumentos de puesta en sistema de lo socialmente dado, sino ni siquiera a las técnicas que aspiran a registrarlo o describirlo, tal y como pretende, por ejemplo, la etnografía. Parafraseando a Clément Rosset, podríamos decir que el destino de lo social es –como ocurre con lo real respecto del lenguaje– escapar de la sociología, mientras que –como sucede con el lenguaje en relación con lo real– el destino más probable de la sociología y la antropología es acabar echando a perder lo social, es decir perdiéndoselo, no ser capaz ni siquiera de constatar y menos comunicar la cara oculta de su existencia.