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La foto es de Tom Waterhouse |
Fragmento del prólogo a Giuseppe Aricó, José Mansilla y Marco Luca Stanghieri, eds., Mierda de ciudad. Una rearticulación crítica del urbanismo neoliberal desde las ciencias sociales, Pol·len, Barcelona, 2015.
LO URBANO COMO FOGÓN DE BRUJAS
Manuel Delgado
"¿Qué saldrá de ese hogar,
de este fogón de brujas, de esta intensificación dramática de las potencias
creadoras, de las violencias, de ese cambio generalizado en el que no se ve qué
es lo que cambia, excepto cuando se ve excesivamente bien: dinero, pasiones
enormes y vulgares, sutilidad desesperada? La ciudad se afirma, después estalla".
Para Lefebvre, tanto el urbanismo como la
arquitectura de ciudades se han constituido en ciencia, técnica e ideología de
la desactivación del espacio urbano, entendido como espacio de y para lo
urbano. Recuérdese la distinción que Lefebvre plantea entre la ciudad y lo urbano. La
ciudad es una base práctico-sensible, una morfología, un dato presente e
inmediato, algo que está ahí: una entidad espacial inicialmente discreta —es
decir un punto o mancha en el mapa—, a la que corresponde una infraestructura
de mantenimiento, unas instituciones formales, una gestión funcionarial y
técnica, unos datos demográficos, una sociedad definible... Lo urbano, en
cambio, es otra cosa: no requiere por fuerza constituirse como elemento
tangible, puesto que podría existir y existe como mera potencialidad, como
conjunto de posibilidades.
La ciudad es palabra,
habla, sistema denotativo. Lo urbano más va más allá: no es un tema, sino una
sucesión infinita de actos y encuentros realizados o virtuales, una
sensibilidad hacia las metamorfosis de lo cotidiano que le debe no poco a la
sensibilidad de Charles Baudelaire a la hora de descubrir lo abstracto y lo
eterno en los elementos más en apariencia banales de la vida ordinaria, la
proliferación en ella de todo tipo de proyecciones e imágenes flotantes. La
vida urbana —lo urbano como forma de vida— “intenta volver los mensajes,
órdenes, presiones venidas de lo alto contra sí mismas. Intenta apropiarse el tiempo y el espacio
imponiendo su juego a las dominaciones de éstos, apartándoles de su meta,
trampeando… Lo urbano es así obra de ciudadanos, en vez de imposición como
sistema a este ciudadano”.
Lo urbano es esencia de ciudad, pero puede darse fuera de
ella, porque cualquier lugar es bueno para que en él se desarrolle una
sustancia social que acaso nació en las ciudades, pero que ahora expande por
doquier su “fermento, cargado de actividades sospechosas, de delincuencias; es
hogar de agitación. El poder estatal y los grandes intereses económicos
difícilmente pueden concebir estrategia mejor que la de desvalorizar, degradar,
destruir la sociedad urbana…”. Lo urbano es lo que se escapa a la fiscalización
de poderes, saberes y tecnologías que no entienden ni saben qué es lo urbano,
puesto que "constituye un campo de
visión ciego para aquellos que se limitan a una racionalidad ya
trasnochada, y así es como corren el riesgo de consolidar lo que se opone a la
sociedad urbana, lo que la niega y la destruye en el transcurso del proceso
mismo que la crea, a saber, la segregación generalizada, la separación sobre el
terreno de todos los elementos y aspectos de la práctica social, disociados los
unos de los otros y reagrupados por decisión política en el seno de un espacio
homogéneo".
No obstante los ataques que constantemente recibe lo urbano
y que procuran desmoronarlo o al menos neutralizarlo, sostiene Lefebvre, este persiste e incluso se
intensifica. "Las relaciones sociales continúan ganando en complejidad,
multiplicándose, intensificándose, a través de las contradicciones más
dolorosas. La forma de lo urbano, su razón suprema, a saber, la simultaneidad y
la confluencia no pueden desaparecer. La realidad urbana, en el seno mismo de
su dislocación, persiste". Es más, se antoja que la racionalización
paradójicamente absurda que pretende destruir la ciudad ha traído consigo una
intensificación de lo urbano y sus problemáticas. De ello el mérito le
corresponde a habitantes y usuarios que, a pesar de los envites que padece un
estilo de vida que no deja nunca de enredarse sobre sí mismo, o quizás como
reacción ante ellos, “reconstituyen centros, utilizan lugares para restituir
los encuentros, aun irrisorios”.
Para Lefebvre, lo urbano no es substancia
ni ideal: es más bien un espacio-tiempo diferencial. Lo urbano es el lugar
"en que las diferencias se conocer y al reconocerse se aprueban; por lo
tanto se confirman o se invalidan. Los ataques contra la urbano prevén fría o
alegremente la desaparición de las diferencias" (Lefebvre, 1976a: 100).
Lo urbano no es ya sino la radicalidad misma de lo social, su
exacerbación y, a veces, su exasperación. “Lo urbano, al mismo tiempo que lugar
de encuentro, convergencia de comunicaciones e informaciones, se convierte en
lo que siempre fue: lugar de deseo, desequilibrio permanente, sede de la
disolución de normalidades y presiones, momento de lo lúdico y lo imprevisible”
es lo que aporta “movimiento, improvisación, posibilidad y encuentros. Es un
“teatro espontáneo” o no es nada.
Los tecnócratas urbanos creen que su sabiduría es filosófica
y su competencia técnica, pero saben o no quieren dar la impresión de saber de
dónde proceden las representaciones a las que sirven, a qué lógicas y a qué
estrategias obedecen desde su aparentemente inocente y aséptica caja de
herramientas. Están disuadidos de que el espacio sobre el que reciben
instrucciones para actuar técnicamente está vacío y se equivocan porque el
espacio urbano la nulidad de la acción solo puede ser aparente: en él siempre
ocurre algo. De manera al tiempo ingenua y arrogante, piensan que el espacio
urbano es algo que está ahí, esperándoles, disponible por completo para sus
hazañas creativas. No reconocen o hacen como si no reconociesen que ellos
mismos forman parte de las relaciones de producción, que acatan órdenes.
Frente a un control sobre la ciudad por parte de sus
poseedores políticos y económicos, que quisieran convertirla en valor de cambio
y que no dudan en emplear todo tipo de violencias para ello, lo urbano escapa
de tales exigencias, puesto que se conforma en apoteosis viviente del valor de
uso. Lo urbano es el reino del uso, es decir del cambio y el encuentro
liberados del valor de cambio. Es posible que la ciudad esté o llegue a estar
muerta, pero lo urbano persistirá, aunque sea en “estado de actualidad dispersa
y alienada, de germen, de virtualidad. Lo
que la vista y el análisis perciben sobre el terreno puede pasar, en el mejor
de los casos, por la sombra de un objeto futuro en la claridad de un sol de
levante…”. Un porvenir que el ser humano no “descubre ni en el cosmos, ni en el
pueblo, ni en la producción, sino en la sociedad urbana”. De hecho, “la vida
urbana todavía no ha comenzado”.
[Las citas son de Henri Lefebvre.
De las ediciones españolas de La
revolución urbana, Espacio y política y El
derecho a la ciudad.