dissabte, 12 de març del 2022

El valor ritual de los centros históricos

La foto es de Joey Panetta

Propuesta para aportación al número 8 de la revista Perspectivas Urbanas (otoño 20165)

EL VALOR RITUAL DE LOS CENTROS HISTÓRICOS
Manuel Delgado

La centralidad de un centro urbano no es solo social, económica, de comunicación, política, ceremonial...; es también simbólica. La calidad especial de determinados lugares no resulta de una mera adición de rasgos morfológicos o funcionales, sino de que se les reconoce o se les pretende un valor añadido en tanto que lugares-símbolo, entendiendo símbolo como lo hace la antropología simbólica, es decir espacios en condiciones de resumir en sí mismos y en lo que ellos hay, los axiomas de los que se supone que depende la organización de una determinada comunidad humana, en este caso urbana. Las propiedades que asignan centralidad simbólica a un centro urbano son las mismas que se atribuyen a los símbolos rituales: condensación y unificación de significados dispersos y múltiples, y polarización de sentido, esto es síntesis en que se reúnen rasgos sensoriales, físicos y formales susceptibles de producir emociones y deseos de un lado y, del otro, valores y principios morales socialmente estratégicos y las normas que aseguran su acatamiento por parte de los individuos. Se cumple con ello la vocación integradora de todo centro histórico dotado de centralidad urbana, que solo es posible asumiendo un valor ritual.

Se hace preciso remarcar esa naturaleza ritual que viene conferida a ciertos lugares urbanos a partir de la eficacia simbólica que se les presume. Ello implica que, en última instancia, todo conjunto espacial maqueta un cierto orden social, ya sea deseado por una minoría social con control sobre la producción de significados, ya sea proyectado por sectores sociales subalternos. Esa plusvalía simbólica atribuida a un parte de la trama urbana resulta de reconocer en ella conglomerados congruentes de símbolos en condiciones de provocar en los individuos algún tipo de reacción emocional y, en consecuencia, determinados impulsos para la acción, a la manera de una especie de reflejo condicionado culturalmente pautado. Tenemos entonces que la función que cumplen los espacios rituales —y un centro histórico lo es o quisiera serlo— es a la vez posicional –relativa a cuál es el lugar estructural de cada cual en relación con los demás–, conductual –cuál es el comportamiento adecuado para cada eventualidad– y emocional, es decir relativo a los sentimientos que cabe albergar ante cada avatar de la vida social, saturados como están de unas cualidades afectivas que impregnan de sentimientos gran cantidad de conductas y situaciones.




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