diumenge, 2 de gener del 2022

Madrid 2012: Riesgo y oportunidad

La foto es de Carmine Savarese / Flickr

Artículo escrito para El País en marzo de 2006 sobre la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos de 2012. No tengo constancia ni recuerdo si se publicó o no.

Madrid 2012: Riesgo y oportunidad
Manuel Delgado

Como para los individuos, ciertas encrucijadas vitales les pueden servir a las ciudades para hacer balance de su pasado y su presente, al tiempo que convierten el futuro en proyecto. Tanto la sociedad como la Administración en su responsabilidad de sintetizar intereses e identidades encuentran en tales momentos clave la oportunidad de valorar cuál es el modelo de crecimiento a seguir o a generar y decidir si ese desarrollo va a tener en cuenta y va a aprovechar al máximo los recursos y las potencialidades humanas disponibles o bien va a preferir mantenerlas a raya, como un estorbo o incluso como un peligro. Esa es la diferencia entre la ciudad entendida como proyecto urbanístico, que se piensa sólo en términos de planes y planos, y la ciudad como proyecto urbano, esto es como perspectiva que entiende la vida de una ciudad como una fuente inagotable de creatividad social. La primera concepción deriva en lo que más tarde o más temprano acabará apareciendo como lo que es: un proyecto de mercado; la segunda quiere ser, por encima de todo, un proyecto de convivencia.

En ese sentido, en un momento en que está siendo evaluada sobre el terreno su idoneidad como sede olímpica en 2012, la ciudad de Madrid debería plantearse hasta qué punto Barcelona podría ser un referente a tener en cuenta, ya fuera para adoptarlo o para huir de todo lo que ha significado y en que ha acabado convirtiéndose. Porque es un prototipo de crecimiento urbano que ha podido antojarse atractivo –y que ha sido concebido para serlo, al margen de sus resultados reales– y porque su concreción ha dependido precisamente de la generación de grandes acontecimientos como las Olimpiadas, Barcelona podría el ejemplo de lo que Madrid no debería ser: una capital cuyas autoridades y cuyos publicitarios han convertido en una especie de marca comercial, una ciudad-negocio, un producto destinado a promotores, a turistas y a una ciudadanía de la que se espera que se avenga a colaborar en todo momento y acepte su papel como figurante en lo que ya es un colosal spot publicitario permanentemente activado. Cabe esperar, en ese sentido, que Madrid no se sienta tentado a seguir el fulgurante espejismo que le pudo brindar un día Barcelona, una ciudad-logotipo en que el azar horroriza y cualquier expresión de espontaneidad urbana es vista con recelo e inmediatamente sofocada. Cada vez más monitorizada, cada vez más convertida en puro escaparate, Barcelona es una ciudad en que todo está en venta, incluso ella misma como un objeto de consumo más.

Una concreción de cómo está funcionado lo que se ofrece como “modelo Barcelona” lo tenemos en las políticas de “rehabilitación” del Raval –el núcleo más duro y vital del casco viejo–, que ha sido literalmente reventado para revenderlo a clases medias deseosas de sumergirse en un pasado histórico y cultural venerable, del que la historia y la cultura reales han sido ahuyentadas definitivamente. Para ello, se han levantado en lugares estratégicos grandes instalaciones culturales –MACBA, Santa Mónica, CCCB, Filmoteca...– destinadas a “mejorar la imagen” del barrio, como si éste necesitara ser redimido de una realidad difícil, pero creativa, oficialmente percibida y divulgada como indigna, incompatible con la imagen de marca que una ciudad-márketing quiere proyectar de si misma.

Madrid corre el riesgo de seguir ese mismo camino que la Barcelona de las Olimpiadas y los Fórums de las Culturas le presenta como seductor, pero que es fracaso irrevocable de lo social. Desde luego, el Plan de Revitalización del Centro Urbano de Madrid (PERI) tiene todo el aspecto de haber asumido ese “modelo Barcelona” como referente para hacer de Madrid una ciudad que se maquilla para, ocultando sus vergüenzas y sus verdades, resultar atractiva a los enviados olímpicos y, con y tras ellos, a los inversores y a los turistas.

Tomemos como ejemplo el caso concreto, que estos días se debate, del edificio de Tabacalera en Madrid. Con relación a la Fábrica de Tabacos de la calle Embajadores se dirime cuál es la vía que seguir: la de intentar “salvar” uno de sus barrios más apasionados y apasionantes por medio de la correspondiente instalación “cultural” de diseño, encargando su reforma a algún arquitecto-estrella de moda, o bien la de abrir la antigua fábrica a nuevos usos que la pongan a disposición de las energías sociales que la circundan. Que los proyectos del Ministerio de Cultura prevean la ubicación allí de dos museos –artes decorativas y reproducciones artística, continuando el eje cultural del Pardo– destinados a “revitalizar el área urbana”, con el fin de “obtener la máxima rentabilidad cultural, social y económica”, según reza el proyecto, evoca inevitablemente el tipo de intervenciones redentoras que han pretendido “rescatar” el Raval de Barcelona y convertirlo en polo de atracción para el turismo “de calidad” –léase de dinero–, al tiempo que punto fuerte de la Cultura como nueva religión de Estado. “Revitalizar” el centro querría decir entonces lo que ha querido decir en Barcelona: museificarlo, embalsamarlo, expulsar de él y sus alrededores cualquier sombra de cultura viva.

La alternativa que presentan los sectores más dinámicos y fértiles del barrio busca constituir la antigua Fábrica de Tabacos en continuación de lo que fue de la mano de sus trabajadoras, las cigarreras, es decir en centro y motor de un barrio popular de Madrid llamado Lavapiés, cuya vida real no ha sido ni sustraída, ni disimulada. Con o sin Juegos Olímpicos, quienes viven en Madrid o quienes sólo lo amamos no merecemos verlo convertido, como Barcelona, en un espectáculo de pago. Madrid merece seguir siendo lo que, para bien o para mal, su gente, que no el dinero, ha hecho de él.


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