Estación Toledo del metro de Nápoles, de Oscar Tusquets |
Nota para Gabriela Navas, doctoranda
HENRI LEFEBVRE Y LOS ARQUITECTOS, I.
Manuel Delgado
A cada momento lo que
pasa en las ciudades nos aporta nuevas pruebas de que Henri Lefebvre tenía y continúa teniendo razón
en que lo propio de la tecnocracia urbanística es la voluntad de controlar la
vida urbana real, que va pareja a su incompetencia crónica a la hora de
entenderla. Es víctima de lo que Lefebvre presentaba como "la ilusión
urbanística", dado que, considerándose a sí mismos gestores de un sistema, los
expertos en materia urbana pretenden abarcar una totalidad a la que llaman la ciudad y ordenarla de acuerdo con una
filosofía —el humanismo liberal— y una utopía, que es en esencia, como
corresponde, una utopía tecnocrática. Su meta continua siendo la imponer la
sagrada trinidad del urbanismo moderno:
"legibilidad-visibilidad-inteligibilidad". En pos de ese objetivo
creen que pueden escapar de los determinantes que someten el espacio a las
relaciones de producción capitalista, o reconducirlos. Buena fe no les falta,
pero esa buena conciencia de los urbanistas, arquitectos y diseñadores agrava
aún más su responsabilidad a la hora de suplantar esa vida urbana real, una
vida que para ellos es un auténtico punto ciego, puesto que viven en ella,
pretenden intervenirla e incluso vivir de ella, pero no la ven en tanto que
tal.
Es al respecto que
corresponde reconocer la vigencia también de la tipología del espacio que
proponía Lefebvre, visto bajo tres aspectos o formas: práctica
espacial, espacios de representación y
representaciones del espacio. La
práctica espacial se corresponde con el espacio percibido, el más cercano a la
vida cotidiana y a los usos más prosaicos, los lugares y conjuntos espaciales
propios de cada formación social, escenario en que cada ser humano desarrolla
sus competencias como ser social que se sitúa en un determinado tiempo y lugar.
Son las prácticas espaciales las que segregan el espacio que practican y hacen
de él espacio social. En el contexto de una ciudad, la práctica espacial remite
a lo que ocurre en las calles y en las plazas, los usos que estas reciben por
parte de habitantes y viandantes.
Por su parte, los espacios de representación
son los espacios vividos, los que envuelven los espacios físicos y les
sobreponen sistemas simbólicos complejos que lo codifican y los convierten en
albergue de imágenes e imaginarios. Es espacio también de usuarios y
habitantes, por supuesto, pero es propio de artistas, escritores y filósofos
que creen sólo describirlo. En los espacios de representación puede encontrar
uno expresiones de sumisión a códigos impuestos desde los poderes, pero también
las expresiones del lado clandestino o subterráneo de la vida social. Es el
espacio cualitativo de los sometimientos a las representaciones dominantes del
espacio, pero también en el que beben y se inspiran deserciones y
desobediencias. En este caso es un
espacio no percibido ni vivido, pero que pugna por serlo de un modo u otro.
La
representación del espacio depende de relaciones de poder
y de producción y a un orden que se intenta establecer, incluso por la
violencia, tanto sobre los usos ordinarios como sobre los códigos que los
organizan. La representación del espacio es ideología aderezada con
conocimientos científicos y disfrazada tras lenguajes que se presentan como
técnicos y periciales que la hacen incuestionable, puesto que presumen estar
basados en saberes fundamentados. Ese es el espacio de los planificadores, de
los tecnócratas, de los urbanistas, de los arquitectos, de los diseñadores, de
los administradores y de los administrativos. Es o quiere ser el espacio
dominante, cuyo objetivo de hegemonizar los espacios percibidos y vividos
mediante lo que Lefebvre llama “sistemas de signos elaborados
intelectualmente”.
En su intervención en el Simposio Internacional de
Sociología Urbana celebrado en Barcelona en enero de 1973, Henri Lefebvre supo verlo con lucidez: "El arquitecto ya
no es un hombre de dibujo; es un hombre de palabras". En "La
producción del espacio", Papers de
sociologia, Barcelona, 3 (1974), p. 226. Ese es el espacio del poder, aquel
en el que el poder no aparece sino como "organización del espacio",
un espacio del que el poder "elide, elude y evacua. ¿Qué? Todo lo que se le opone. Por la violencia
inherente y si esa violencia latente no basta, por la violencia abierta".