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Reseña de Observando el Islam. de Clifford Geertz (Paidós), publicada en La Esfera, suplemento de libros de El Mundo, el 10 de setiembre de 1994
El Islam en sus pliegues
Manuel Delgado
Hace cinco años Paidós brindaba la oportunidad de conocer, en versión de Alberto Cardín, El antropólogo como autor, la obra con que Clifford Geertz acababa de ganar el premio del National Books Critics Circle y que lo consagraba como uno de los adalides del movimiento posmoderno en antropología. Ahora, la misma casa nos anuncia de Geertz la aparición en breve de su Conocimiento local, al tiempo que pone a la venta Observando el Islam, muestra –al igual que La interpretación de las culturas (Gedisa, 1986)- de la etapa en que este autor apareció liderando la restauración, hoy ya incontestada, de teóricos de la religión algo devaluados en la década de los 60, como James, Malinowski, Weber o Parsons.
La cualidad principal de Observando el Islam reside en que constituye un excelente ejemplo de aplicación de aquellos principios epistemológicos –la atención por lo particular y su comparación- de los que la antropología extrae no sólo su singularidad como disciplina, sino también sus ventajas explicativas. Lo hace, además, en relación con un tema que no ha hecho sino amplificar su importancia, incluso como fuente de preocupación para Occidente: la ideologización que ha provocado en el islamismo el proceso secularizador experimentado a nivel mundial.
El marco teórico de la obra es de clara matriz weberiana y neopragmática. Tanto las liturgias sagradas y como las creencias son esquemas compartidos a partir de los que los individuos aprenden a interpretar, orientar, dotar de sentido y, por fin, transcender su experiencia del mundo. En tanto que marcos perceptuales, al tiempo que guías para la acción, los modelos provistos desde la fe despliegan una fuerza capaz de determinar la conducta humana y el contexto social en que ésta se da.
Este axioma se aplica a los materiales provistos por la experiencia etnográfica del propio Geertz en Marruecos e Indonesia. En estas dos naciones surgidas del colonialismo se había escenificado ese mecanismo capaz de hacer que un conjunto de principios doctrinales comunes originen resultados de tipo simbólico y antagónico, al ser asimilado por tradiciones culturales distintas, desmintiendo así esa apreciación superficial que imagina el islamismo suní como una religión homogénea y sin pliegues.
En Marruecos, el Islam de los bereberes impuso el culto a la “baraka” de los santos y una devoción agresiva y severa. En Indonesia, se adaptó al tono contemplativo y teosófico con que una base hindú marcaba la religiosidad local. La comparación de los estilos culturales que produjeron estas dos variantes de irrupción del Islam se lleva a cabo a partir de dos pares de cristalizaciones personales. Una dispone en paralelo a Sunan Kaliyaga, el apóstol al que se atribuye la introducción de Mahoma en Java en el siglo XVI, y a Sidi Lashsen Lyusi, un agitados religioso bereber del siglo XVII. La otra contrasta el neomorabitismo monárquico de Muhammed V con la teatrocracia y el sincretismo político del Sukarno, dos de las fórmulas que adoptó la emancipación en clave islamita del llama Tercer Mundo en el siglo XX.
He aquí un análisis histórico-cultural que confronta sendas, dinámicas de implantación del islamismo. Formulado por Geertz en el 68, la interpretación resultante no ha hecho sino aumentar su capacidad de esclarecer lo actual, tanto por lo que hace al papel de la religión en el mundo contemporáneo en general, como en lo referido a los conflictos que atraviesan el universo islámico hoy, incluyendo un fundamentalismo que nos es revelado aquí como la paradójica consecuencia del contacto con el concepto occidental de ideología.