La foto es de Joey Panetta |
Propuesta para aportación al número 8 de la revista Perspectivas Urbanas (otoño 20165)
EL VALOR RITUAL DE LOS CENTROS HISTÓRICOS
Manuel Delgado
La centralidad de un centro urbano no es solo
social, económica, de comunicación, política, ceremonial...; es también simbólica.
La calidad especial de determinados lugares no resulta de una mera adición de
rasgos morfológicos o funcionales, sino de que se les reconoce o se les
pretende un valor añadido en tanto que lugares-símbolo, entendiendo símbolo como lo hace la antropología
simbólica, es decir espacios en condiciones de resumir en sí mismos y en lo que
ellos hay, los axiomas de los que se supone que depende la organización de una determinada
comunidad humana, en este caso urbana. Las propiedades que asignan centralidad
simbólica a un centro urbano son las mismas que se atribuyen a los símbolos
rituales: condensación y unificación de significados dispersos y múltiples, y
polarización de sentido, esto es síntesis en que se reúnen rasgos sensoriales,
físicos y formales susceptibles de producir emociones y deseos de un lado y,
del otro, valores y principios morales socialmente estratégicos y las normas
que aseguran su acatamiento por parte de los individuos. Se cumple con ello la
vocación integradora de todo centro histórico dotado de centralidad urbana, que
solo es posible asumiendo un valor ritual.
Se hace preciso remarcar esa naturaleza ritual que
viene conferida a ciertos lugares urbanos a partir de la eficacia simbólica que
se les presume. Ello implica que, en última instancia, todo conjunto espacial
maqueta un cierto orden social, ya sea deseado por una minoría social con
control sobre la producción de significados, ya sea proyectado por sectores
sociales subalternos. Esa plusvalía simbólica atribuida a un parte de la trama
urbana resulta de reconocer en ella conglomerados congruentes de símbolos en
condiciones de provocar en los individuos algún tipo de reacción emocional y,
en consecuencia, determinados impulsos para la acción, a la manera de una
especie de reflejo condicionado culturalmente pautado. Tenemos entonces que la función que cumplen los
espacios rituales —y un centro histórico lo es o quisiera serlo— es a la vez
posicional –relativa a cuál es el lugar estructural de cada cual en relación
con los demás–, conductual –cuál es el comportamiento adecuado para cada
eventualidad– y emocional, es decir relativo a los sentimientos que cabe
albergar ante cada avatar de la vida social, saturados como están de unas
cualidades afectivas que impregnan de sentimientos gran cantidad de conductas y
situaciones.