La foto es Dario Ayala/Reuters |
Consideraciones para Olga Achón, colega de GRECS, a propósito de lo inadecuado del término "inmigrante"
UN INMIGRANTE SOLO ES INMIGRANTE CUANDO ESTÁ INMIGRANDO
Manuel Delgado
Me parece muy interesante y pertinente tu exigencia de claridad conceptual a propósito de nociones tan altratadas como "migración" o "inmigrante", por ejemplo Lo que pasa es que creo que hay algo que deberían ser obvio y no lo es: no existen "inmigrantes", pero no porque lo digas tú o yo, sino porque esa figura no aparece reconocida legalmente, al menos en España, en ningún código ni norma. Es decir nos encontramos con que las ciencias sociales y no digamos los medios de comunicación y las personas ordinarias, se hartan de hablar de inmigrantes, cuando no hay ningún material legal ni normativo que lo emplee. Existen en España "leyes de extranjería", no "leyes de inmigración". Los CIES, son "Centros de Internamiento de Extranjeros", no de "inmigrantes". De hecho, esta fue una discusión que tuvimos en el Parlament cuando se organizó una comisión de inmigración y en que justo Àngels Pascual, la catedrática de la Autònoma y yo intentamos convencer a los miembros parlamentarios que era imposible una definición positiva de "inmigrante". De ahí que, por ejemplo, sea imposible responder a la pregunta "cuando uno es inmigrante, ¿lo es para siempre?", o explicar cómo es posible que existan sociológicamente "inmigrantes de segunda" o "tercera" generación.
Es decir, no pueden ser inmigrantes personas que residan de manera estable en algún lugar y no digamos que hayan nacido en el país. Dicho de otro modo, solo sería inmigrante, en cualquier caso, el practicante de lo que aludes como comprometido en una "circulación migratoria" y solo en tanto que está realmente circulando, pero no sería aplicable a quien justamente tu asumes que le correspondería, es decir al trabajador extranjero residente. Es decir, no puede ser inmigrante alguien que no esté inmigrando. En efecto, el participio activo es ese derivado verbal impersonal que denota capacidad de realizar la acción que expresa el verbo del que deriva –inmigrar, en este caso– y que, en tanto que tiempo de presente, implica una actualización de esa acción, una y otra vez renovada, la reinstauración de una peregrinación inaugural que nunca culmina, que exige verse una y otra vez repetida, sin alcanzar en ningún caso su destino final: ese ahora y aquí en el que está, pero al que no pertenece
Esa extraña torsión en el lenguaje, consistente en aplicar un tiempo verbal aparentemente inadecuado desvela hasta qué punto aquel al que llamamos inmigrante es no sólo pieza fundamental de un sistema de producción basado en la explotación humana, sino un auténtico operador simbólico con fines especulativos, es decir como objeto a disposición de un pensamiento que lo emplea para determinadas operaciones conceptuales, en este caso al servicio de su capacidad de dar a pensar el desorden social desde dentro. Es decir, el inmigrante seria sobre todo un personaje conceptual, en el sentido que Deleuze y Guatari sugerían para esa noción en su introducción a Qué es la filosofía (Anagrama). Un determinado sistema de representación genera, como el filósofo imaginario al que se refieren Deleuze y Guatari, sus propios personajes conceptuales, es decir personalidades mediante las cuales un complejo social puede pensarse a sí mismo como otro, y como otro al que se encarga encarnar sus conceptos más fuertes, o acaso la fuerza misma de sus conceptos principales, vehículos al servicio de la designación no de algo extrínseco, “un ejemplo o una circunstancia empírica, sino una presencia intrínseca al pensamiento, una condición de posibilidad del pensamiento mismo”. En tanto que personaje conceptual, el inmigrante representa lo heteronómico, es decir “los otros nombres”, que pueden corresponder no sólo al perfil de quien los concibe y a habla de o con ellos, sino también a su negación o su contrario. Como si el orden social y su autorepresentación encontrará en el inmigrante algo parecido a lo que Nietzsche encontraba en Zarathustra o Platón en Sócrates. Es lo que tu sugieres refiriéndote al concepto de dispositivo simbólico tal y como lo emplea Dan Sperber.
De ahí el uso para hablar del trabajador extranjero de un participo activo convertido en sustantivo. Él no es alguien que haya cambiado de sitio, que antes estaba allí y ahora está aquí, por mucho que lo parezca, sino que es alguien que ya ha partido, pero todavía no le ha sido dado llegar. Es percibido conceptualmente como en movimiento, en inestabilidad perpetua, aunque no esté desplazándose, aunque se haya vuelto sedentario. Bien podríamos decir que la ideología que hace del inmigrante un viajero atrapado en ese exterior del que nunca acaba de salir –es decir como alguien ajeno a ese interior en el que está, pero en el que no ha acabado de entrar en realidad– se ha hecho, siempre al pie de la letra, verbo entre nosotros. Eso explica que se reitere una y otra vez ese imposible lógico que es el del inmigrante de "segunda" o “tercera generación”, puesto que la condición anómala de sus padres o abuelos, se ha heredado, a la manera de un pecado original del que no todos conseguirán redimirse.