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Final del artículo "Etnografía de los espacios urbanos", en Danielle Provansal, ed., Espacio y territorio. Miradas antropológicas, Publicacions de la Universitat de Barcelona, Barcelona, 2000, pp. 45-54.
UNA ANTROPOLOGIA DE LO QUE PASA
Manuel Delgado
Si
la antropología urbana no quiere perder de vista la singularidad, la esencia
misma del objeto que ha escogido –las sociedades humanas en marcos urbanos,
debe aceptar que ese objeto es secuencias, momentos, «hechos sociales totales»
que no remiten –como Mauss hubiera querido– a una sociedad, sino a muchas
microsociedades que llegan a coincidir, como ondas, en el objeto, en el sitio o
en el acontecimiento observado: colas del cine, bares, centros comerciales...
Pero tampoco tan singular unidad empírica de base –secuencia, situación,
acontecimiento– sería exclusiva de las estrategias minimalistas que se han
aplicado preferentemente al análisis de las dramaturgias urbanas.
Resumiendo. Si la antropología urbana
quiere serlo de veras, debe admitir que ninguno de sus objetos potenciales está
nunca solo. Todos están sumergidos en esa red de fluidos que se fusionan y
licúan o que se fisionan y se escinden. Lo urbano es un espacio de las
disoluciones, de las dispersiones, de las intermitencias y de los
encabalgamientos entre identidades que se daban incluso en cada sujeto
particular, ejemplo, también él, de la necesidad de estar en todo momento, en
su propio interior, negociando y cambiando de apariencia. Idéntica exaltación
de las estructuraciones líquidas –acaso deberíamos decir viscosas– que
encontramos en lo urbano, es la consecuencia de una definición de la ciudad
como escenario predilecto, pero no exclusivo, de las formas sociales urbanas:
estructuras inestables que se despliegan entre espacios diferenciados y que
constituyen sociedades heterogéneas, en que las continuas fragmentaciones,
discontinuidades, intervalos, cavidades e intersecciones obligan a sus miembros
individuales y colectivos a pasarse el día circulando, transitando, generando
lugares que siempre quedan por fundar, dando saltos entre orden ritual y orden
ritual, entre región moral y región moral, entre microsociedad y microsociedad.
Por ello la antropología urbana debía atender las movilidades, porque es en
ellas, por ellas y a través suyo que el urbanita podía hilvanar su propia
personalidad, todo ella hecha de transbordos y correspondencias, pero también
de traspiés y de interferencias.
El
espacio urbano es un territorio desterritorializado, que se pasa el tiempo
siendo reterritorializado y vuelto a desterritorializar, marcado por la
sucesión y el amontonamiento de componentes, en que se registra la
concentración y el desplazamiento de las fuerzas sociales que convoca o
desencadena y que está crónicamente condenado a sufrir todo tipo de
composiciones y recomposiciones. Es desterritorializado también porque en su
seno nada de lo que concurre y ocurre es homogéneo: un espacio
esponjoso en el que casi nada merece el privilegio de quedarse. Lo que pasa: he
ahí, lo que la antropología urbana ha optado por conocer.