dimecres, 4 de novembre del 2020

La fertilidad de los pobres

La foto és de Adrian Page

Artículo publicado en El Periódico de Catalunya el 30 de mayo de 1990, a raíz de un alarmante informe del Fondo para la Población de la ONU adviritiendo de los peligros del crecimiento demográfico del planeta. También se alude a la detención de 76 inmigrantes magrebíes de madrugada, en Vic, acusados de trabajar ilegalmente.

LA FERTILIDAD DE LOS POBRES
Manuel Delgado

¿Por qué los pobres suelen tener tantos hijos? ¿Es que no saben dosificar su lascivia y se pasan el día fornicando? ¿Su ignorancia les hace desconocer los métodos anticonceptivos? ¿Son tan irresponsables que tienen hijos que no podrán mantener? ¿Su religión les impone la fertilidad?

Nada de eso. El sexo no es nunca en las culturas no modernizadas un mero vehículo de placer, sino una actividad controlada por la comunidad, casi siempre mediante normas religiosas, y a su servicio. Por otra parte, todas las sociedades humanas han conocido y practicado métodos anticonceptivos eficaces. Además en todas han existido fórmulas de autorregulación demográfica que, hasta su desactivación por los occidentales limitaban su crecimiento.

Lo que ocurre es que los pobres tienen prole porque es lo único que pueden tener. Una pareja sin recursos busca hijos que puedan trabajar o hijas con las que establecer alianzas familiares. La descendencia se construye en patrimonio. Lo mismo vale para la alta fertilidad en los países tercermundistas. Que la gente es para un país pobre una fuente de riqueza es algo que España, que durante décadas se nutrió de las divisas procedentes de la emigración, estaría en condiciones ideales de demostrar. En efecto, un excedente de población suele traducirse en movimientos migratorios.

Convendría tener presentes estos factores para interpretar la alarma ante la “inminente catástrofe demográfica” contenida en el reciente informe del Fondo para la Población de la ONU, sospechosamente parecido, por cierto, al que hace menos de tres meses dio a conocr la oscura fundación privada estadounidense Comité de Crisis de Población.

Desde siempre, y de ahí las teorías de Malthus, los dominadores se han sentido inquietos por la creciente superioridad numérica de las clases y naciones dominadas. Por lo que hace al Tercer Mundo, el sistema más empleado últimamente para aliviar el problema ha sido el del genocidio por hambre, dado que la mayor parte de esos países llamados pobres, a pesar de que en su suelo se hallen las mayores riquezas, están condenándose a la hambruna al verse obligados a sustituir los cultivos de supervivencia por otros destinados a la exportación y al pago de la deuda externa.

La otra gran vía de exterminio prevista es la propuesta por los aludidos informes: la imposición de medidas de anticoncepción masiva, uno de los métodos predilectos de los nazis para acabar con las razas inferiores. ¿Se acuerdan de aquella película de culto para la izquierda de los 70, La sangre del cóndor, del bolivariano Sanjines? En ella, una comunidad indígena andina observa con zozobra que no nacen niños. Al final descubren que los culpables son los médicos norteamericanos de un plan de cooperación para el desarrollo,  que se dedican a esterilizar a todas las mujeres que acuden a su consulta. Los indios se rebelan y castigan a los responsables.

Todo esto significa que tanto el planteamiento como las soluciones del problema demográfico están siendo falsificadas. Las familias y los países pobres no son pobres porque crezcan demasiado como una respuesta a su pobreza. Por ello, la única vía legítima para restablecer el equilibrio poblacional es hacer desaparecer la escandalosa miseria a que un orden económico injusto somete a millones de seres humanos. Es decir, propiciar que los ahora empobrecidos no necesiten hijos para sobrevivir.

En realidad el problema es otro. Poco debe preocuparle al President Pujol el futuro de la humanidad cuando, no hace mucho, nos animaba a los catalanes a tener tres hijos. La mayor parte de países europeos están estableciendo programas de estimulo a la natalidad, a la manera de aquellos que en la España de Franco animaban a las familias a traer al mundo más “servidores de la patria”. Y no hay para menos, porque dentro de un siglo, y al paso que van, no quedarán, por ejemplo, suecos (no es broma). Mientras los herederos del subdesarrollo crecen y se multiplican sin cesar, la población europea sencillamente se extingue.

Así, ¿qué es lo que cree el lector que justifica tanto entusiasmo por la unificación alemana? El patriotismo, sí, pero también un mutuo interés. Los alemanes occidentales tienen bienestar y abundancia y, a cambio, los de la RDA pueden ofrecer algo de lo que se ve cada vez menos en la otra Alemania: niños, niños rubios para un país en cuyas calles juegan cada día más niños turcos.

Coreanos en Tokio, vietnamitas de Praga, sudacas de Estocolmo, hispanos en Nueva York, asiáticos de Londres, africanos de Paris… La otra noche la policía detuvo en Vic a varias decenas de inmigrantes magrebíes que, por lo visto, sobraban. Lo hizo empleando un método inventado por la Gestapo: el noche y niebla,  en masa y de madrugada. He ahí la verdadera naturaleza del llamado problema demográfico. Los parias de la Tierra, y innumerables, están aquí para el desquite, para devolvernos la miseria que les dejamos.

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