Fragmento del artículo publicado en el Libro del Año 1996, Salvat Editores, Barcelona, 1997
LA LEYENDA DE LAS "TRIBUS
URBANAS"
Manuel Delgado
La heterogeneidad cultural
de los jóvenes, la pluralidad de formas de sociabilidad y de identificación de
que se valen, recibe una lectura culpabilizadora por parte de la imaginación
social mayoritaria en la actualidad. La manera hoy dominante de representar a
los jóvenes suele mostrarlos como fuente de todo tipo de peligros sociales,
tanto a nivel físico como moral. Al mismo tiempo que es mitificada como un
estadio vital de plenitud, la juventud es, hoy, sistemáticamente asociada a
los estragos de las drogas y el alcohol, al desorden sexual y sus consecuencias
‑la extensión del sida, por ejemplo‑, a la violencia delictiva o política ‑las
acciones de "jóvenes radicales" en el País Vasco, pongamos por caso‑,
o a la siniestralidad en las carreteras. A partir de un prejuicio que la hace
portadora de tendencias naturales a la rebeldía y a la desviación, los jóvenes
se ven con frecuencia sometidos a una especie de estado de excepción. Esto se
explicita en las medidas como las que, desde el verano del 95, obliga a los
adolescentes de más de cien grandes ciudades norteamericanas a toque de queda.
En España, el mito de las "rutas del bakalao" ha contribuido a
alimentar este imaginario que presenta a los jóvenes abandonándose a todo tipo
de excesos.
En esa tarea de justificar
la vigilancia a que se somete a los jóvenes, los mass media alimentan la
imaginación colectiva, mostrando una serie de acontecimientos violentos sin
vinculación entre sí como formando parte coherente de la actividad mórbida de
los jóvenes "tribales". La policía, por su parte, confirma la
fantasía popular organizando reuniones "de expertos", que tienen por
objeto el etiquetado y descripción de cada grupo y acaba por crear secciones
especiales, como el Grume o grupo de menores de la Brigada de Información,
especializada en "tribus urbanas". Esta construcción del imaginario
tribal se basa en una singular forma de interpretar ciertas producciones
culturales de los jóvenes urbanos, conviertiéndolas en materia prima para una
especie de "tribalización", que los supone integrándose en bandas u
hordas cuyo referente serían unas no menos imaginarias "tribus
primitivas", y todo para subrayar una suerte de asilvestramiento o regreso
a "estadios salvajes".
Dejando de lado la
significativa muestra de racismo semántico en implica la noción misma de
"tribu urbana", este término ha permitido diseñar una curiosa
taxonomía cuyos ingredientes son en gran parte fabulados, inspirándose el resto
en una percepción folklorizante de determinadas modas culturales juveniles.
Esta clasificación "tribal" compartimenta los jóvenes en subgrupos
jerarquizados en función de su peligrosidad para la ciudadanía en general. Es
esa pseudociencia la que permite asignar responsabilidades a todo tipo de
crímenes, agresiones, peleas multitudinarias, saqueos o destrucciones. En esos
"mapas étnicos" fantásticos, los jóvenes son clasificados en moteros,
skinheads, siniestros, psychobillys, punkis, raperos, heavies, rockers, mods, hooligans,
maquineros, hardcores, okupas, etc., con fichas que recogen rasgos distintivos,
muchos de ellos puramente fantasiosos: edad de sus componentes; actividades ‑"ocio
y nomadismo", "música y conciertos", "ropa",
"baile", "pintadas", "marginalidad",
"normales"‑; niveles de conflictividad ‑"elevado",
"contenido", "escaso"...‑; ideología ‑en la mayoría de
casos "contradictoria"‑.
Habría multitud de
ejemplos de la manera como la prensa ha continuado encargándose, a lo largo de
1996, de confirmar la condición crónicamente peligrosa de estos jóvenes
tribalizados. En otoño fueron los violentos desalojos policiales de okupas en
Madrid o Terrassa. Antes, en marzo, los mass media se habían hecho eco de la
detención de más de una treintena de centuriones o moteros, acusados de
traficar con drogas, robar coches y dar palizas por encargo. También hubo
numerosas referencias de los violentos enfrentamientos entre moteros en
Dinamarca, Suecia o Noruega, en los que se llegaron a emplear granadas
anticarro. En ese paisaje
melodramáticamente protagonizado por las hazañas de "salvajes
juveniles", continua ocupando un lugar privilegiado la figura del skinhead,
sobre todo a raíz del asesinato en Madrid, en enero, de un joven a manos de
supuestos skins, o, mejor dicho, de nacional-bakaladeros, una nueva "tribu
urbana" cercana a los cabezas rapadas, que había sido inventada por la
policía y la prensa expresamente para la ocasión.
Resulta interesante
constatar el proceso que ha llevado a construir la leyenda de los skins y,
sobre todo, a cómo una parte de lo propios miembros del movimiento han acabado
asumiendo los rasgos que el propio folklore periodístico les atribuía. En
efecto, la mayoría de cabezas rapadas no empezaron a ser violentos y racistas
hasta que la presión de la opinión pública obtuvo que aceptaran la imagen que
de ellos circulaba, y que respondía a la necesidad social que de que el
"racista integral", el "violento total", existiera
realmente, lo que permitía eximir de toda sospecha de racismo a los ciudadanos
"normales" y escamotear que la mayoría de agresiones de que eran
víctimas inmigrantes o marginados provenían de agentes estatales en aplicación
de leyes vigentes. Al final, no sólo se ha conseguido que algunos skins acaben
siendo de verdad peligrosos, sino que los peligrosos hayan adoptado el look
skin para ostentar su condición. A mediados de octubre, la prensa barcelonesa
hacía pública una encuesta oficial en que los skins aparecían como la principal
fuente de alarma ciudadana.
No deja de ser elocuente
que esa labor de etiquetaje de los jóvenes, que los contempla como
organizándose en sociedades interiores amenazantes, se parezca cada vez más a
la que tiene por objeto las no menos imaginarias "sectas
destructivas". La "tribu urbana" y la "secta
destructiva" tienen en común numerosos rasgos, sobre todo su condición
compartida de asociaciones maléficas, abandonadas a todo tipo de aberraciones
morales o ideológicas y cuya labor fundamental es la de arrancar a los hijos de
las instituciones ‑familia, escuela...‑, para convertirlos en instrumentos al
servicio del socavamiento de la paz y el orden sociales. Esto se traduce en que
el tratamiento mediático-policial de las "tribus urbanas" haya
requerido el refuerzo de la psiquiatría y de los técnicos en "desprogramación",
como quedó explicitado en la VII Reunión Nacional sobre la Medicina del
Adolescente, organizada en mayo por la Asociación Española de Pediatría, en
Terrassa.
Por lo demás, al margen de las banalizaciones de que se sirve esta estrategia de criminalización y estigmatización de los jóvenes, poco se ha hecho en el estudio de cómo las nuevas microcentralidades protagonizadas por la juventud urbana se organizan socialmente, ni de cómo emiten sus diferenciaciones culturales a partir de la interpretación paródica de aspectos de la cultura hegemónica. Quizá porque hacerlo supondría reconocer la manera que tiene el mundo dominante de mostrar ajena y repudiable la sustancia misma de que está hecho, jugando a protegerse de la imagen delirante que de sí misma le devuelven las llamadas "tribus urbanas".
Por lo demás, al margen de las banalizaciones de que se sirve esta estrategia de criminalización y estigmatización de los jóvenes, poco se ha hecho en el estudio de cómo las nuevas microcentralidades protagonizadas por la juventud urbana se organizan socialmente, ni de cómo emiten sus diferenciaciones culturales a partir de la interpretación paródica de aspectos de la cultura hegemónica. Quizá porque hacerlo supondría reconocer la manera que tiene el mundo dominante de mostrar ajena y repudiable la sustancia misma de que está hecho, jugando a protegerse de la imagen delirante que de sí misma le devuelven las llamadas "tribus urbanas".