Fotograma de "Les maïtres fous", de Jean Rouh (1955) |
Fragmento de la introducción de La magia. La realidad encantada, publicado por la Editorial Montesinos en 1992.
¿QUÉ ES LA MAGIA?
Manuel Delgado
Se puede definir provisionalmente la magia como el conjunto de creencias y prácticas basadas en la convicción de que el ser humano puede intervenir en el determinismo natural, bien completándolo o bien modificándolo, mediante la manipulación o la encarnación de ciertas potencias, accesibles a través de aptitudes, conocimientos o técnicas especiales. El mundo mágico es aquél en el que el hombre –el mago, pero también la comunidad que está disuadida de su capacidad de operar y que le fuerza a ejercerla- no se distingue de las leyes de la naturaleza y es capaz de integrarlas en él o de disolverse participativamente en su seno. El maestro de ceremonias de los protocolos mágicos (y su público a través suyo) trata de operar un cambio cualitativo en la realidad, trasladándose o construyendo un dominio superreal en el que la estructura de su espíritu se confunde con la del orden cósmico, una intersección en la que su deseo –que es siempre un deseo socialmente determinado- obedezca y, a la vez, haga obedecer los principios que organizan el universo. La magia naturaliza las acciones humanas, configurándose así como una suerte de fisiohumanismo, que no tiene como objeto, a pesar de las apariencias, vencer una dificultad en el plano técnico sino resolver un contencioso de orden intelectual, del mismo modo que no son de orden empírico sino de orden simbólico los déficits que el poder del mago es socialmente obligado a exorcizar.
La actuación del mago, del adivino, del hechicero o del saludador se asienta en la idea tenida por cierta, tanto por él mismo como por la comunidad social que lo rodea y le exige eficacia, de que existe un Poder –disperso, concretado en objetos, lugares o instantes o encarnado en identidades personales-, que pertenece a la naturaleza y del que es posible participar por el intermedio de técnicas rituales, es decir por medio de fórmulas gestuales o verbales preestablecidas. Para ello, no está contraindicado muchas veces que el hacedor de magia engañe, mienta, finja, embauque..., aunque haya tenido que hacer de sí mismo la primera víctima de su arte simulador. Y, en cambio, esa carencia de autenticidad no invalida moralmente lo mágico, puesto que es posible que ese dominio de la falsificación que preside y protagoniza no sea más que la expresión más extrema y más convincentemente dramatizada de esa organización de imposturas autovalidadas, ese orden mentiroso, autopresentado como una red de verdades míticamente fundadas, que es siempre inexorablemente cualquier sistema cultural. La magia es ese lugar en que la trama simbólica se expone como trama simbólica.
Ni remotamente es la magia el conglomerado informe de ideas estúpidas que se supone. Antes al contrario, implica un límite en el esfuerzo humano por ordenar y controlar lo real. Lo que con desprecio se considera un cúmulo intolerable de supercherías es, de hecho, una sutil y compleja maquinaria conceptualizadora y activa para mantener una comunicación – y por tanto un ascendente- con respecto a la naturaleza, a la que se escucha y que es contemplada como portadora y a la vez receptora de mensajes eficaces. Es más, la magia no sólo es la manifestación más vehemente de esa identificación intelectual entre las leyes que rigen lo humano y las que rigen el mundo, sino que propicia su espectacularización, su más genuina puesta en escena. La magia no está “antes” de la razón, sino en uno de esos más activos y beligerantes rincones aquél que expresa lo más radical de la voluntad humana de no romper aquellos lazos ejecutivos que, en un principio muy lejano-quién sabe si sólo existen en su nostalgia-, habían hecho del hombre y el universo una sola y única cosa.
Iniciamos ahora una panorámica sobre esa noción confusa y polivalente que es la magia y acerca de cuál es el lugar que los antropólogos le han asignado en su teoría. Para recorrerla, la premisa que se convoca a compartir al lector es la de que ese mundo en apariencia alucinado y saturado de disparates con el que se conduce a enfrentarse conceptualemente – el de “lo mágico”- es, en realidad, un poderoso operador que lleva miles de años ayudando a los seres humanos a pensar simbólicamente, es decir, a ser humanos.