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Comentario para ST, enviado el 12 de marzo de 2011
SOBRE EL ETERNO RETORNO
Manuel Delgado
La fiesta es justamente la exaltación de ese instante que pasa y que el eterno retorno sacraliza, puesto que en la fiesta –como en el momento al que se retorna, pero que nunca se repite– está todo. Volver tiene que ver con cualquier cosa, menos con repetir. Si se regresa es justamente para vencer el peso de las repeticiones. Como el instante de Bachelard, la fiesta es un nuevo nacimiento de la potencia del ser, potencia que es «la vuelta a la libertad de lo posible» (La intuición del instante, Siglo Veinte). La fiesta ejercitaría ese mecanismo que en Nietzsche desvela la incapacidad que el mundo experimenta de inmovilizarse, de cristalizar, porque si la poseyese, haría mucho que habría concluido su trabajo, y el devenir y el pensamiento habrían cesado. La fiesta –de ahí la violencia y el desorden que parece requerir como ingrediente insustituible– es voluntad social de autodestrucción, alegría del aniquilamiento, o, lo que es lo mismo, premisa social de la nada o premisa anonadada y anonadante de lo social. La fiesta, como expresión de ese eterno retorno que nos hemos permitido trasladar al plano sociológico, demuestra que el universo social humano no está dotado, en tanto que cualidades inmanentes, ni de finalidad –en el doble sentido de fin y de objeto– ni de equilibrio.
Ahora me viene a la cabeza la homologación que propone Ronald Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI), entre la fiesta y el amor, que sería su equivalente en el plano individual. El amante, como el celebrante de fiestas, no hace otra cosa que pasarse el tiempo esperando.