divendres, 4 de març del 2016

No es lo mismo activista que agitador

Foto de Juan Luis Sánchez

Comentario para la gente del OACU en un debate sobre la antropologia implicada

NO ES LO MISMO ACTIVISTA QUE AGITADOR
Manuel Delgado

Pues creo que tiene razón Stefano, lo que estoy sosteniendo sobre la antropología "implicada" valdría para cualquier forma de "activismo". En "mi época" éramos agitadores; nos dedicábamos a la agitación. Agitación no es activismo. En arte, de ahí mi desprecio por el "arte activista" en contraste con la agitprop, la agitación y propaganda propia de la tradición comunista. Para mí el activismo se corresponde más bien con la tontería ciudadanista y su tendencia al virtusosismo.

Pensadlo. El ciudadanismo implica un simple traslado físico de los axiomas que rigen la arena pública democrática, constituida por individuos indeterminados que se pasan el tiempo intercambiando argumentos racionales, a la calle, convertida ahora en espacio público postulado por la tradición filosófica republicana, en la que se espera que se despliegue una sociedad cuyos componentes son reconocidos como concertantes al margen de su identidad y en la medida que saben actuar y actúan de forma adecuada y justificada. Pero en eso es en lo que se concreta precisamente la figura actual del activista, que ocupa el lugar del antiguo militante y que es eso: alguien que actúa, puesto que la lucha misma se concibe como el conjunto de actividades independientes de sujetos sociales independientes que actúan de manera creativa desde su propia unicidad, en cuyo ejemplo moral se adivina un mundo nuevo.

En eso consiste la autonomía de quienes gustan de llamarse a si mismo autónomos, adscritos a movimientos autónomos que conforman individuos no menos autónomos. Pero esa "autonomía" es congruente con la fetichización del individuo que representa la figura abstracta de ciudadano, para el que la experiencia democrática ideal debería estar sometida a la lógica de una desafiliación total. En eso consiste el mito del "hombre de la calle" de la civilización burguesa, concreción de ese ciudadano teórico que lo es porque puede ejercer y ejerce su presunto derecho al anonimato, es decir a aceptar un nicho común de existencia social en la que las clases y los enclasamientos han desaparecido como por encanto y los individuos son evaluados en función de la supuesta pureza de sus acciones como actor o, en este caso, de sus actos como activistas. 


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