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Reseña de El genio del paganismo, de Marc Augé (Muchnik, 1993), publicada en el número 60 de la revista Ajoblanco, en febrero de 1994.
CONTRA LA ANSIEDAD RELIGIOSA
Manuel Delgado
La mayor parte de “cultivados” que conozco están disuadidos
de que los sistemas de creencias nacieron para aliviar la angustia del hombre
ante la muerte. Pero, ¿y si hubiera sido al revés? ¿Y si hubieran sido las
religiones –o, mejor, ciertas religiones- no la consecuencia, sino la causa de
un vértigo ante la eternidad inédito antes? ¿Tenemos religiones porque tenemos miedo a la muerte o tenemos miedo a la muerte porque tenemos religiones? Podría ser que, como quiere el
tópico, en lo intrínseco de la condición humana nidara una crónica desazón ante
lo invisible. Pero también cabria sospechar que tal sentimiento hubiera sido el
exudado de una forma de fe basada en la coacción ejercida por un dios despótico
único a través de sus funcionarios terrestres, y cuyo éxito habría resultado
más de la eficacia de las armas invasoras que de la fascinación emanada de sus
doctrinas.
Para desautorizar la naturaleza esencial del miedo del
hombre ante lo desconocido, para no ir por ahí repitiendo tonterías sobre la
ansiedad natural del hombre ante potencias trascendentes, nada mejor que
recurrir a la comparación entre culturas que el antropólogo propicia. De su
mano, variamos hasta qué punto la noción de “sobrenatural” es extraña a las
culturas a las que no les ha sido impuesto, por la vía imperial, el monoteísmo
o cristiano o musulmán.
Porque compendia a la perfección esa óptica que descarta
la universalidad de nuestras ideas sobre la sagrado. El genio del paganismo, la obra de Marc Augé que Muchnik acaba de
versionarnos, puede funcionar como un buen útil par autodesintoxicarnos de las
cuatro o cinco vulgaridades que se suelen repetir en cuanto se aborda el
llamado “tema religioso”. Además, Augé es la persona ideal para conducirnos por
ese itinerario comparatista del que hablamos, justo por su condición de
etnólogo repatriado que nos ha brindado piezas maestra del africanismo (Pouvoirs de vie, pouvoirs de mort,
Flammarion), al tiempo que hondas reflexiones de antropólogo en el metro acerca
de nuestra propia suciedad urbana (El
viajero subterráneo, Travesía por los jardines de Luxemburgo, Los no-lugares, todo
en Gedisa).
De Genio del
paganismo debe decirse que es un homenaje a Chauteaubriand y su Genio del cristianismo, en el que, a la manera como el romántico
francés hacía con respecto de un modo de piedad agraviada y de la que se
adivinaba el renacer, Augé nos advierte, en primer lugar, de cómo los ritos y
mitos de las religiosidades calificadas con desdén como “paganas” ,
“idolátricas”, “politeístas”, etc., por las que se han inclinado la inmensa
mayoría de culturas conocidas, desplegaban una lógica del individuo y de la
sociedad capaz de dotar de un sentido desangustiado a la experiencia humana y
construían un cosmos vacio de Dios pero, saturado de signos con los que
dialogar, en el que no estaba prevista la esperanza pero sí la felicidad y en
el que el Mal en modo alguno era encontrable en el interior de los seres
humanos.
El paso siguiente de Augé es el de hacernos notar cómo
todos esos sistemas de mundo que el cristianismo y el Islam quisieron
desactivar reaparecen por doquier, en los héroes del cine o los cómics, en las
nuevas liturgias de la moda, o del deporte, en los rituales en que se constela
lo cotidiano, en la festivalización creciente de la vida en las ciudades. Genio del paganismo, sin proponérselo,
se erige frente La revancha de Dios, el
exitoso libro de Gilles Kepel sobre el resurgir de la intolerancia monoteísta,
y nos avisa de otro desquite el que, conspirando en silencio, preparan entre
nosotros los viejos dioses de la tierra y de la carne.