EL MULTICULTURALISMO BIEN TEMPERADO
Manuel Delgado
Si hay
un término que esta deviniendo ejemplo inmejorable de multiuso acrítico y trivialización
es el de multiculturalismo. Bajo la
protección que presta un valor teórico tan confuso como ese se resguardan perspectivas
ideológicas absolutamente dispares, por no decir incompatibles, se articulan
discursos y propuestas a veces antagónicas, que van de una vindicación ingenua
de la «autenticidad» que encarnan las llamadas minorías culturales a los
disfraces sútiles que adoptan las nuevas formas de racismo, ya no basadas en el
concepto de raza, sino en el de cultura.
Por
ello, y para aclarar un poco ese panorama habitado por todo tipo de
ambigüedades y malentendidos, cabe saludar la aparición de este Repensar el multiculturalismo, cuyos
autores son Joe L. Kincheloe y Shirley R. Steinberg y que aparece en la
colección Repensar la Educación de Octaedro. La vocación del volumen es
claramente la de, por así decirlo, reorganizar posiciones, mostrar cómo las
matizaciones que afectan a los usos del multiculturalismo en el campo educativo
delatan en realidad estrategias políticas, sociales y económicas de amplio
espectro, casi siempre al servicio –consciente o no– de la producción y
reproducción de la desigualdad humana en contextos cada vez más mundializados y
abarcando los ámbitos superpuestos de la «raza», la edad, el género y la clase
social.
Así
pues, el libro de Kincheloe y Steinberg debe ser reconocido en función de esa
voluntad de desgranar los usufructos del multiculturalismo, una suerte de manual
de uso que permite reconocer las bases teóricas y los intereses particulares
que se concretan en las diferentes líneas de enseñanza multicultural. De este
modo, somos colocados ante una gama de opciones que quedan resumidas en cinco
grandes terrenos. Por un lado, el multiculturalismo conservador, que no es en
realidad ningún multiculturalismo sino una jerarquización que coloca la cultura
occidental y patriarcal en el centro y la cúspide del universo de las
diferencias humanas y consagra, por otras vías, las viejas pretensiones de
hegemonía del hombre blanco. Junto a esa renovacion del monoculturalismo
radical, el para los autores mucho más sagaz multiculturalismo liberal, que no
deja de ser una variable de eurocentrismo que disuelve la evidencia de la desigualdad
en todo tipo de afirmaciones retóricas sobre la universalidad de la condición
humana.
Basada en esa misma ficción de la fraternidad humana y practicando la
misma abstracción respecto de las asimetrías que padecen los seres humanos de
carne y hueso, damos con el multiculturalismo pluralista, que es de hecho el
que mayoritariamente orienta las políticas educativas oficiales presentadas
bajo la marca multicultural. Esa variable hace un elogio simplista de la
diversidad cultural, pero sin dejar de escamotear las violencias y las
injusticias que afectan a la inmensa mayoría de sus representantes. Otra
variable del multiculturalismo sería la esencialista de izquierdas, víctima de
una ilusión cándida y esquematizante de la pluralidad cultural, que asignaría
virtudes naturales de verdad y franqueza a cada una de las minorías oprimidas,
con lo que ello conlleva de obstáculo para la acción conjunta en pos de una
sociedad más justa.
Luego
de ese desglose de los multiculturalismos pervertidos o desviados, los autores
nos invitan a un recorrido por lo que se afirma como el multicuturalismo bien
temperado. Éste –presentado como multiculturalismo
teórico– emana de una aplicación al
campo de la diversidad humana de los postulados de la sociología crítica, la
Escuela de Frankfurt –Adorno, Marcuse, Horkheimer–, más las tendencias
neomarxistas que se agrupan bajo el sello de los llamados estudios culturales –Williams, Thompson,
Willis–, todo con toques de ese tono habitual de la pedagogía redentorista de
los discípulos de Freire. El multiculturalismo teórico concibe la
heterogeneidad cultural como un factor más en la definición y orientación de
los procesos sociales, la articula con las realidades concretas marcadas por la
opresión y la complica en las dinámicas transformadoras que aspiran a la
construcción de una sociedad cuanto más igualitaria mejor.
La
virtud y el defecto de la obra son los mismos: esa inequívoca voluntad de
ofrecerse como libro de instrucciones del «buen multiculturalismo», justiciero
y libertador, al servicio de la emancipación de los pobres y esclavizados y de
la elevación moral de la sociedad. Ese fervor militante no deja de tener sus
inconvenientes, precisamente por su escasa capacidad dialéctica, por su
irremediable ingenuidad a la hora de enfrentarse con la complejidad de lo real,
por el empleo acrítico que hace de sus materiales teóricos de partida, por el
entusiasmo más bien místico que se agita en sus reflexiones. Una obra ésta que
puede constituirse en un inmejorable útil para quiénes estén ansiosos de
encontrar en las teorías esa claridad que los hechos nunca desprenderán, una
herramienta que ayudará a que mejoren su labor todos aquellos que han recibido
la sagrada misión de salvar a los parias de su postración actual.