La foto es de Cecilia Vergnano y Dolors García, miembros del OACU, presentes y activos en los hechos |
Escrito para el blog del Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà, a raíz de la represión contra una protesta con motivo de la cumbre internacional sobre el cambio climático en París, el 29 de noviembre de 2015.
PARIS, CAPITAL DEL TERRORISMO CAPITALISTA INTERNACIONAL
Manuel Delgado
Ayer, en París, se volvió a conocer la lógica de la
violencia contra quienes protestaban con otra violencia infinitamente más
destructiva y atroz: la que hoy está destruyendo nuestro planeta y uno de cuyos
efectos son cambios climáticos en que se expresa la depredación masiva de la
naturaleza por parte del sistema capitalista mundial.
Da que pensar que lo de ayer sucediera en una ciudad que se
nos acaba de mostrar hace poco la nueva capital del dolor terrorista. Frente al
terrorismo capitalista que acabará liquidando un día la vida en la Tierra, la
violencia del DASH, que al fin al cabo no es más que otra de sus variantes, a
la que se muestra como supuestamente fuera de control.
Lo que interesa es cómo la violencia es objeto de discursos
que la perfilan como una irrupción del otro absoluto, que la asocian al
inframundo de los instintos, que prueban nuestro parentesco inmediato con los
animales o que advierten del acecho cercano de potencias maléficas. La
violencia ejercida por personas ordinarias no legitimadas es entendida como
abominable, monstruosa, en cualquier caso siempre extrasocial. Lo hemos vuelto
a ver estos días: la representación mediática, sobrecargada de tintes
melodramáticos, de esa violencia no sólo
antisocial, sino asocial, no hace sino incidir constantemente en la degradación
que indica el uso no legítimo de la fuerza bruta, que convierte a sus
ejecutores en menos que humanos, representantes de instancias subsociales o
infrahumanas. La imaginación mediática y los discursos políticos y policiales
que hablan constantemente de esa violencia exógena a lo social humano, procuran
hacer de ella un auténtico espectáculo aleccionador para las masas.
En los medios de comunicación y en los discursos oficiales
que «condenan la violencia» no se habla nunca, por supuesto, de la violencia
tecnológica y orgánica, aquella que se subvenciona con los impuestos de
pacíficos ciudadanos que proclaman odiar la violencia. No mencionan la muerte
aséptica, perfecta y en masa de los misiles inteligentes, las bombas con uranio
empobrecido o de los bloqueos contra la población civil. No hacen alusión a las
víctimas incalculables de la guerra y la represión política. Vuelven una vez y
otra a remarcar lo que Jacques Derrida había llamado la «nueva violencia
arcaica», elemental, bruta, la violencia primitiva del asesino real o
imaginario, del sádico violador de niñas, del terrorista, del exterminador
étnico, del hooligan, del delincuente
juvenil, del joven radical vasco, del skin.
Frente a una violencia homogénea, sólo concebible asociada
al aparato político y a la lucha por la defensa y la conquista de un Estado que
hoy ya universal, una violencia heterogénea,
dispersa, caótica, errática, episódica, primaria, animal, asociada a todas las
formas concebibles y hasta inconcebibles de alteridad: violencia terrorista,
criminal, demente, enferma, étnica, instintiva, animal; violencia informal,
poco o nada organizada: bomba casera, cóctel molotov, arma de contrabando, puñal,
piedra, hacha, palo, veneno, puñetazos, mordiscos, patadas... De hecho, esa es
la violencia que parece interesar de manera exclusiva a los sistemas
mediáticos, ávidos por proveer al gran público de imágenes estremecedoras de
las consecuencias de la desviación, la anormalidad, el fanatismo y la locura.
Violencia artesanal, pre-moderna, «hecha a mano», paradójicamente «violencia
con rostro humano», y por ello escandalosa e inaceptable, puesto que no tiene
nada que ver con la violencia constante, con las coordinadas y estructuras
fundamentadas en el uso de la fuerza que posibilitan la existencia misma de los
órdenes políticos centralizados, sean locales o globales.
Los violentos son siempre los otros, quizá porque uno de los rasgos que permiten identificar
a esos «otros» es la manera como éstos contrarían el principio político
irrenunciable del monopolio en la generación y distribución del dolor y la
destrucción. Una magnífica estrategia, por cierto, en orden a generar ansiedad
pública y a fomentar una demanda popular de más protección policial y jurídica.