dissabte, 17 d’abril del 2021

La construcción inquisitorial de Europa


Foto de Janie Barret

Artículo publicado en El Independiente el 23 de septiembre de 1990

LA CONSTRUCCIÓN INQUISITORIAL DE EUROPA
Manuel Delgado

No es posible construir una identidad transnacional sólida sin dotarla de argumentos sagrados, entre los que no puede faltar la definición de un enemigo moral claro. El proyecto de rerromanización de Europa se basa no sólo en la bondad de la Iglesia en orden a proveer de esas razones numinosas y su correspondiente base orgánica, sino en sus condiciones para procurar dos modelos históricamente ensayados tanto de contrario ético –el exterior o “infiel” y el interior o “hereje”- como de sendas fórmulas destinadas a combatir su amenaza –modelos “cruzada” y “santa alianza”-,contra el primero y modela “inquisición”, contra el segundo.

Los modelos de defensa agresiva contra los rivales de fuera han funcionado a la perfección a la hora de desbaratar el peligro del ateísmo comunista, y acaban de recuperar lo que durante más de mil años fuera su adversario natural, el musulmán. El modelos “inquisición” ha encontrado sus nuevos herejes en las llamadas “sectas”, cuya construcción debe contemplarse como una estrategia de competencia desleal por parte de iglesias, partidos y colegios de psicólogos en orden a recuperar la clientela que han ido perdiendo en el tráfico de “sentidos de vida”.

Es cierto que la Iglesia católica puede adoptar, para reivindicar protagonismo en la lucha contra los sectarios, el entrenamiento de siglos de persecuciones religiosas contra todo tipo de sociedades secretas cismáticas y heterodoxas. Pero el proceso de modernización religiosa que fue preparando el advenimiento del culto a la Política no sólo le discutió a los católicos el monopolio sobre el exterminio de las formas piadosas extrañas –como de la caza de brujas en los siglos XVI y XVII-, sino que acabó convirtiéndolos en víctimas del modelo “inquisición” del que habían sido inventores.

Lo que llama la atención es que las acusaciones que hoy se esgrimen contra las “sectas” –fanatismo, afán de lucro, lascivia, etc.- son idénticas a las que el catolicismo lleva recibiendo desde hace casi un milenio en nombre precisamente, de los valores de la modernidad. Durante las guerras de religión del siglo XVI y después, el protestantismo acusó a los romanos de pornócratas, de haber convertido los templos en burdeles y de entregarse “a la magia negra de la misa”. La Ilustración se cansó de culpar a las creencias de los católicos de supersticiones y aborregantes, al igual que ocurrió con todas las modalidades –liberal, libertaria, socialista…- del anticlericalismo de los siglos XIX y XX.

Así pues, la única forma que la Iglesia tiene de demostrar, no ya que es capaz de asumir la dirección del nuevo Santo Oficio Antisectario, sin que merece un lugar entre las religiones superiores, es la de, como hubiera dicho Anna Freud, “adoptar la personalidad del agresor” y perseguir a otros por las mismas razones de civilización en nombre de las cuales ha sido perseguida hasta hoy mismo.



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