dimarts, 18 d’abril del 2023

Deconstruyendo "Lost". II. El camino de los muertos

Jóvenes ndembu en una ceremonia de iniciación, fotografiados por Victor Turner

Esto es una de los apartados de Los mundos intermedios entre la vida y la muerte. El caso de Lost (Perdidos), conferencia pronunciada en las Jornadas sobre la vida y la muerte. Identidad, creencias y ritual, celebradas en el Museo de América de Madrid, en noviembre de 2010

DESCONSTRUYENDO "LOST" II: EL CAMINO DE LOS MUERTOS
Manuel Delgado

Se está sosteniendo que el asunto nodal que organiza en torno suyo la serie “Lost” es el de la vida después de la muerte y el papel decisorio que asume en el destino final del difunto la responsabilidad personal y el balance que cada cual hace de lo que ha sido su vida terrena. Los lances a que se ven sometidos los protagonistas son cuadros escénicos de los temas centrales de su existencia como seres vivos, dramas sociales –por tomar una expresión debida a la teoría de la performance de Victor Turner- a los que se enfrentan para reflexionar sobre quiénes han sido y cómo cabe evaluar sus propios actos pasados. Al tiempo, como sea que se plantea un enigma a resolver –qué ha causado la situación en que se encuentran–, las aventuras de los náufragos del vuelo de la Oceanic son también los hitos que les conducen a la adquisición de un conocimiento secreto. El presupuesto de partida es que todos los personajes de la serie han fallecido en el accidente de avión y que su permanencia en la isla corresponde a la de un estado intermedio en el quedan atrapados de manera provisional antes de incorporarse de manera plena a su estatus final en el mundo de los difuntos.

El escenario de “Lost”, por tanto, es una suerte de lugar intermedio entre la vida y la muerte definitiva, un ámbito neutro en el que lo que le espera al difunto todavía no se ha acabado de dilucidar. Esa especie de vestíbulo se corresponde plenamente con una topografía del más allá abundantemente registrada en diferentes sociedades y épocas y que establecería que, al morir, el individuo lleva a cabo su tránsito al Otro Mundo en lo que se representa como un viaje, desplazamiento o estancia temporal, en el transcurso de los cuales tendrá que someterse a pruebas o juicios de los que dependerá su futuro en la sociedad de los no-vivos. Se trata de los “períodos intermedios” de los que Robert Hertz, en su clásico sobre la representación social de la muerte publicado póstumamente en 1917, ilustra su extensión y su recurrencia en diferentes épocas y culturas (La muerte y la mano derecha, Alianza). Por mencionar sólo algunos casos bien conocidos, pensemos en el famoso Pert em hru o Libro de los muertos egipcio o numerosas ars moriendi medievales, por no hablar de todas las variantes de lo que, evocando el título de un libro de Remo Guidieri sobre el transporte al mundo de los ancestros entre las comunidades asiáticas de Polinesia y Melanesia, en tantas sociedades sería la ruta o el camino de los muertos (El camino de los muertos, FCE).

Esa situación transitoria –de la que “Lost” vendría a ilustrar una variante actual– puede tipificarse plenamente con lo que la etnología religiosa clásica ha estudiado como ritos de paso, un concepto acuñado por Arnold Van Gennep en una obra bien conocida publicada originalmente en 1909: Los ritos de paso (Alianza). Más en concreto, ese estado intermedio se homologaría con la fase liminal de esos transportes rituales, aquella en el que el neófito que se encuentra en la antesala del más allá definitivo, luego de haber abandonado el universo de los mortales, ya ha perdido las características propias de su fase anterior como ser vivo, pero todavía no ha adquirido el rango o condición que le aguarda en su final transmundano, por ejemplo en el Cielo o en el Infierno. Se trataría de un umbral cuyo ocupante de paso experimenta un estado de ambigüedad estructural o, si se prefiere, un estado interestructural, es decir a medio camino entre posiciones estables en la geografía total de los universos, hecha de comarcas cerradas e incompatibles, aunque interconectadas mediante diferentes oberturas o canales. En esa etapa intermedia en que se produce la metamorfosis del iniciado, éste es socialmente instalado en una situación extraña, definida precisamente por la naturaleza alterada e indefinida de sus condiciones, dado que lo que habían sido sus referencias culturales básicas se han diluido o trastocado.


En su estudio sobre los ndembu de Zambia, Victor Turner es quien mejor ha descrito y analizado este periodo marginal o liminal, en cuyo transcurso al pasajero ritual se le ve “atravesando por un espacio en el que encuentra muy pocos o ningún atributo, tanto del estado pasado como del venidero”. Ya no es lo que era, pero todavía no es lo que será, puesto que “es ni una cosa, ni la otra; o tal vez es ambas al mismo tiempo; o quizás no está aquí ni allí; o incluso no está en ningún sitio –en el sentido de las topografías culturales reconocidas–, y está, en último término, entre y en mitad de todos los puntos reconocibles del espacio-tiempo de la clasificación estructural” (La selva de los símbolos, Siglo XXI). A partir de todo ello podríamos tipificar la isla en que se desarrolla “Lost” como un ejemplo de limen o umbral, a los accidentados abandonados en ella como seres liminares o liminoidales –por emplear también ahora un concepto que Turner propone para los personajes de ciertas obras de ficción– y a sus aventuras como pruebas equivalentes a aquellas a las que los transeúntes rituales han de enfrentarse en su transcurso por la fase intermedia de los pasajes rituales, en nuestro caso el que separa y a la vez une el mundo de los vivos y el Más Allá.


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