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Sobre Maurice Halbawchs y las teorías pragmáticas sobre memoria y acción (Bergson y Mead). Consideraciones para el entonces todavía doctorando José Mansilla, enviadas en abril de 2015.
Tener presente
Manuel Delgado
A la hora de hablar de memoria urbana está claro que el referente es el eje teórico que establece Maurice Halbwachs y su concepto de memoria colectiva. Los textos principales -La memoria colectiva (Universidad de Zaragoza) y Los cuadros de la memoria colectiva (Anthropos)- ya los mencionamos y podrás encontrar un montón de ejemplos de aplicación a dinámicas de transformación urbana de ahora mismo o recientes.
Tú conoces mi lealtad al paradigma durkheimiano, con lo que te será fácil entender mi devoción por Halbwachs, sobre todo por su papel de conector, por así decirlo, entre la escuela francesa de sociología y otras corrientes contemporáneas suyas que, de no ser por él, se hubieran mantenido inconexas. Por ejemplo, con la Escuela de Chicago, con cuyos miembros mantuvo una estrecha relación tanto científica como personal, incluyendo estancias allí. Como testimonio, ahí está este "Chicago, experiencia étnica", que es la venturosa traducción, aparecido en REIS en 2004, de un artículo de 1932. Es lógico. Me gustaría que miraras de ponerte al corriente de todo lo que escribió Halbwachs sobre cuestiones de urbanismo, precio del suelo, reforma urbana, relación entre clase y forma urbana, una serie de textos que puedes encontrar reunidos en una maravilla que se titula Estudios de morfología social de la ciudad, publicado por el CIS es 2008. Sobre este aspecto de su obra mírate el artículo este que apareció en Scripta Nova, ub.edu/geocrit/sn/sn-146(014).htm. Te mando algunas cosillas de Halbwachs o sobre él que tengo a mano. Si entras en la página del Centre Maurice Halbwachs, http://www.cmh.ens.fr/, encontrarás un montón de materiales suyos y sobre él.
Déjame que te remarque un aspecto de la biografía personal de Maurice Halbawchs que merece ser subrayado: el de su muerte en 1945 en el campo de extermino nazi de Buchemwald, del que me gustaría que tuvieras dos testimonios. Uno de ellos personal, de alguien que asistió a su agonía y estuvo a su lado en el momento de morir de hambre. Me refiero a Jorge Semprun, que relató sus últimos días. Te mando un pdf con el libro en que habla de ello, La escritura o la vida. El otro testimonio es póstumo, pero me parece especialmente conmovedor: el de Pierre Bourdieu y se titula "L'assassinat de Maurice Halbwachs", que tienes en un blog dedicado sólo a los homenajes de Bourdieu a diferentes personajes —Goffman, Sartre, Foucault...—. Es pierrebourdieuunhommage.blogspot.com.es/. De propina, mira a ver si puedes leer el capítulo V de La seducción de la cultura en la historia alemana, de Wolf Lepenies (Akal). Está muy bien porque, además de las circunstancias de su muerte, explica el papel de Halbwachs como intermediario entre la tradición sociológica alemana —en esencia Max Weber— y la escuela de l'Année Sociologique. A Halbwachs lo trincaron porque le consideraron culpable de que sus dos hijos, fusilados poco antes de su detención, fueran de la resistencia, y sus suegros y su mujer, judíos
Pero hay algo más en la importancia de Halbwachs que te quiero remarcar también. Como te he dicho uno de sus talentos fue la de poner la matriz moral y teórica de la escuela de Durkheim y su amigo Marcel Mauss en contacto con líneas sociológicas que, de no haber sido por él, hubieran permanecido incomunicadas. Te he mencionado los casos de la Escuela de Chicago y de Max Weber. Otra de las conexiones que propició Halbawchs fue —y está claro que te debe importar— es la que cruza Durkheim con Henri Bergson, que es de quien incorpora una preocupación central por los temas del tiempo y la memoria.
Y es ahí donde entra la otra pista que te propuse seguir, y que es tan importante o casi más que la de la memoria colectiva en sí, aunque se relaciona mucho con ella, tanto como Halbwachs con Bergson, que en muchos sentidos puede considerarse un pragmático. Te copio unos fragmentos de Bergson que son un breve resumen de las teorías pragmáticas sobre la memoria: "Lo cierto es que si una percepción equivoca un recuerdo, lo hace con el objeto de que las circunstancias que han precedido, acompañado y seguido a la situación pasada arrojen alguna luz sobre la situación actual y muestren el camino por donde salir de ella. Son posibles miles de evocaciones de recuerdos por semejanza, pero el recuerdo que tiende a reaparecer es aquel que se parece a la percepción por un cierto lado particular, aquel que puede esclarecer y dirigir el acto en preparación [...] Pero son las necesidades de la acción las que han determinado las leyes de la evocación; sólo ellas ostentan las llaves de la conciencia". Esto es L'Enérgie spirituelle, que es un libro de 1928 que no sé si tiene reediciones recientes y que tienes una en español de 1928 en la biblioteca de la facultat. Yo lo he copiado de selección de textos de Bergson reunida por Gilles Deleuze en un librito titularo Memoria y vida (Alianza).
Los grandes teóricos pragmáticos del recuerdo –G.H. Mead y Henri Bergson–, y los espistemólogos constructivistas después, han distinguido dos tipos de memoria: una memoria en sucio, por así decirlo, constituida por la totalidad almacenada de evocaciones posibles, y otra memoria extremadamente selectiva, que escoge entre todas las imágenes del pasado disponibles, entre todas las historias posibles, aquellas que mejor se adecuan a los intereses prácticos del presente. Esta última memoria –una memoria de segundo orden, en realidad– es sobre todo memoria viable, memoria en acto, memoria destinada a dotar de congruencia una acción que se presupone orientada hacia objetivos, entre los cuales destaca el de dotar de sentido y legitimidad el presente o atenuar las dosis de incertidumbre que oscurecen el porvenir. Dicho de otra manera, no es el presente lo que resulta del pasado, sino –como muy bien intuyera George Orwell– el pasado conmemorado, monumentalizado, enaltecido, evocado, invocado, etc., lo que resulta de las contingencias prácticas del presente y de las metas a alcanzar en un futuro, siempre según la versión de quienes produzcan en cada momento y en cada contexto el significado.
Así, la memoria política o social —de quien o de quienes sean— imita en el plano simbólico lo que hacen la memoria específica que fija genéticamente la conducta de los animales, o la memoria cultural, que garantiza la transmisión de las tecnologías humanas: escogen sus contenidos en función de unos movimientos intencionales y de unos intereses que, por definición, no se contempla que puedan ser ni contradictorios ni indeterminadamente diversos. Esta memoria de segundo orden es también una colosal máquina de olvidar, un extraordinario dispositivo amnésico, que borra todos aquellos elementos que pudieran considerarse superfluos, disfuncionales o contraindicados en relación con las metas ideológicas a alcanzar. Se trata de la construcción afectual, simbólica y escenográfica de una filiación identitaria, sólo relativamente distinta de aquella que se propiciara desde el viejo nacionalismo decimonónico, a base de lo que Hobsbawn llamó la «invención de tradiciones». La finalidad continúa siendo la misma: salvar en la medida de lo posible un principio de agrupación social unitaria y cálida, inviable por la acción de fuerzas igualmente poderosas, aunque contradictorias –globalización y desintegración de las experiencias–, con las que el proceso de modernización amenaza con liquidar los restos de cualquier comunalismo. Esta identidad compartida al servicio de la politización de los territorios –otrora las naciones, hoy las ciudades– sólo es posible obedeciendo una pauta paradójica: negación absoluta de lo que se es en realidad, supresión de raíz de todo recuerdo impertinente o inútil en orden a producir un relato del pasado pertinente, repito, a una determinada perspectiva de futuro.
Y es que todo orden discursivo, por su pretensión de estructuración y organicidad, exige inexcusablemente una «memoria». No es que tenga una historia, sino que afirma ser esa historia. Toda pretendida reducción a la unidad, en otras palabras, toda presunta identidad, aparezca ésta bajo argumentaciones del tipo que sea, requiere beneficiarse de la misma ilusión que supone una «historia natural», entendida como una memoria de los sistemas vivos. Es ahí que cada uno de los lugares-reminiscencia —la Flor de Maig en tu caso— es, a su manera y para quien en ellos hace presente un pasado adecuado a su prospectiva de futuro, una suerte de centro que, a su vez, define espacios y fronteras más allá de los cuales otros seres humanos se definen como otros en relación a otros centros y a otros espacios.
Te he llamado la atención acerca de la importancia de Henri Bergson, cuyas teorías sobre el tiempo y la memoria determinan las de Maurice Halbwachs sobre esos mismos asuntos. Eso te debe hacer notar que la Flor de Maig es una magdalena proustiana, lo que viene a cuento porque también el autor de En busca del tiempo perdido está muy influenciado por Bergson. Pero debes tener en cuenta al otro gran teórico pragmático de la memoria: George H. Mead. Es fundamental que te mires su Filosofía del presente, la traducción que hicieron en el Centro de Estudios Peircianos de una compilación de textos sueltos suyos cuyo asunto es la memoria entendida en función de la acción presente y la prospectiva futura. Te lo adjunto en pdf. Hay un prólogo de John Dewey que está muy bien.
Importante: busca o pide en la biblioteca el número 100 de la Revista de Occidente, del 1989. Está dedicado integramente a la memoria y contiene cosas interesantes, entre ellas un artículo de 1929 de George H. Mead: "La naturaleza del pasado". Yo lo tengo. Si no lo encuentras, te lo presto.