diumenge, 23 de setembre del 2018

¿Qué son los "movimientos sociales"?


Acampada del 15M en Longroño. Foto de Justo Rodriguez

Comentario para Muna Makhlouf, doctorandam enviadoen noviembre de 2016.

¿QUE SON LOS "MOVIMIENTOS SOCIALES"?
Manuel Delgado

Déjeme que le haga unas apreciaciones que complementan las que compartí con usted la otra tarde acerca de la definición de “movimiento social”. Hágame caso: mantenga su definición del movimiento vecinal que estudia como movimiento social, sin duda, pero con toda la prudencia a la hora de subrayar qué está usted diciendo cuando emplea ese concepto. Mi consejo es que lo emplee en un sentido meramente descriptivo, como cuando se hace para hacer referencia a un sector de la sociedad, un grupo de personas, que actúa colectivamente –que “lucha”- y se organiza en orden a obtener unos objetivos compartidos o impugnar una situación que considera inaceptable por la causa que sea. Es decir, establezca que un movimiento social es movimiento porque se moviliza –o incluso, como le proponía, porqué literalmente se mueve, en el sentido que se autodramatiza en forma de comparecencias en el espacio público para moverse –literalmente- en él. De acuerdo con esa acepcíón, la lucha vecinal contra un plan urbanístico es un ejemplo de movimiento social, pero también lo es la que puedan emprender contra la prostitución en su barrio.

Si mantiene su idea de dar al concepto operacionalidad conceptual, entonces hágalo dándole el valor que el término tuvo a partir de empezar a usarse a mediados del siglo XIX para referirse a la concreción de la voluntad de ciertos sectores en orden a influir sobre el Estado o corregir o superar determinadas circunstancias consideradas desventajosas para ellos. Es en ese contexto que aparece la noción de “movimiento obrero”, por ejemplo, una noción que puede ampliarse a otros ámbitos de la lucha social, como es el caso, que a usted le interesará en especial, del movimiento vecinal.

Ahora bien, lo que hoy por hoy se da en llamar “movimientos sociales”, dando pie a una especie de subdisciplina en ciencias sociales y políticas, es otra cosa y otra cosa que tampoco se sabe bien qué es. Ese concepto, que tanto le desaconsejé emplear, remite a un tipo específico de agrupación no formal de individuos que aparecen implicados fuertemente en algún tipo de vindicación transformadora de la sociedad y lo hacen como alternativa y a partir de la crisis que, a partir sobre todo de finales de los 60, afecta a los partidos de izquierda y sindicatos que podríamos considerar tradicionales. Ahí, créame, la definición, el contorneamiento y el mismo inventario de sus concreciones se torna tan tremendamente complicado que introducirse en ese ámbito es caer de bruces en un terreno pantanoso y además, de cara a su trabajo, del todo estéril. Insisto: “movimiento social”, en el sentido que hoy se emplea en ciertos sectores tanto políticos como académicos, es sólo una denominación de origen, una marca de calidad que distribuyen a su antojo y con un criterio nunca del todo claro determinados especialistas que se autoconsideran legitimados y competentes para hacerlo. Para que tome consciencia del inútil berenjenal en que se ubicaría si siguiera adelante en su intento de clasificar el caso que estudia como dentro de esa nebulosa actual de “movimientos sociales”, le adjunto un artículo. Léalo, pero sólo para hacerse una idea de que se supone que son esa sociología y esa ciencia política de lo que se da en llamar "movimientos sociales".

Le aconsejo que busque información sobre esa área temática supuestamente exenta, pero sólo para que se haga una idea de la arbitrariedad y lo difícil –lo imposible más bien- de su consideración como herramienta conceptual fiable. Huya de ella. Hágame caso.

Ayer paseaba por el Raval y me volvía a encontrar con las pancartas que usted conoce de "Volem un barri digne". El movimiento por la "dignificación" del Raval, que se produce en clave de orden y cuya naturaleza reaccionaria no se nos oculta, es un ejemplo de movimiento social vecinal tal y como le propongo que establezca. Ahora bien, dudo mucho que los expertos y militantes de los llamados "movimientos sociales" consideran ni remotamente su homologación como uno de ellos.

Más allá y al margen de mi consejo –renuncie a pelear con un asunto como ese- déjeme que le diga lo que pienso de esos llamados “movimientos sociales”, dejando de la lado la simpatía y la afinidad que me puedan merecer sus objetivos. Ya me ocupe en cierta ocasión de proponer para ellos una crítica que los veía como una mera variante radical de lo que se da en llamar ciudadanismo, que es lo que está siendo la doctrina de elección de la socialdemocracia, pero también de los restos de la izquierda sindical y política que un día se pretendió revolucionaria.

Si fuéramos a sus raíces profundas, creo que lo que nos encontraríamos e una especie de democraticismo radical que trasciende la filosofía política para ir a beber de una coordinación dialogada y dialogante de estrategias de cooperación, de afinidad o de conflicto, que se articulan en el transcurso mismo de su devenir, una coincidencia eventual y socialmente organizada de líneas de conducta individuales y que generan dinámicas cooperativas de interpretación y actuación en pos de objetivos comunes que pueden ser consistentes y duraderos o provisionales, pero que sólo puede concebirse en relación a acciones prácticas en situación.

Eso es lo que trabajaba en un artículo que le mandé y en el que conectaba a esos movimientos sociales no tanto con la perspectiva situacionista, sino con la perspectiva situacional, que atiende sobre todo a lo que son dinámicas de producción de actores individuales y colectivos, cuya identidad no está nunca establecida plenamente de entrada, sino que se modula en el transcurso de sus intervenciones y de sus interacciones. Creo que le mandé en su día un artículo que publiqué en que abordaba esa cuestión. Se titulaba “Sociedades anónimas. Las trampas de la negociación” y estaba dentro de una compilació de Marina Garcés, Santiago López Petit y Amador Fernández-Savater: La fuerza del anonimato (Bellaterra).

Lo que tanto en el artículo como en el bloc intentaba sostener era que los “movimientos sociales” no vendrían a ser otra cosa que lo que le decía: una expresión en especial vehemente del tipo de cultura pública de que se nutre la definición de la civilidad como práctica intersubjetivamente acordada en situación, que es lo que encontramos en la base misma de la forma que está adoptando en la actualidad lo que se da en llamar postpolítica, una de cuyas expresiones la encontraríamos en algunos de esos llamados “movimientos sociales”, que, en mi opinión, no dejan de revitalizar el viejo humanismo subjetivista, aportando como relativa novedad su predilección un particularismo o circunstancialismo militante, ejercido por individuos o colectivos que se reúnen y actúan al servicio de causas muy concretas, en momentos puntuales y en escenarios específicos, renunciando a toda organicidad o estructuración duraderas –como las que conformarían una “asociación”; recuerde lo que le comentaba la otra tarde-, a toda adscripción doctrinal clara y a cualquier cosa que se parezca a un proyecto de transformación o emancipación social que vaya más allá de un vitalismo más bien borroso.

Esas formas crecientemente dominantes de movilización prefieren modalidades no convencionales y espontáneas de activismo, que expresan una forma enérgica de lo que es el concepto fenomenológico de intersubjetividad con el que los construccionismos hermenéuticos elaboraron su teoría social: individuos conscientes y motivados, sin raíces estructurales, desvinculados de las instituciones, que renuncian o reniegan de cualquier cosa que se parezca a un encuadramiento organizativo o doctrinal considerado demasiado sólido, que proceden y regresan luego a una especie de nada aestructuda, se prestan como elementos primarios de uniones volátiles, pero potentes, basadas en una mezcla efervescente de emoción, impaciencia y convicción, sin banderas, sin himnos, sin líderes, sin centro, movilizaciones alternativas sin alternativas que se fundan en principios abstractos de índole esencialmente moral y para las que la conceptualización de lo colectivo es complicada, cuando no imposible.

Fijeses que una de las figuras predilectas para ese individualismo comunitarista o de ese comunitarismo individualista, basado en la sintonía sobrevenida entre sujetos, es la de la red, lo que no es casual, pensando que la sociabilidad que propicia internet, paradigma de relación reticular, paraíso dónde se ha podido hacer palpable por fin la utopía de una sociedad de individuos desanclados y sin cuerpo, en un universo de instantaneidades. Se puede recurrir igualmente a figuras míticas como las de la tribu o el nomadismo, formas de evocar e invocar un nuevo primitivismo igualitario, que no es sino una forma nueva de la gemeinschaft o colectividad indiferenciada, basada en una solidaridad empática basada en el diálogo y el acuerdo sincrónico entre personas individuales con un alto nivel de exigencia ética consigo mismas y con el mundo.

Entre otros efectos, este tipo de concepciones de la acción política al margen de la política se traduce en la institucionalización de la asamblea como instrumento por antonomasia de y para los acuerdos entre individuos que no aceptan ser representados por nada ni por nadie. Esta forma radical de parlamentarismo se conforma como órgano inorgánico cuyos componentes se pasan el tiempo negociando y discutiendo entre sí, pero que tienen graves dificultades con negociar o discutir con cualquier instancia exterior, porque en realidad, como señala Carl Offe en un libro que le recomiendo (Partidos políticos y nuevos movientos sociales, Sistema) no tienen nada que ofrecer que no sea su autenticidad comunitaria y que es más intralocutora que interlocutora.

El activismo de este tipo de movimientos se expresa de modo análogo: generación de pequeñas o grandes burbujas de lucidez e impaciencia colectivas, que operan como espasmos en relación y contra determinadas circunstancias consideradas inaceptables, iniciativas de apropiación no pocas veces inamistosa del espacio público que pueden ser especialmente espectaculares, que ponen el acento en la creatividad y que toman prestados elementos procedentes de la fiesta popular o de la performance artística. Se trata, por tanto, de movilizaciones derivadas de campañas específicas, para las que puede establecerse mecanismos e instancias de coordinación provisionales que se desactivan después..., hasta la próxima oportunidad en la que nuevas coordenadas y asuntos las vuelvan a generar. Cada oportunidad movilizadora instaura así una verdad comunicacional intensamente vivida, una exaltación en la que las relaciones de producción, las dependencias familiares o las instituciones oficiales del Estado se han desvanecido.

Estos movimientos políticos fuera de la política se pretenden antidoctrinarios, pero la continua referencia un número restringido de modelos teóricos acaban estableciendo un especie de ortodoxia para heterodoxos cuyos mimbres suelen ser fácilmente reconocibles: Foucault, Deleuze, Negri... En cambio, aparece menos explícita la deuda que estos movimientos y movilizaciones tienen contraída con la sociología situacional interpretacionista, cuya génesis conoce: Tarde, Simmel, los pragmáticos y a algunos de los teóricos de la Escuela de Chicago.




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