La foto es de Yanidel |
Nota para los estudiantes que asistieron a la conferencia sobre la identidad que di en la Escola d’Arquitectura de la Universitat Internacional de Catalunya, el 11 de febrero de 2019.
La ciudad como sociedad de lugares
Manuel Delgado
En la clase a la que mi invitasteis no sé si me hice entender suficientemente. Lo que quise explicar es que el mundo no está hecho de cosas en relación sino de relaciones entre cosas. En el caso de las sociedades humanas, la ilusión del sujeto –el gran invento de la Reforma protestante– nos hace creer en nuestra autonomía como seres autodiseñados, de manera que entendemos la comunicación como vínculos entre entidades inmanentes, es decir de seres que empiezan y acaban en sí mismos. Frente a esa visión, una perspectiva como la que quise compartir con vosotros nos vería como entidades que solo existen como la relación con otros seres y cosas del mundo. Es decir, en el fondo, y como decía Platón, solo somos lo que vemos reflejarse en los ojos de los demás. No es que seamos lo que somos en relación con los otros y con lo otro, sino que somos esa relación misma.
Luego pensé que había sido tonto en no caer en la pertinencia de un ejemplo que os bien cercano: el de la ciudad. Desde el punto de vista que os plantee, toda ciudad no puede entenderse como una sociedad lo de lugares, es decir de puntos o niveles en el seno de una cierta estructura espacial. De igual modo, y por lo mismo, todo espacio estructurado es un espacio social, puesto que es la sociedad la que permite la conversión de un espacio no definido, no marcado, no pensable, en un territorio. Esta asociación entre sitios de una morfología socio-espacial hecha de ubicaciones organizadas es posible porque existe una red de circuitos o corredores que permiten que sus elementos se comuniquen entre sí, transfiriendo informaciones de un lado a otro, acordando intercambios de los que habrán de depender todo tipo de pactos e interdependencias. Es decir, una ciudad está hecha de puntos que se comunican, se organizan, existen, cobran sentido y valor…, unos no en relación con otros, sino como la relación con otros. Solo se dan a partir de su relación con otro punto. En ese sentido, si, como escribe Lévi-Strauss, no somos nosotros, los humanos, quienes decimos los mitos, sino los mitos quienes nos emplean para comunicarse entre sí, no somos nosotros quienes usamos los lugares, sino que son lugares los que emplean nuestros trayectos y caminatas como una forma de comunicarse entre sí. En ese orden de cosas, todo ciudadano es un mitodano, es decir el habitante de un mito: la ciudad.
Para que lo veáis más claro, pensad en una problemática como es la de la relación entre urbanismo y la arquitectura a la hora de producir espacio público. Urbanizar y arquitecturizar un espacio público son dos formas de contextualizarlo, es decir de alcanzar no sólo una determinada funcionalidad, sino sobre todo su legibilidad, no solo su capacidad de transmitir -es decir de imponer- unas determinadas instrucciones sobre cómo usarlo, sino también sobre cómo interpretarlo. Ambas formas de intervención implican voluntad de control y homogeneización de las prácticas esperables, pero también suponen o quieren suponer estímulos cognitivos y semánticos. Dicho de otro modo, urbanizar y arquitecturizar un determinado lugar significa aplicarle y hacer operativas guías sobre cuáles son las conductas, las percepciones y las ideas que se desea y se prevé que se suscitan en los peatones y vecinos.
Ahora bien, en el sentido de lo que expliqué en mi charla, urbanizar el espacio público significa ordenarlo de una manera considerada pertinente, someterlo a una determinada jerarquía, diseñarlo para que cumpla ciertas funciones, normativizarlo legalmente, garantizar su transparencia tanto funcional como perceptiva, pero buscando siempre una cierta coherencia con un proyecto urbano de más amplio espectro, vinculándolo a un determinado horizonte de continuidad y diálogo con el entorno social, morfológico y paisajístico, queriendo incidir con áreas urbanas más amplias que el emplazamiento concreto sobre el que se actúa. Es decir, el urbanista, aunque lo suela hacer sobre el proyecto y sin considerar las apropiaciones reales del espacio, intenta que sus aportaciones dialoguen, hagan sociedad entre si y con lo dado.
En cambio, arquitecturizar el espacio público implica geometrizarlo e instalar a continuación una serie de elementos considerados elocuentes y con cierta pretensión innovadora y creativa -mobiliario de diseño, obras de arte-, no pocas veces encargados a firmas famosas o de prestigio, pero de manera ajena e incluso hostil a su entorno y, sobre todo, a las apropiaciones sociales por las que se supone que debería estar dispuesto. Este desprecio por el contexto y el público termina generando intervenciones que pueden no tener nada que ver, incluso resultar cacofónicas, con el marco sociourbano que las rodea, lo que acaba suscitando espacios fragmentados, extraños entre sí, ajenos e indiferentes a las necesidades de usuarios y habitantes.
Esta es, aplicada a lo que será vuestro trabajo, la moraleja de lo que os expliqué. Un elemento cualquiera de la sociedad y acaso del universo solo existe no en relación con otro, sino como su relación con otros. No es inmanente en ningún caso. No hay cosas en relación y relación entre cosas. Un volumen o cualquier otra intervención en materia urbana solo puede ser considerada como la relación con otros. Es mas: es solo esa relación.