La foto es de Andrea Coma |
Entrevista publicada en la página web beta.esedosuno.com, el 20 de julio de 2012.
MOVIMIENTOS Y MOVIMIENTISMO
¿Cuáles cree que son los principales retos que le plantea
esta época de crisis a la antropología social?
En este, como en cualquier otro tiempo, la antropología
tiene como objetivo la comparación entre las culturas y el conocimiento de los
mecanismos que hacen posible la sociedad. En lo posible, como cualquier otra
disciplina, le corresponde poner ese conocimiento al servicio de la mejora de
la sociedad.
Dijo que el movimiento 15M ha demostrado que quienes
gobiernan tienen puntos débiles y menos poder del que aparentan. Aun así, ¿se
puede esperar un horizonte de cambio político y social impulsado por los
movimientos ciudadanos o no conviene albergar esperanzas?
Los llamados movimientos ciudadanos o sociales, como su
nombre indica, son agitaciones o espasmos que de manera más o menos cíclica
expresan estados de ánimo o irritaciones colectivos en relación con situaciones
concretas consideradas inaceptables. Pero se limitan, como mucho, a exigir una
reforma del sistema económico y político existente que lo haga menos
inclemente. En la práctica son movimientos que exigen una mejora ética del
capitalismo, pero nada más. No lo impugnan, sino que se limitan a reclamar un
poco de consideración. Y por supuesto que quienes gobiernan tienen puntos
débiles y estos movimientos, como el 15M, se los recuerdan, precisamente para
que los refuercen. No lo debilitan, sino que pueden contribuir a perpetuarlos,
en tanto actúan como una especie de mala conciencia, un referente moral
perfectamente digerible e inofensivo, a la manera de Pepito Grillo en Pinocho.
Pese a obstáculos como la reforma del Código Penal, que ha
equiparado la resistencia pacífica a una conducta violenta, ¿el movimiento de
protesta puede mantenerse o consolidarse hasta alcanzar parte de sus objetivos
o cree que la única vía útil es su transformación en partido político?
El movimiento de protesta conocido como 15M no existe sino
como movimiento y, como corresponde al movimientismo en general, está condenado
a desvanecerse luego de un tiempo de haberse desplegado. Como movimiento no
puede convertirse en partido político, porque sólo puede existir, en efecto,
moviéndose. Y, por la misma razón, su destino ineluctable es acabar por
agotarse en cuanto se pierda la energía que lo impulsó inicialmente.
Más allá de su limitada presencia en la calle, la sociedad
es aparentemente más susceptible ante los abusos de los poderes políticos y
económicos. Aun así, se siguen perdiendo derechos a un gran ritmo sin que se
produzcan reacciones notorias [la entrevista se llevó a cabo antes de las
últimas manifestaciones contra los recortes]. ¿Han conseguido hacernos creer
que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades?
No creo que esa visión haya cuajado. Percibo en mi entorno
que más o menos todo el mundo es consciente de la colosal estafa de que estamos
siendo víctimas. Se han producido y se producirán de seguro reacciones más o
menos convulsas e intensas de repudio, pero es poco probable que estas acaben
desembocando en algo realmente serio, a no ser que se doten de estructura
organizativa estable, en cuyo seno se puedan coordinar acciones y producir
ideología. No tiene por qué ser en forma de sindicato o partido tradicional.
Seguramente habrá que buscar fórmulas y formatos nuevos. Pero, en cualquier
caso, la clave está en procurar organizaciones estructuradas y sólidas y
liderazgos capaces de sintetizar y darle forma a la indignación colectiva,
conduciéndola a objetivos claros y posibles.
¿Pueden estar tranquilos quienes gobiernan mientras en la
calle y en los medios de comunicación el debate siga prestando demasiada
atención a cuestiones como el fútbol?
El fútbol es un espectáculo apasionante. Se puede ser
aficionado al fútbol y tener conciencia social, de igual forma que ser
revolucionario no es incompatible con amar la paella. El opio del pueblo no es
hoy el fútbol, ni tampoco la religión. El auténtico opio del pueblo en la
actualidad es la política.
En este contexto de necesaria vigilancia hacia los poderes
públicos, ¿qué papel augura para un periodismo debilitado por su particular
crisis económica?
El periodismo sólo puede confirmar lugares comunes e
informar de lo que todo el mundo sabía ya. Está siendo una colosal máquina de
trivializar y dudo mucho que pueda llegar a ser otra cosa. Sólo puede
sobrevivir hoy como dispositivo de reproducción de los discursos oficiales o
como propagador de leyendas urbanas.
¿Los “límites mentales de la prensa” de los que hablaba hace
años siguen siendo el mayor problema para acercar la verdad a los ciudadanos?
La prensa está para acercar la verdad a los ciudadanos, pues
que la verdad no es otra cosa que lo que simplifica las cosas. En ese sentido,
los medios de comunicación son fuente de verdad, es decir, de discursos cuya
función es operar una brutal simplificación de las relaciones sociales reales.
En esta sociedad no triunfa el honesto, sino el hipócrita,
el que piensa lo que dice y no al contrario, según dijo en una entrevista. ¿Por
qué?
En primer lugar la honestidad y la hipocresía no son
incompatibles. Ni el honesto, ni el deshonesto, ni nadie dice lo que piensa,
sino lo que desea que su interlocutor crea que piensa, que ha de ser lo que
permita hacerle reconocible como concertante en cada situación en que se ve
comprometido. La comunicación no sirve para transmitir estados de ánimo o
pensamientos, sino para intercambiar indicativos de pertinencia que nos hagan
socialmente aceptables. En cuanto a triunfar en la vida, suele consistir en ser
capaz de ser competitivo –que no por fuerza competente–, ambicioso y no tener
escrúpulos a la hora de traicionar y traicionarse con tal de obtener ventaja, y
hacerlo, además, si es posible, sin dejar nunca de dominar un lenguaje
políticamente correcto.
La conocida escena del presentador de televisión de la
película Network, un mundo implacable (1976) corre estos días por Internet por
su valor actual. ¿Dónde está el límite de la resistencia social? ¿Qué
consecuencias puede tener la nueva oleada de recortes del Gobierno?
La indignación es un sentimiento y ni siquiera cuando se
convierte en rabia u odio es por sí misma capaz de transformar nada. Puede
destruir, en el mejor o peor de los casos –según como se mire–, pero no generar
órdenes sociales o políticos nuevos. La única expectativa de cambio y la única
fuente real de inquietud para los poderosos vendrá dada por que aparezca una
organización –unitaria o compuesta, tanto da– capaz de convertir lo que ahora
son meras turbulencias sociales en energía histórica.
Como apasionado por el cine, ¿qué película le recomendaría a
Rajoy? ¿Y a un ciudadano indignado ante este sistema?
Yo creo que la gente no conoce a los clásicos. Un buen John
Ford es siempre la mejor recomendación. Por ejemplo, Las uvas de la ira. Que
los ciudadanos y Rajoy conozcan al fantasma de Tom Joad y que, de su boca,
despidiéndose de su madre, entendamos que siempre habrá un lugar para la
decencia humana y para hombres y mujeres que luchan. Que los ciudadanos lo
sepan y que Rajoy lo tema.