Imagen de la exposición Artilugios para crear y contar historias, de José A. Portillo |
Catálogo de la exposición Artilugios para crear y contar historias, de José Antonio Portillo, en el EACC Espai D’Art Contemporani de Castelló, verano del 2000.
PENSAR POR PENSAR
Manuel Delgado
Es perfectamente sabido que uno de los dispositivos con los que la inteligencia cuenta para vencer sus fracasos ante un universo que nunca acaba de significar lo suficiente, es su capacidad para fabular, es decir para organizar una realidad crónicamente fragmentaria en forma de relatos –cuentos, mitos, leyendas, discursos...– acerca del mundo. En esa labor de composición de narraciones, siempre y en todos sitios, los seres humanos han empleado materiales de deshecho: restos dejados al pasar por otras historias escuchadas o leídas; residuos de acontecimientos vividos, que pueden ir de incidentes microscópicos a los mayores cataclismos; pedazos de reflexiones, surgidas por ejemplo en el transcurso de un breve paseo; relaciones inolvidables, seguramente efímeras, irrepetibles, pero cargadas de una rara intensidad. Todos esos elementos, que suelen constituir un amasijo de experiencias, saberes e intuiciones, es lo que tanto el narrador como quien recibe la historia organizan en forma de arranques, altos, desviaciones, nudos y desembocaduras con frecuencia provisionales y abiertas. Esos universos narrativos –collage hecho con pedazos desprendidos de otros universos ya desintegrados– constituyen la expresión viviente de lo que los antropólogos llaman «pensamiento salvaje», que no es, como pudiera pensarse, el pensamiento de los salvajes, sino el pensamiento en estado salvaje, el espíritu humano asilvestrado, que se abandona a operaciones sin objeto concreto, que trabaja sin descanso para permitir no que las personas se comuniquen entre sí a través de las historias que se cuentan, sino que las historias dialoguen entre sí a través de los humanos que las cuentan.
El conjunto de obras que José Antonio Portillo reúne bajo el epígrafe general de «Artilugios para contar y crear historias» demuestra la vigencia y el vigor de ese tipo de lógicas singularmente humanas, que actúan más allá de las contingencias de la historia y de la cultura y más acá de las coordenadas sociales de cada momento o lugar. Los artefactos de Portillo vienen a ser además toda una venganza irónica de la inteligencia natural contra un presente que se exhibe como apoteosis de las «inteligencias artificiales». Estos objetos –colección de huellas, memorias polimórficas que nadie ha escrito– son un extraño material escolar, destinado decididamente a intranquilizar a la infancia, a quitarle a los niños el sueño por el secreto oculto de toda cosa hallada. A su vez, son también obras de arte, que rinden homenaje a los ready-made de Duchamp o las merz de Kurt Schwitters, «cosas» encontradas o construidas a partir de comportamientos experimentales o gratuitos. En cualquier caso, son sobre todo máquinas de pensar por pensar, constructos sabiamente perversos que nos restituyen la inquietud de las cosas, el desasosiego feliz que no deberíamos nunca dejar de experimentar ante la elocuencia de la materia, ante la tendencia natural de las cosas a hablar, a revelarse como puertas o trampillas a través de las cuales se insinúan otros mundos, el eco de todo lo imaginado y de todo lo imaginable, reverberancia misteriosa incluso de todo aquello no podemos imaginar, aunque sabemos que está ahí, al mismo tiempo dentro y fuera de nuestra fantasía.