dijous, 3 de març del 2016

¿Existe una fontanería implicada? Más sobre el "compromiso" del antropólogo

La foto es de Andreas Gursky

Intervención en un debate en el OACU a propósito de la antropología implicada

¿EXISTE UNA FONTANERÍA IMPLICADA?
Más sobre el "compromiso del antropólogo"
Manuel Delgado

Conste, de entrada, que no digo nada acerca de que el antropólogo se implique, porque, como decía Jose, no veo como puede no hacerlo. Lo que parece presuntuoso es que se proclame "implicado", es decir que acuda al terreno con la certeza o la voluntad que su investigación implica una forma de activismo. Me parece simplemente ridículo. Es como si el fontanero activista tuviera la pretensión de, cada vez que arregla un grifo en un centro social okupado, estuviera practicando la "fontanería implicada". No estoy contra la implicación, inevitable: estoy contra la etiqueta, contra teorizar sobre ello, y, sobre todo, contra el antropólogo "implicado", a quien me gustaría decirlo: "Pero, ¿tú quién te crees que eres, desgraciado? ¿El Zorro de las ciencias sociales?

Yo creo que la pregunta es, ¿porqué la antropología urbana -en el sentido de "en la ciuad"- parece especializarse casi siempre en "problemas de la sociedad contemporánea"?, por aludir al título de una asignatura de nuestro grado de antropología que más interesada parece. Como si el antropólogo que hubiera optado por estudiar su propia sociedad sólo estuviera legitimado a actuar sobre rarezas sociales y extravangancias culturales, algo así como los residuos del festín que para la sociología, la economía o la ciencia política son las sociedades contemporáneas. Puede vérsele, entonces, observando atentamente costumbres ancestrales, ritos atávicos, supervivencias religiosas y otros excedentes simbólicos más o menos inútiles, o, y eso es mucho peor, grupos humanos que la mayoría social o el orden político previamente han problematizado, con lo que el antropólogo puede aparecer complicado involuntariamente en el marcaje y fiscalización de disidencias o presencias tenidas por alarmantes, aunque acuda a ellas para echarles una mano, a la manera del "amigo del estigmatizado" al que se refiere Goffman. La tendencia a asignar a los antropólogos –y de muchos antropólogos a asumirlas como propias– tareas de inventariado, tipificación y escrutamiento de «sectores conflictivos» de la sociedad –a saber, inmigrantes, sectarios, jóvenes, gitanos, enfermos, marginados, etc.– demostraría la inclinación a hacer de la antropología de las sociedades industrializadas una especie de ciencia de las anomalías y las desviaciones, de los descarriados y los indeseables.

¿No será que la antropología de temáticas urbanas es, sin saberlo, todavía leal a lo que fue y quiso ser la Escuela de Chicago, que, como se sabe, respuesta a los requerimientos del  activismo pastoral protestante? Me refiero, en concreto, a los  settlements, cuya intención fue la de convertir los barrios periféricos de las grandes ciudades en expansión en laboratorios en que poner a prueba iniciativas de progreso socio-moral capaces de atemperar los excesos del liberalismo capitalista y el darwinismo social imperante. El marco general es el del cristianismo social reformista, el puritanismo levemente de izquierdas de la Social Gospel, que se lanzó a las calles de las grandes ciudades con el fin de rescatar de ellas a todas las víctimas de un capitalismo cada vez más desprovisto de su justificación trascendente, cada vez más inmisericorde. 

Ese es un tema bien interesante. El propio contexto de The Fundamentals incluyó reflexiones de signo reformista y uno de los grandes representantes del fundamentalismo, William B. Riley, sostuvo que eran necesario no dar la espalda a lo que estaba pasando en las ciudades, sino, al contrario, ir a ellas para solidarizarse con los trabajadores y democratizar al máximo la vida civil. Todo ello se concretó en campañas para  elevar el tono moral de las clases pobres urbanas, víctimas no tanto de su pobreza como de su desorientación. Traslación al campo del trabajo positivo de lo que a lo largo del XIX se había convertido en una lectura filantrópica de la viejacaridad cristiana, entendida ahora como contribución al restablecimiento de un orden socio-natural más justo, enajenado por causas esencialmente morales, que se derivaban a su vez de las nuevas formas de vida que había traído consigo la revolución industrial.

A ver si escribo más sobre eso.

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