dimecres, 20 d’abril del 2022

Actualidad de lo sagrado

La fotografía es de Cynthia S. Tseng

Reseña de Contra el catolicismo, de Alberto Cardín (Muchnik, 1998), publicada en Babelia, el suplemento de libros de El País. Apareció publicada el 12 de enero de 1998.

ACTUALIDAD DE LO SAGRADO
Manuel Delgado

¿Se pueden pensar y luego decir otras cosas? ¿Es posible soportar el rodillo de un pensamiento exclusivo que se cuida de repetirnos una y otra vez, aduciendo siempre nuevas pruebas, que las cosas son tal y como él mismo se imagina? La verdad es que el panorama al respecto es más bien desolador : muy pocos parecen dispuestos a llevarle la contraria a los señores del significado.

Ha habido alguna que otra excepción. Por ejemplo, la de Alberto Cardín, narrador, poeta y etnólogo desaparecido prematuramente -acababa de cumplir 42- hace ya seis años. De la manera de hacer de Cardín hay que destacar dos cosas. En primer lugar su táctica predilecta : “golpe de mano”, incursión-relámpago en los mass-media con el fin de sabotear el consenso fácil en torno a lugares comunes. Luego, el hecho de que su impugnación de lo dado por todos por supuesto tomara impulso desde el relativismo cultural, es decir desde los postulados al tiempo epistemológicos y deontológicos de la antropología.
        
Cardín-antropólogo publicó en vida, aparte de alguna cosa de divulgación, su tesina (Guerreros, chamanes y travestis, Tusquets) y un par de compilaciones de artículos (Tientos etnológicos, Júcar, y Lo próximo y lo ajeno, Icaria). El resto de su producción ha tenido que ver la luz póstumamente. Primero fue su tesis doctoral (Dialéctica y canibalismo, Anagrama), luego una colección de artículos de tema psicoanalítico (Un cierto psicoanálisis, Libertarias) y, ahora mismo y de la mano de Muchnik, Contra el catolicismo, colección de trabajos breves, aparecidos unos en alguna de las revistas emblemáticas de la vanguardia intelectual de finales de los 70 y principios de los 80 (El Viejo Topo, Diwan, La Bañera), otros en la prensa diaria, en especial en las páginas de El País, hasta poco antes de su muerte.

El volumen, íntegramente dedicado a abordar el papel de la religión en las sociedades contemporáneas, aparece dividido en tres bloques. El primero  recoge textos en que se denuncia el proyecto de la Iglesia de volver a ser toda la sociedad y presentarse como una auténtica alternativa civilizatoria. También contra la teología de la liberación, que Cardín entendía como un imposible doctrinal y como un fraude ético, por parte de una Iglesia que debía continuar siendo coherente consigo misma y con su historia, es decir reaccionaria. El segundo apartado presenta artículos sobre lo que la imaginación periodística  llama “las sectas”, en los que se advierte de cómo el discurso estigmatizador contra los nuevos movimientos religiosos se conduce a la manera de una reedición de la vieja heresiología cristiana. Por último, un capítulo ha reunido varios artículos en los que, abordando cuestiones como la guerra del Golfo o el affaire Rushdie, Cardín plasmaba su contradictoria actitud -reserva y fascinación- hacia el mundo islámico, a la vez que se sumaba a los teóricos  (Ernest Gellner, Clifford Geertz) que han señalado el papel del llamado integrismo musulmán como estrategia de modernización.

Hay un argumento común que Cardín despliega en todas estas aportaciones acerca de la actualidad de lo sagrado : el de la urgencia de reanimar la crítica racionalista y humanista de la religión, exigencia que nace de la alarma ante lo que se insinua como una suspensión del proceso de laicización de la sociedad iniciado por las Luces, así como ante la dimisión a continuar profundizando en la distinción clara entre los ámbitos público y privado y en la cultura de la tolerancia. 

Y es que Cardín siempre estuvo convencido de que era compatible una crítica negativa y abstencionista de la realidad, derivada de la desviación antropológica por la que optó, con la militancia en lo que él mismo presentaba como un “volterianismo postmoderno”. También desde el cinismo se puede defender la libertad. Lúcido, y por ello incongruente, Cardín nos brinda ahora esa su última lección, a voces desde la patria donde moran los mejores muertos : la memoria.





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