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La foto es de Yanidel |
EL LUGAR DEL SEXO EN LA CULTURA
Manuel Delgado
La sexualidad es para los
occidentales de hoy –reconozcámoslo-, más que otra cosa, un tema de
conversación. Además, y con la excepción de algunas especulaciones valiosas,
también es fuente de inspiración para una literatura masiva y de paupérrima
calidad, compuesta por manuales de uso que conciben los lechos de amor como si
fueran gimnasios, y libros y folletos de difusión sexológica destinados a
demostrarnos que somos todos unos jodedores incompetentes y, en la línea de un
reciente y exitoso programa televisivo, a hacer aumentar el porcentaje
poblacional de ansiosos. A esa colección de tomaduras de pelo habría que
añadirle las contribuciones de una seudosociologia sexual entestada en
hundirnos aún más en la superchería estadística dominante hoy.
En comparación, bien poca
cosa se ha escrito y se ha leído acerca del lugar del sexo9 en esa compleja
construcción comunicacional a la que llamamos cultura,que es donde se define el color de nuestros deseos, donde
la libido escoge la forma de sus fantasmas, y en la impresión de cuyos códigos
pueden hallarse las claves que justifican las diferentes maneras de habitar la
genitalidad. El sexo de los humanos deviene incomprensible sin esa estratégica
herramienta conceptual, que es la que nos permite contemplarlo como un sistema
simbólico más, una modalidad de intercambio de señales signos compartidos que determina comportamientos
y creencias.
En esa dirección
socioculturalmente orientada de esclarecimiento de la sexualidad y sus
sentidos, la antropología ha provisto de aportaciones célebres, muchas de ellas
de ambientación entre lo exótico, debidas a las ilustres miradas de Davenport,
Kardiner, Du Bois, Mead, Malinowski, etcétera. Todos ellos insistieron en la
importancia de establecer la ideología cultural –las reglas secretas del juego
amoroso- que subyacía en lo que las gentes pensaban, hacían y decían a
propósito de la dimensión erótica de su existencia, demostrando además que
cualquier concepción de buena sexualidad
resultaba altamente vulnerable al ejercicio comparativo entre los diferentes
modelos con que las sociedades han dotado su organización sexual.
Si ya se ha hecho notar
cómo en Occidente la sexualidad es esencialmente un tema de charla, debería
decirse que en España suele ser también motivo generalizado de cachondeo. Po r
ello, que se haya producido una contribución de manufactura propia en ese campo
de la antropología sociocultural de temática sexual constituye una excelente
noticia. Debe decirse también que Cultura
y sociedad en las prácticas sexuales, de José Antonio Nieto, es uno de los
libros de texto empleados en el master en
sexualidad humana que imparte la UNED y la Fundación Universidad-Empresa, que
también acaba de entregar Sexualidad y
sexismo, de J.M. Marqués y R. Osborne, y prepara un prometedor Género y sexualidad, de Teresa del Valla y C. Saz de Rueda. Esta
condición divulgadora sin claudicaciones permite al lector, no por fuerza
especializado, ponerse al tanto de la que se puede decir de distinto acerca de
cuestiones masacradas por el tópico, como el aborto, la homosexualidad, la
prostitución o las llamadas perversiones.
En cualquier caso, he aquí una lectura importante en orden a rescatar la
sexualidad del despotismo de vocación policial al que la tienen sometida
médicos y curas. También para enterrar para siempre ese ingenuo prejuicio que
nos hizo creer alguna vez que lo que ocurría entre dos en la soledad de las
alcobas era un acto estrictamente privado.