dilluns, 6 de novembre del 2023

El Islam budificado de Kaliyuga en Indonesia


Pequeño oratorio musulmán en Howewer, una localidad de la isla de Serangan, cerca de Bali. Está tomada de http://www.liputra.com/

Apostilla a un comentario de ST en el blog, el 5.1.11
EL ISLAM BUDIFICADO DE KALIYUGA EN INDONESIA
Manuel Delgado

Comparto tu fascinación por ciertas formas de pensamiento oriental en las que acaso no deberíamos reconocer sino una profunda afinidad con sabidurías antiguas de las que justamente los gnosticismos serían la continuidad y el puente restaurado con Oriente. Y de hecho injusta sería la culpa que Lévi-Strauss lanza contra el Islam de haberse constituido en barrera que ha impuesto un ficticio abismo entre nosotros y los orientales, un abismo que la grandiosidad de la cultura grecobúdica que generó la presencia de Alejandro desmentiría.

Pero, ¿son el Islam y el pensamiento que nace y se desarrolla en Oriente tan incompatibles? Una sensibilidad como la sufí, en efecto y como apuntas, lo contradeciría, pero hay otro ejemplo que nos serviría igualmente para observar los resultados de esa labor que el Islam escriturista ha asumido de occidentalizar oriente -en el sentido de estandarizarlo cultural, política y económicamente-, acabando con lo que fue un precipitado filosófico como aquel del que fue escenario el archipiélago indonesio. En Indonesia, en efecto, los enemigos a batir en nombre del "verdadero Islam" han sido -además del colonialismo, en este caso holandés- el budismo, el hindo-budismo, el bali'ismo y, sobre todo, un islamismo altamente impregnado de la condescendía que ha caracterizado las tradiciones religiosas en Extremo Oriente. Como Clifford Geertz ha apuntado en varios de sus trabajos -entre ellos Observando el Islam (Paidós)- el establecimiento del islamismo en aquel país -salvo en Bali y en el interior de Borneo, zonas en las que nunca llegó a penetrar- se produjo bajo la forma de una adaptación multiforme y no impositiva a lo que ya era un crisol convivencial de estilos religiosos.

Esta penetración, que muchas veces se ejecutó con escasa escrupulosi­dad coránica, se pudo llevar a cabo a partir del siglo XVIII gracias a que el Islam se revistió de unos tonos panteístas y teosóficos adecuados a lo que era el substrato hindo-budista sobre el que se asentaba. Por descontado que se incorporó todo el patrimonio de la religiosidad popular, con sus fantasmas, profetas, dioses, yinns, etc. La diversificación a que la islamización se vio abocada podría contemplarse como dividida a grandes rasgos en una aristocracia alejada del ritualismo dominante, pero que se mantuvo fiel a un gnosticismo iluminista típicamente oriental; un campesinado fiel a las formas arcaicas de religiosidad y que practicaba un animismo fuertemente contemplativo, y una clase comercial que pasó a depender de la peregrinación a La Meca, como único contacto con la realidad extrainsular, y que logró un cierto compromiso entre la ortodoxia árabe y la tendencia a la metafísica de las filosofías del extremo oriente asiático. La figura capital para que tal acomodamiento se llevará a término de manera no conflictiva fue la de Sunan Kaliyaga, el más importante de los wali sanga o "nueve apóstoles" y a quién se atribuye la introducción del islamismo en la isla de Java.

Como se ve, el Islam logró en Indonesia englobar bajo una hegemonía laxa una mentalidad religiosa en la que cabían tanto la especulación panteísta típica de las religiones asiáticas como todo un conglomerado de creencias y prácticas animistas tradicionales, empeñadas todas ellas en la sacralización de la naturaleza y en la valoración del mundo físico como vehículo mediante el que establecer comunicación con el más allá. Formado en el hindo-budismo del reino de Mayapahit en que nació y practicante del yoga, Kaliyaga no tuvo que abjurar del medio ambiente religioso básicamente quietista del que procedía al recibir la luz del Corán, sino que entendió que está era la vía de adaptación a un cuadro histórico emergente que la civilización a la que pertenecía, y a la que no renunciaba del todo, estaba empezando a conocer de la mano de la presencia invasora de los holandeses.

No fue, pero, ni la aristocracia palaciega ni las clases populares las primeras en apartarse del sincretismo de Kaliyaga, sino la clase de los pequeños comerciantes. Fueron estos los que, forzados por la necesidad de mantener lazos con el resto del mundo islamizado, abrazaron el Islam sunita y establecieron enclaves ortodoxos en ciertas zonas no hinduizadas de Sumatra y de las islas Célebes. Aquella fue la plataforma desde la que se desarrolló el literaturismo islámico en el país, sobre todo por medio del santrismo -santri, estudiante de teología-, instrumento de un proceso de autopurificación compulsiva que tuvo como objetivos prioritarios liberar el Islam tanto del ritualismo naturalista de las clases campesinas como del disfraz que el hinduismo y el budismo malayos habían adoptado entre las élites políticas para parecer musulmanes. A finales del siglo XIX el santrismo empezó a ser equivalente a una adhesión dogmática a los principios morales, legales y litúrgicas del Islam coránico. Los kiyayi -ulemas javaneses- que dirigieron la comunidad santri pasaron pronto de la desmalayanización o a la antimayalización, en un movimiento parecido al que el filowahabismo había protagonizado en la India contra el hinduismo.

Como hubiera sido previsible, también los santristas hicieron compatible su denuncia contra las propias tradiciones indostánicas y el combate contra el invasor colonialista, de manera que fueron santri todas las múltiples insurrecciones antiholandesas que conoció Indonesia a lo largo del siglo XIX. Entre 1821-1828 se producen graves desórdenes de base religiosa, en el transcurso de los cuales un grupo de peregrinos fanatizados masacró a la familia real, bajo la acusación a haberse abandonado al hinduismo e intentaron imponer en Sumatra Occidental un régimen teocrático que debía empezar su hegemonía limpiando la inaceptable heterodoxia de las costumbres locales. En el noroeste de la misma isla diferentes revueltas dirigidas por kiyayis exterminaron casi toda la población blanca entre 1840 y 1880. Los atyehneses, descendientes de piratas que se presentaron como los musulmanes más entusiastas de Asia, mantuvieron una guerra de treinta años contra los holandeses en el norte de Sumatra, hasta ser derrotados en 1903. Como en las otras formas que había adoptado históricamente el reformismo violento de signo salafita, todos estos movimientos no conocieron -con la excepción de una revuelta en Java central entre 1826 y 1830, encabezada por un pretendiente al trono que se proclamó mesías-una dimensión carismática y se mantuvieron al margen del mahdismo.

En el plano teórico, la argumentación del islamismo santrista fue la misma que el del wahabismo saudí o indo‑pakistaní: el Islam escrito ya había establecido, con mucha mayor profundidad trascendente y con igual concreción, todo lo que la ciencia occidental presume haber descubierto. Así, el rechazo de la mística -sea sufí o filobudista-, la depuración de toda superchería que sacralice la naturaleza como vehículo de mediación y la restauración del Islam hermético, como prerrequisitos para el acuartelamiento de lo religioso en la fe privada y en la conducta moral que fue el instrumento que la Reforma cristiana.

El presente no ha hecho todavía del santrismo la modalidad dominante del islamismo en Indonesia. Pero el fracaso del gran proyecto de sincretismo cristiano-budista-hinduista-musulmano‑marxita de Sukarno en los años 60 y la sangrienta dictadura militar de Suharto posteriormente, colocan el integrismo islámico en disposición de constituirse en una fórmula doctrinal de elección en permanente estado de disponibilidad. Moraleja: una prueba más de cómo el famoso “integrismo” musulmán existe como consecuencia y en función de dinámicas de incorporación a la modernidad. Es decir, el caso indonesio nos advierte ds cómo el Islam debió su expansión mucho más a la fascinación que supo generar que a la fuerza y que la hizo en muchos casos en base a una adaptación de sus modelos doctrinales y de conducta a substratos religiosos locales, dando lugar a un diversificación de expresiones que sólo nominal y ficticiamente podían ser reducidos a la unidad. Fueron las necesidades de la incorporación a la Modernidad las que propiciaron, con cada vez mayor intensidad, la aparición de movimientos que ideologizaban el Islam y hacían del Corán un vehículo para la estandarización moral que el mundo moderno exigía como su requisito más innegociable.

Muchas gracias por tus aportaciones ST. Comparto muchas y aprendo de las demás.


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