dilluns, 24 d’agost del 2020

Tener presente

La foto es de Roland Dahwen

Del artículo de Manuel Cruz y Manuel Delgado, ¿Para qué tanta memoria?, Mal Estar. Psicoanálisis/Cultura, 9(9), 2011, pp. 29-54. Capítulo de Pensar por pensar. Conversaciones sobre el mundo y la vida (Aguilar, 2008)

Tener presente
Manuel Delgado

Estamos con lo que Orwell notaba con todo la razón: “Quien controla el pasado, controla el presente; quien controla el presente, controla el pasado”. Claro que la memoria y su versión “científica” bajo el nombre de Historia están ahí para eso: para justificar, para naturalizar, para hacernos creer que lo que hay es lo que tiene que haber, porque el presente ya estaba en el pasado. Pero eso es un truco ideológico que lo que hace es legitimar un determinado estado de cosas; el que sea, qué más da. Es en la historia dónde más se le podría la razón a Nietzsche cuando afirmaba que los seres humanos sólo son capaces de encontrar lo que han escondido antes.

Pero, lo siento, como te decía, todos los grupos humanos, cualquiera que sea su naturaleza, en tanto se perciben como tal, es decir como grupo, celebran el momento de su nacimiento, así como los hitos de su aventura vital como colectividad. Seguramente eso vale para cualquier celebración, puesto que toda fiesta en el fondo es un acto de rejuvenecimiento de la sociedad –grande o pequeña– que la celebra. Cada celebración permite volver al principio, arranques o momentos míticos –aunque pase por “histórico”– de la vida de cada unidad social cuyos miembros se perciben como compartiendo una misma identidad. Y eso vale para toda sociedad, desde la que conforman el conjunto de los seres humanos –las doce uvas de fin de año sería su autocelebración por excelencia– a la forma mínima de colectividad, que sería la pareja, que también celebra sus aniversarios, sus bodas de oro y de plata, incluso el lugar y el día en que se conocieron. Bueno..., sin dejar de tener en cuenta al propio individuo, que también es una sociedad de fragmentos no siempre bien avenidos. De ahí esos cumpleaños, que ejecutan la misma función a nivel individual que la fiesta patronal en un pueblo o el día nacional en un país. Toda evocación es una invocación

Ahora bien, en lo que no te quito la razón es en lo de que esa conmemoración –el ritual o la fiesta en que se recuerda y proclama la vigencia de no importa qué momento fundamental– tiene sentido en tanto lo que une a los conmemorantes no es en realidad el pasado, sino el presente y sobre todo el futuro. En ese orden de cosas, creo que tenían razón filósofos de la memoria como G.H. Mead o Henri Bergson, que hablaban de dos tipos de memoria: una memoria en sucio, por así decirlo, constituida por la totalidad almacenada de evocaciones posibles, y otra memoria muy selectiva, que escoge entre todas las imágenes del pasado disponibles aquellas que mejor se adecuan a los intereses prácticos del presente. Es decir, recordamos y se recuerdo lo que de algún modo resulta pertinente o significativo en el momento en el que nos encontramos. De ahí esa expresión que a mí me parece tan elocuente de “tener presente” algo, como sinónimo de recordarlo.

Ahora recuerdo –recuerdo, ¿te fijas?; los hitos de mi memoria son las películas que he visto– “Siempre hace buen tiempo”, aquel musical en que tres soldados a punto de licenciarse prometen encontrarse en el mismo bar en que están despidiéndose al cabo de dos años. Cuando regresan al lugar para cumplir con su compromiso se dan cuenta de que nada de lo que les hizo inseparables existe. El encuentro parece que va a desarrollarse entre la nostalgia y el aburrimiento cuando una serie de avatares les vuelven a unir para enfrentarse a unos malos. Es entonces, y sólo entonces, cuando realmente hay algo que hacer juntos, que se redescubren como los camaradas que fueron. Su conmemoración, de pronto, ha vuelto a cobrar sentido y valor.

Canals de vídeo

http://www.youtube.com/channel/UCwKJH7B5MeKWWG_6x_mBn_g?feature=watch