Una de las fotografías del libro , tomada de tomascasademunt.com/ |
Palabras en la presentación del libro Obra Negra, del fotógrafo Tomàs Casademunt, en el Centro Cultural de España en México DF, el viernes 8 marzo 2013.
Toda obra es de obreros
Manuel Delgado
La reflexión
que quiero compartir con ustedes no es sino la consecuencia no solo de la
contemplación de la obra de Tomàs Casademunt, sino de una experiencia mucho más
fenomenal: una jornada en México DF. Toda esa amalgama me hace entender en el
fondo el trabajo de Tomàs. En primer lugar uno no podría decir nada acerca de
su trabajo: decir algo acerca de una obra como la suya es absurdo, precisamente porque su obra existe para no
tener que decir nada. Hoy en nuestra comida, Tomàs intentaba explicarme algo de
su trabajo, acercarme a su punto de vista acerca de lo que ha hecho. Yo le que
le he dicho es que no tiene ni idea. "De qué me estás hablando", le
he dicho. Porque de pronto me hablaba como si su trabajo fuera suyo, y yo le
tenía que hacer entender que su trabajo ya no es suyo. Que ya no le pertenece:
en cuanto lo ha brindado en una obra que nos lo permite contemplar, le ha sido abducido. Ya pertenece a aquellos que tenemos el
privilegio de poder pensar a partir suyo. Lo que el piense acerca de su trabajo
es completamente irrelevante, no responde más que a una de las posibles
versiones de lo que en el fondo es ya un mito.
Como saben los mitos no tienen versión original, no pueden tener más que
versiones, lecturas acerca de ellos.
El trabajo de
Tomàs es justamente un ejemplo de ese mecanismo que hace que la obra ya no pertenezca
a su creador, sino a quienes la contemplan. Cuando hablábamos tenía la
sensación de que Tomàs no era consciente del trabajo que había hecho. Yo le
hacía entender que, en el fondo, ese trabajo
hablaba de lo que no se podía ver, de que tenía que ser escuchado,
sorbido, olido, masticado, y unicamente en última instancia visto, porque el
primer nivel de la contemplación práctica de su trabajo, el que la mirada
impone, se veía superado por ese tipo de
conexiones a las que nos conduce sin querer.
Yo me sentí
conmovido: se podía haber llamado, en lugar de “Obra Negra”, “Sombras y alambres”, que es en el fondo de lo que habla. Hay diferentes niveles. Uno de ellos sería la
línea social: la obra, la construcción, la sombra de obreros, que trabajan en
la obra, que obran, a quienes debemos el milagro de esas viguetas que se
retuercen. Y de aquello que luego los
arquitectos creen que es su obra, pero que ha sido construida con ladrillos que
no han puesto ellos. Tomàs le da importancia a la sombra de esos obreros, que a
mi me recuerdan a las sombras que han quedado de la explosión atómica en Hiroshima
y Nagasaki, lo que queda impreso de aquellos que estuvieron. Tomàs hace una
crónica de eso mismo: de restos, de rastros,
de sombras, de huellas. Hay alguien que trabaja, que deja su sombra.
Porque quien hace los edificios, créanme, son las sombras de los obreros,
puesto que lo que quedará de ellos será eso: unicamente su sombra.
Viajando hacia
esta ciudad releía en el avión la Poética
del espacio de Gaston Bachelard, en la que el autor nos propone fijarnos en
cualquier cosa, nimia o secundaria,
aparentemente irrelevante, como
podría ser un agujero en la pared, o una grieta. Pensé en las fotografías de
Tomàs, y en aquello que a Malcom Lowry le permitía ver su rostro cuando se
miraba en la pared, cuando no estaba el espejo. ¡Aquella grieta en la pared era
su propia imagen! ¿Qué es lo que pasa cuando no pasa nada? En el fondo, de lo que hablan los trabajos de
Tomàs es de ese residuo que es la sombra de los hechos que suceden cuando no
hay ningún hecho del cual hablar. Cuando no ocurre nada. Cuando no hay más que
eso: restos, sombras, huellas, rastros. El trabajo de Tomàs nos obliga a
fijarnos en detalles aparentemente irrelevantes, en los cuales uno descubre
cierto tipo de puertas o trampillas que comunican con lo que la imagen no
muestra; que es lo que importa y que no se puede ver. Lo invisible.
Me fascina que
llame a su obra “Obra Negra”. No he podido dejar de pensar en Humphrey Bogart,
alguien que hacía películas negras, que tenían a su vez que ver con novelas
negras, y que podrían remitir a las pinturas de un hombre como Goya, que hizo pinturas negras. Cuando alguien
decide que su obra tiene que ver con lo negro, en el fondo lo que hace es advertirnos de lo
que justamente son zonas de sombra. Nos obliga a enfrentarnos a esa zona de
sombra. Hay una zona de sombra, de la nuestra y de las cosas. La parte opaca y
negativa, que nos insinúa todo lo que es lo que no está, lo que está agazapado,
lo que se insinúa, y que es donde podríamos
encontrar las claves de nuestra propia existencia. Y la de aquellos objetos de
los que tuvimos la ingenuidad de pensar que eran tan solo objetos. Este trabajo
me hace pensar en los detritos de una realidad de la que nunca hablará ningún
titular de prensa, pero que nos insinúan esa otra presencia. La presencia de
todo lo otro. Todo lo que no puede ser dicho
ni pensado. Una mera posibilidad.
Jaime Soler ha
dicho una cosa muy hermosa y pertinente, que yo quisiera remarcar ahora: esto
que ustedes están viendo ahora y que es el trabajo de Tomàs, es una obra. No es
una obra artística: es una obra, una obra a secas. Una obra de aquellas que los
arquitectos sueñan que tienen bajo su control, y que es una obra que llevan a
cabo obreros, aunque acaso toda obra no pueda ser sino cosa de obreros. Me parece muy bien que se reconozca esa dimensión prosaica que es
justamente la de alguien que se fija. Lo que ha hecho Tomàs es lo que en
Barcelona hacen los jubilados y los gays, que se la pasan el tiempo mirando
obreros haciendo obras. Lo que hace Tomàs es poetizar ese gesto elemental de
mirar a quienes trabajan, lo que ocurre en la obra. Ahí no hay arquitectos, hay
obreros, esos obreros que, como su nombre indica, son quienes justamente hacen
la obra, esa obra que el trabajo de Tomas convierte en negra. Porque muestra lo
mismo que el cine negro: la ambigüedad.