Lesser Ury, "Escena de calle berlinesa" |
Notas para Amparo Luque, doctoranda
PUTAS Y ASESINADAS
La mujer en la calle en las representaciones urbanas del XIX
En el imaginario de partida en que nos encontrábamos, en el de la modernidad como nombre decimonónico de lo urbano, la mujer está claro que, relegada ya al invento moderno del hogar, asume "ahí afuera", en la calle, la encarnación de la ciudad como la Gran Ramera de la que te hablaba ayer, es decir el lado diabólico de la vida urbana. La representación que se hace de ella no hace sino asumir lo inquietante de la vida urbana, o de la ciudad misma, de su lado oscuro, de su condición al tiempo depravada y depravadora, de su reputación como lugar de desesperación y de pecado. Piensa en la puta callejera es, en ese primer imaginario de lo urbano moderno, como motivo al tiempo de fascinación y de rechazo. El pintor de la vida moderna al que escribe Baudelaire, Constantin Guys, la convierte en uno de los temas predilectos de Constantin Guys y sobre todo del belga Félicien Rops («La bebedora de absenta», «Indigencia»). En las descripciones poéticas de Verlaine o del propio Baudelaire se despliega todo ese universo poblado de filles des rues que tanto la servirían a Haussman para justificar su despótica «higienización» de París. Al tiempo que es señalada como síntoma de un mal social –la ciudad misma–, la prostituta callejera puede ser también un paradójico factor de dignificación y ternura para un medio ambiente urbano imaginado como inmisericorde.
No sé si conoces el óleo de
Lesser Ury –el primer gran pintor alemán que adopta como tema la gran ciudad–
«Escena de calle berlinesa», pintado en 1889. Muestra a dos mujeres que
atraviesan una calzada mojada en un ambiente nocturno, entre el trasiego de los
coches, cubiertas con un paraguas. Una de ellas aparece girándose levemente
hacia el punto de vista del espectador. Nada indica explícitamente cuál es la
identidad de las dos transeúntes. En cambio, no hay duda: son dos prostitutas.
En 1914, Franz Krüger pinta Friedrischstraβe.
La escena presenta a otras dos mujeres de aspecto estilizado, en la calle que
da título a la obra. Un grupo de varones expectantes al fondo, como guardando
cola, nos vuelve a invitar a la misma inferencia.
Yo creo que la mayoría de obras de
esa segunda mitad del XIX no contempla la presencia de la mujer en la calle
sino bajo la figura de la prostituta o de la asesinada, y sólo a finales del
XIX, con la aparición de los grandes almacenes, se ve beneficiada de una cierta
tolerancia para pasear por la calle con la excusa de ir a ver escaparates. Eso lo explica Jane Wolff en un artícuo que se titula «The
Invisible Flaneuse: Women and the Literature of Modernity», en Theory, Culture & Society, II/3
(1985). Ahí también explica que George Sand tuvo que conocer las calles de París, en 1831, vistiéndose
como un joven estudiante.