La fotografía es de José María Tejederas para El País |
Mensaje a la gente del Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà a propósito de la relación entre el movimiento del 15M y la educación en el tiempo libre.
Del campamento a la acampada
Manuel Delgado
Os pido que, de entrada, reconozcais la poca distancia, cuando menos en cuanto a formato, entre un campamento y una acampada. Lo que he defendido sobre el espíritu escolta que presidiera movimientos como el 15M en Barcelona vale para todas sus expresiones, tanto en España como en otros contextos parecidos en otros países como los que mencionas. La clave es cómo se pasa del “modelo campamento” boy-scout al “modelo acampada” del 15M y similares.
Mi antipatía por el escultismo lo es por todo lo que se presenta como “educación en el tiempo libre” como expresión ya invasiva y de tiempo completo de la llamada “educación en valores”. Se trata, como sabéis, de metodologías y programas pedagógicos de actuación para la fiscalización de lo que había sido el tiempo libre de los niños, iniciativas que tienen expresiones tanto laicas como religiosas y que forman parte hoy de las políticas educativas oficiales.
Pero en qué valores educa la educación en valores a través de la “pedagogía del ocio”. Completando el currículum escolar y la formación familiar, los niños pasan así a quedar a disposición de la «animación educativa», una didáctica no formal al servicio del «crecimiento personal» de seres gestionados como inmaduros, incompletos y por hacer. Se fundamenta sobre todo en un repertorio de discursos ideológicos que, por encima de su diversidad, coinciden en su pretensión de inculcar de cerca los principios abstractos y universales de la «civilidad» y la «ciudadanía», léase de la constitución de sujetos políticos adecuados para los requerimientos de la organización estatal de la sociedad, es decir en condiciones de establecer entendimiento adecuado con las estructuras públicas y conocer y manejar los códigos que le permiten a estas obtener obediencia voluntaria de sus administrados.
Es decir, por ejemplo, el escultismo es la expresión militarizada de un entrenamiento de los jóvenes en un concepto de convivencia social basado en valores éticos y buenas prácticas. Son, por así decirlo, la expresión más rigurosa de un concepto de educación fundamentado en la formación de ciudadanos conscientes, responsables y orientados por los principios abstractos de la democracia liberal, es decir el de la realización del moralismo abstracto kantiano y la ética que Hegel entendió que debía guiar la labor mediadora del Estado constitucional moderno. Eso es lo que enseña la educación en valores y, en concreto, la educación en el ocio y, afinando más, su expresión más encuadrada, el escultismo: formación y ejercicio en la generación de ciudadanos preparados para encarnar cada cual las virtudes y valores del orden político liberal.
No olvidéis que el sentido profundo de la organización escolta –su lógica, su preocupación por el ritual– es su naturaleza de auténticas Juventudes Masónicas, entendiendo la francmasonería como el núcleo y base mística del reformismo burgués-republicano del XIX y buena parte del XX.
Eso fue precisamente el 15M y similares: la recuperación del radical-republicanismo burgués, exaltación de un fundamentalismo democrático que aspira a una restauración de los principios ilustrados para una sociedad de seres libres e iguales. Es decir, fracasada la experiencia socialista, renovación del viejo republicanismo y su meta de conseguir una democratización tranquila de la sociedad, que no alterase ni amenazase los planes de acumulación capitalista, que no cuestionase los mecanismos de control real sobre la sociedad, inofensivo para las agendas políticas oficiales. El 15M, sus precedentes en el movimientismo y su consecuencia podemita, no implica ningún proyecto histórico de transformación, sino de mejora moral del orden capitalista, y se limita, a lo sumo, a constituir dinámicas particulares de acción colectiva que pronto se convierten en de "participación", una forma distinguida de nombrar su integración en órdenes institucionales lo suficientemente "abiertos" como para incorporar en sus lógicas a sus propios impugnadores.
Esto ya se vio en las grandes movilizaciones antiglobalización, que es relación con las que Jean Pierre Garnier acuñó el calificativo de ciudadanismo. Que los desplazamientos para asistir a estas movilizaciones tuvieran el aspecto de una nueva forma de turismo también señalaba la importancia que para los movilizados tenía la vivencia de experiencias "transformadoras" de índole personal, además de divertidas, como si cada cita internacional fuera un colosal campamento juvenil para el entretenimiento y la convivencia jubilosa, en el que los enfrentamientos con la policía aseguraban la inclusión en la oferta de las correspondientes actividades de riesgo.